Lunes, 16 de septiembre de 2013.
El día de hoy no estaba para nada planificado. Mejor dicho, sí que había dos planes para ir de Mariposa hasta San Francisco –destino final de nuestro viaje-, pero no cumplimos ni uno, ni otro. Al final, la noche anterior, estudiando las opciones que llevábamos pensadas, nos decidimos por una nueva que ideamos en el momento.
Una de las posibilidades que habíamos pensado y que llevábamos en nuestra guía, era ir desde Mariposa al Sequoia National Park, hacer la visita del parque y luego, desde allí, a San Francisco. Esta era la opción que menos nos apetecía por un motivo: la cantidad de tiempo que invertiríamos en el coche. Y es que Sergio, especialmente, ya estaba bastante cansado de él (a mí tampoco me apetecía, la verdad). Nos daba pena no ver las sequoias gigantes, pero pesaba más nuestras ganas de llegar a San Francisco.
El plan B era llegar a la ciudad pasando en parte por la costa: de Mariposa a Carmel-by-the-Sea, subir por Monterrey, hasta llegar arriba. Ésta quizás era la opción que más nos llamaba la atención. Pero también se nos antojaba un poco pesada en cuanto al coche. Y es que a estas alturas, las ganas de llegar a San Francisco y de disfrutar de nuestros últimos días en la ciudad clave de nuestro viaje, primaban sobre cualquier otra cosa.
Total, que buscando y rebuscando, a Sergio se le ocurrió matar dos pájaros de un tiro e ir directamente desde Mariposa hasta San Francisco, pasando antes por Muir Woods (donde no hay sequoias tan grandes como en el National Park, pero sí algunas muy interesantes) y Sausalito (una de las excursiones que llevábamos previsto hacer desde la ciudad). Así que una vez cambiada la ruta, pusimos rumbo a otro de los monumentos nacionales de USA:
En teoría, desde Mariposa hasta allí hay como unas 3 horas de viaje, pero nosotros nos perdimos unas cuantas veces –no era el día del GPS, que nos lo decía todo al revés- por lo que tardamos un poquito más. Incluso hubo una ocasión, llegando ya, que tuvimos que parar el coche y preguntarle a una amable señora que encontramos por casualidad al lado de la carretera. Ya con sus indicaciones llegamos sin problemas y, tras unas cuantas vueltas, pudimos aparcar el coche en uno de los parkings que hay a la entrada. En esta ocasión, el ticket es por persona puesto que no se entra con el coche; si no recuerdo mal, son $7.
Muir Woods fue declarado Monumento Nacional a principios del siglo XX y ofrece varios senderos y caminos entre sequoias que tienen unos 800 años. Al comprar el ticket de entrada, te dan un mapa donde aparecen señalados los senderos que pueden seguirse.
Para seros sinceros, no nos gustó mucho esta visita. No sé, quizás llevábamos la idea de ver sequoias tipo al “Sequoia National Park” –de las que habíamos visto muchas fotos- y estas creemos que son mucho más pequeñas y no tan deslumbrantes. No me entendáis mal, no es que haya sido una pérdida de tiempo ir hasta allí ni nada de eso, solo que quizá esperábamos “algo más”.
Aún así, estuvimos gran parte de la mañana caminando por el bosque; llegamos hasta el final de una de las rutas y ya volvimos hasta la entrada, para seguir nuestro plan e ir hacia Sausalito.
En unos 20 minutos llegamos allí y como era la hora de comer fuimos directamente al sitio recomendado por toooodos lados: es una hamburguesería sin nombre (solo sabemos que tiene un toldo verde) y que está en 737 Bridgeway Street.
Aquí fue donde usamos por vez primera –y última- los parquímetros individuales; el coche lo dejamos en la misma calle de la hamburguesería, aunque entonces no sabíamos a qué altura –luego resultó que estábamos a menos de 100 metros-. Estuvimos un buen rato dándole vueltas al tema del parquímetro porque no estábamos seguros cómo funcionaba. Finalmente, vimos que iba con monedas de ç25; metes las monedas hasta llegar a la hora que quieras. Problema: no teníamos suficientes monedas para el tiempo que queríamos estar. Así que cogí unos cuantos billetes y fui a cambiarlos a un bar que había justo al lado. Solucionado.
Fuimos caminando por la misma acera fijándonos en los números de las casas, buscando el 737 que como os digo es donde está la famosa hamburguesería. Es un sitio muy chiquitín y estrecho, con apenas 2 ó 3 mesas justo al final, y una barra muy grande al principio. Tuvimos suerte al llegar y no había casi cola; apenas a los 3 minutos de llegar y haber pedido, la cola ya salía por la puerta. Nos pedimos un par de hamburguesas completísimas con patatas. Pides, pagas y te dan un número; va todo en cadena y súper-rápido. Esperamos unos 15 minutos como mucho, y salimos a comer a un banquito que había libre, cruzando la calle, con vistas al puerto. ¡Un placer! ¡Y las hamburguesas estaban de muerte…!
Y así disfrutamos de nuestra comida enfrente del puerto que es gigantesco. Cuando acabamos de comer nos dimos una vueltecita por allí escogiendo cuál nos gustaba más entre todos los barcos que había. La verdad que hacía un sol de justicia, pero nos apetecía seguir conociendo un poquito el pueblo, que a mí, personalmente, me encantó. Lo malo es que es un poquito caro.
En nuestro paseo pudimos ver la cola larguísima que había a esa hora (serían como las 4 de la tarde) para coger el ferry hacia San Francisco. También un montón de galerías de arte que me parecieron muy interesantes, tiendas chulísimas,… Lo malo: por más que buscamos, no pudimos saber cuál era la zona donde están las famosas casas flotantes. No vimos ni una… 🙁
Y ya después de reposar la comida con un paseo muy agradable, nos fuimos con mucha ilusión hacia lo que sería nuestro último destino en este maravilloso viaje: San Francisco. ¿Y por dónde hay que pasar para llegar a la ciudad, llegando desde Sausalito?
¡Jolín! Fue un momento súper-emocionante. Después de haber visto el puente en millones de fotos, películas, en la televisión… ¡estábamos cruzándolo! ¡Vivaaaa!
En este momento hago un paréntesis para hablaros del tema del peaje que hay que pagar cuando cruzas el puente (siempre “hacia” San Francisco, no cuando sales de allí). Habíamos leído cuarenta millones de cosas y no nos había quedado nada claro. Así que hay cosas que es mejor vivirlas porque por mucho que leas o te digan, siempre habrá opiniones y situaciones distintas.
Nosotros pasamos sin preocuparnos en ese momento del peaje. Habíamos leído que se podía pagar a posteriori a través de la página web del puente, así que cuando llegásemos al hotel lo haríamos de esta forma. Prosigo con el relato del día y luego os cuento en qué quedó la cosa (es que fue uno de “los recados” que hicimos esa tarde ya en la ciudad…jeje).
Total, que una vez cruzado el puente estábamos en San Francisco “oficialmente”. Desde el momento cero ya vimos que el tráfico no era como en Los Angeles, pero aún así no era fácil conducir por allí.
Llegamos con alguna vuelta que otra al hotel, el «Orchard Hotel» que está en una situación fantástica. Está en Bush Street, a tres calles hacia arriba de Union Square, rodeado de restaurantes, bares, supermercados, tiendas,… De primeras, la ubicación ya nos gustó muchísimo.
Dejamos el coche delante de la puerta e inmediatamente salió un chico que nos ayudó con las maletas y se quedó con el coche (el cual “dormiría” por un “módico precio” en un parking concertado con el hotel). El chico, David, fue nuestro apoyo durante toda nuestra estancia; era genial, amable, nos ayudaba con todas nuestras dudas. Le estamos muy agradecidos y así se lo hicimos ver el día de nuestra marcha.
Una vez dentro, hicimos el check-in, donde también nos encontramos con un personal muy amable. Nos dieron una habitación en el piso más alto, el 10, con vistas hacia la propia Bush Street. Un cuarto bastante grande y muy chulo, con un baño también enorme. Estuvimos muy a gusto durante las cinco noches que nos quedamos allí.
Bueno, una vez instalados –serían como las 6 de la tarde más o menos- decidimos mirar lo del peaje del Golden Gate, no fuera a ser que se nos olvidase. Nos dejaba meter todos los datos (matrícula, día de paso, tarjeta de crédito,…) pero a la hora de dar el último paso y pagar… ¡error! No nos dejaba pagar. Lo peor de todo es que la web te ponía que si no pagabas, la multa podía llegar a ser de un pastón. ¡Ya estamos! ¡Otra vez las multas!
Así que lo que hicimos fue buscar una oficina de “Alamo” (con quien alquilamos el coche) para pasarnos por allí y comentarles lo que había pasado. A ver si nos podían ayudar, porque ya estábamos empezando a ponernos nerviositos…
Con tan buena suerte que justo al cruzar la calle, un poquito más arriba, estaba la oficina más cercana. Hacia allá que nos fuimos (“primer recado”). Nos atendió una chica híper-mega-súper-amable que nos quitó de encima todas las dudas y temores: nos dijo que no nos preocupásemos para nada porque al pasar por el peaje, hay cámaras que registran la matrícula del coche, viendo que pertenece a una empresa de alquiler, y lo que hacen –si no registran que el pago ya se ha realizado de otra forma- es cargarte el importe en la tarjeta de crédito con la que has alquilado tu coche, sin más gasto que el propio peaje. Nada de multas, intereses ni ningún otro gasto extra. Qué peso nos quitamos de encima…
Cuando salimos de la oficina, dimos una vuelta por los alrededores buscando una lavandería (“segundo recado”), de nuevo con suerte porque había una a unos 100 metros más o menos. ¡Hala! Otra vez p’arriba, a la habitación. Cogimos las cosas que queríamos lavar, las metimos en uno de los trolleys y a hacer la colada, al estilo americano total. Allí nos tiramos un buen rato, haciendo planes para los próximos días y disfrutando de una nueva experiencia. Jijiji…
Ya con nuestra ropa limpita, hicimos nuestro último recado del día: compra en el súper. En frente de la lavandería había uno y allí compramos alguna cosa para cenar. Habíamos comido muy bien y no teníamos mucha hambre, así que unos sandwiches, un poco de fruta y unas patatitas y listo. Nos volvimos al hotel y ya no salimos más esa noche.
Sólo había sido la primera toma de contacto con San Francisco, pero sabíamos que nos iba a gustar muchísimo y que se avecinaban días muy interesantes…