Martes, 22 de Mayo de 2018.
El comienzo del día de hoy estaba marcado por una organización previa que, podemos decir, duró unos cuantos meses…
Y es que hoy teníamos las entradas para visitar el Saiho-ji, un templo al que solamente se puede acceder con reserva previa y las plazas son muy limitadas. Es por ello que allá por el mes de diciembre nos pusimos manos a la obra; y así, ayudados de nuestros queridos amigos de «De tu mano por el mundo», enviamos todo lo necesario para intentar conseguir las entradas: una carta en inglés indicando el motivo por el cuál quieres visitarlo, así como tus datos personales y la fecha en la que querrías ir, un cupón de respuesta internacional -se puede comprar en las oficinas centrales de Correos- que ellos canjearán en su país por el importe de un sello para un envío ordinario y un sobre con nuestra dirección. Y así, cruzando los dedos para que aceptaran nuestra petición, enviamos la carta a Japón.
Pasaron los meses y, si bien al principio miraba todos los días el buzón para ver si había llegado respuesta, a última hora ya habíamos perdido las esperanzas y buscamos otro plan para realizar el día que teníamos pensado para el templo. Pero un día, allá por el mes de abril, después de muchas semanas sin abrir el buzón…
¡Lo habíamos conseguido!
Así que esa mañana emprendimos camino hacia un lugar de Kioto que no conocíamos.
El Saiho-ji es un templo budista zen situado al oeste de la ciudad y se le conoce popularmente como Kokedera o Templo del Musgo, ya que en su jardín encontramos unas 120 especies diferentes de esta planta. El motivo por el que la entrada está tan restringida (desde 1977) es para proteger la delicada vida del musgo, que se estaba viendo muy afectado por las visitas de los turistas. El Kokedera fue nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 1994.
Para llegar desde el hotel hasta el templo, tardamos aproximadamente una hora y tuvimos que tomar distintos trenes y el metro. En primer lugar, desde la estación tomamos la Karasuma Subway Line hasta la estación de Shijo, que son dos paradas; desde ahí, un tren de la Hankyu Kyoto Line hasta la estación de Katsura; aquí hay que cambiar de línea de tren a la Hankyu Arashiyama Line y bajarnos en la Matsui Taisha Station. Todos estos trayectos calculamos que nos llevaron alrededor de media hora.
Por último, desde la estación tuvimos que caminar unos 20 minutos hasta el templo. El inicio del paseo, está marcado por este gran torii que encontramos justo a la salida de la estación:
Cuando llegamos a la entrada, aún era temprano y no estaba abierto, así que tuvimos que esperar unos minutos hasta que uno de los monjes salió a dar la bienvenida a todos los que teníamos la visita para ese día.
Tras mostrar nuestras entradas y quitarnos los zapatos, accedimos a uno de los salones del templo, donde realizamos una de las actividades que proponen antes de visitar el jardín propiamente dicho: copiar sutras.
¡Madre mía qué difícil! Escribir en japonés ya lo encontraba complicado, pero si encima tienes que hacerlo con tinta… ¡agarraos! En el tiempo que nos dieron yo solo pude copiar unos pocos y he de decir que no me quedaron muy bien, ya que con la tinta se emborronaba toda la hoja… 🙁
Mirad, para que os deis una idea, estos eran los sutras a copiar y yo solo pude con las dos primeras columnas de la derecha:
Los sutras que copiamos los dejamos al salir en una pila que luego los monjes quemarían en una de sus ceremonias.
Una vez finalizada la actividad y habiéndonos despedido de los monjes, nos pusimos los zapatos y comenzamos la visita -que es por libre- por los jardines. Hacía un día espectacular, así que nos pasamos un montón de rato deambulando por allí rodeados de árboles, estanques y, sobre todo, musgo…
Ya veis que hacía un día espectacular, así que aprovechamos a tope la visita y nos pasamos casi toda la mañana en los jardines.
Cuando salimos, volvíamos de nuevo a la estación -nuestra intención era volver a coger el tren y comer por allí-, pero nos llamó la atención un pequeño restaurante que encontramos en el camino. Como lo cierto es que teníamos hambre, decidimos entrar y comer allí mismo. ¡Qué gran acierto! La señora que nos atendió que, calculamos, tendría unos 459493 años, fue de lo más amable, simpática y allá como pudo se hizo entender y nos explicó que su pequeño restaurante era muy bien considerado por allí y teníamos que probar su plato más conocido. ¡Qué risas pasamos! Y, por supuesto, le hicimos caso y esto fue lo que comimos:
Estaba bastante rico pero lo que más nos gustó, qué duda cabe, fue la atención recibida y lo maja que fue la señora; incluso se empeñó en hacernos una foto a los dos juntos para que recordásemos su restaurante:
Pero no contenta con eso, también nos informó que justo delante del restaurante había una parada de autobús para volver a la estación de Kioto. Concretamente el número 73, que salía a las 14:45, lo cual quería decir que nos daba tiempo a cogerlo para regresar así en autobús, en lugar de hacer la ruta que habíamos hecho por la mañana.
Dicho y hecho, nos despedimos de la amable señora con un millón de reverencias y otros tantos «Arigato» y nos fuimos al autobús, que salió puntual como es lo normal en Japón. En unos 5o minutos llegábamos a nuestro destino.
Decidimos entonces ir a descansar un rato al hotel y así coger fuerzas para lo que sería nuestra visita posterior: volveríamos al Fushimi Inari, esta vez al atardecer para poder verlo también por la noche.
Ya en nuestro primer viaje a Japón del 2015 habíamos ido a este maravilloso templo conocido por sus largos caminos de toriis rojos, pero en esa ocasión habíamos ido durante el día y ahora queríamos volver para verlo por la noche.
Ese día, el sol se ponía en Kioto a las 18:58, así que lo tuvimos en cuenta para nuestra visita.
Cogimos, pues, el tren en Kyoto Station y nos bajamos en la estación de Inari, que queda justo en frente de la entrada al templo.
La entrada es gratuita y está siempre abierto, así que no hay problema a la hora de entrar (o salir). No os asustéis si veis demasiada gente al principio… la cosa cambia según vas subiendo y, cuanto más arriba subáis, menos gente encontraréis.
El paseo entre los toriis (aquellos que hayáis visto la película «Memorias de una geisha» seguro que os suena un montón) es realmente espectacular… ¡y mucho más según va oscureciendo!
Nuestra idea, en un principio, no era llegar arriba del todo -tal y como habíamos hecho ya en el primer viaje-, pero empezamos poco a poco y cuando quisimos darnos cuenta…
¡Habíamos llegado a la cima! Bastante cansados pero muy ilusionados por haber vuelto a este lugar tan especial, decidimos tomarnos un descanso, esperar a que oscureciese y emprender la bajada. Que eso ya se hace más fácil… 😉
Como fuimos parándonos cada nada a hacer fotos y contemplar el magnífico paisaje que teníamos ante nosotros, cuando finalizamos la visita ya era la hora de cenar y estábamos exhaustos, así que de camino de vuelta al hotel, paramos en un combini, nos cogimos algo de cena y nos fuimos a descansar.
El día, aunque «solo» habíamos ido a dos lugares, había sido muy provechoso y nos había encantado.
Siempre es bueno regresar a sitios que te hayan enamorado una primera vez, ¿no os parece?