Martes, 13 de Junio de 2017.
Nos despertábamos en nuestro último día en el Ebrington Arms. Esa noche yo había estado algo revuelta del estómago y, aunque al despertar me encontraba algo mejor, decidí dejar a un lado el salmón, el zumo y las mermeladas del desayuno y decantarme solo por los huevos revueltos, una tostada y un poco de té con limón. Esperaba que se me pasase el malestar…
Finalizado el desayuno, subimos a recoger las cosas, hicimos el check-out (que, al igual que en la entrada fue rápido y sin papeleo de ningún tipo) y emprendimos camino.
Ese día tocaba un cambio de hotel: nos íbamos al suroeste, al Condado de Gloucester, concretamente a una localidad llamada Painswick, donde estaba nuestro nuevo alojamiento. Éste se encuentra a unos 60 kilómetros, pero no hicimos el viaje directos, sino que antes teníamos planes para visitar un par de sitios en el Condado de Worcester; y aunque al final no llevamos a cabo el planning que habíamos pensado en un principio, las visitas nos gustaron un montón.
La primera parada fue la Torre de Broadway, a la que queríamos llegar a primera hora, justo cuando abriesen para ver si podíamos verla sin gente. Y así fue: abre a las 10 de la mañana y un poco antes de esa hora ya habíamos llegado. Dejamos el coche en el parking, que se sitúa a unos metros caminando de la propia torre, y nos fuimos hasta allá. Como os digo, era un poco antes de las 10, así que hicimos tiempo por allí antes de poder entrar. ¿Y qué pasa cuando Lidia encuentra un «prau»? Pues que le sale la vena yoguini y no puede evitar…
También nos entretuvimos viendo a los ciervos que viven en los alrededores de la torre. A veces se pueden ver sueltos, pero en esta ocasión estaban en su cercado; y, como podéis ver, estaban cambiando el pelaje, por eso parece que estén «despeluchados»…
Con puntualidad británica, la torre abrió sus puertas y pudimos entrar y comprar las entradas para subir, cuyo precio es de £5.
La Torre de Broadway es el símbolo por antonomasia de la ciudad y el mejor observatorio para contemplar, desde sus 312 metros de altura sobre el nivel del mar, los condados que la rodean (hasta 16 en un día soleado). Lo que no es tan conocido es que, en realidad, no es una torre, sino un castillo con una forma muy peculiar: muy estrecho y estilizado.
Y no fue construido con los propósitos con los que suelen hacerse este tipo de construcciones, sino que más bien fue un proyecto estético. Fue financiado por Lady Coventry en 1799, la cual vivía en Worcester -a unos 35 kilómetros de allí- y quería una construcción sobre esa colina que pudiese ver desde la ventana de su residencia. Y así se hizo. Ya veis… caprichos de una dama…
A lo largo de los años, la Torre pasó por distintas manos y se utilizó para distintas cosas: así por ejemplo, en el siglo XIX acogió la imprenta privada de Sir Thomas Phillips, coleccionista de libros; años más tarde fue alquilada como vivienda por artistas y pintores románticos como William Morris; y durante la II Guerra Mundial, fue un punto estratégico de vigilancia para la prevención y alerta en caso de ataques aéreos contra Inglaterra.
A lo largo de la ascensión por los distintos pisos, podemos ver exposiciones que nos detallan todos estos usos, con fotografías, escritos, libros… Todo muy interesante.
Pero lo mejor de todo es cuando llegas arriba y ves esto:
La pena ese que, como podéis observar en las fotos, el día no era del todo claro y había muchas nubes. Pero aún así, merece la pena esta visita, sin duda alguna. Y si vais tempranito, que apenas hay gente, mejor que mejor. Cuando nosotros nos íbamos, ya empezaban a llegar muchos coches.
Dejamos la Torre y pusimos rumbo a Broadway, la ciudad propiamente dicha, considerada «la joya de Los Cotswolds», donde personajes de la talla de Oscar Wilde o Claude Monet pasaron temporadas buscando inspiración para sus obras.
Ya en el pueblo, dejamos aparcado el coche y nos dedicamos a callejear tranquilamente. Yo iba en busca de un lugar que me habían recomendado: «Tisanes Tea Room». Y pronto lo encontré, porque está en plena calle principal, en High Street. Como era media mañana y habíamos pasado un poco de fresquito en la torre, entramos y nos tomamos un té que nos sentó fenomenal.
Tras entrar en calor y poner en orden un poco las ideas y los planes para el resto del día, decidimos que nuestra siguiente visita sería a la que fue la primera parroquia de Broadway, allá por el siglo XI: St. Eadburgha’s Church.
Está situada fuera de lo que es el centro de la población, como a unos 2 kilómetros, siguiendo Snowshill Road; aún así, decidimos ir caminando, porque el coche lo habíamos dejado bien aparcadito y no nos apetecía moverlo con el posible riesgo de que al volver no tuviésemos sitio. Además, los paseos por esta zona siempre son agradables (a pesar de que gran parte de este tuvimos que hacerlo por carretera).
Lo malo es que al llegar… ¿cual fue nuestra sorpresa? ¡Que la iglesia estaba cerrada! ¡Noooo! ¿Qué pasaba en este viaje que se nos estaban resistiendo las visitas al interior de las iglesias? 🙁 Aún así, el exterior es precioso -como suele ocurrir en toda la campiña- y la camina bien mereció la pena. Además, por el camino pudimos ver edificaciones muy bonitas…
Tras unas cuantas fotos y un poquito de descanso, recorrimos el camino inverso y volvimos a Broadway, donde cogimos el coche y nos dirigimos hacia Winchcombe, cuyo nombre quiere decir «valle con curvas», el pueblo donde almorzaríamos.
Tardamos en llegar unos 15 minutos y, una vez dejamos el coche aparcado, nos dedicamos a buscar un lugar para comer que el hambre ya empezaba a dejarse sentir… Callejeamos un poco hasta dar con un lugar que, nos parecía, no estaba mal; me vais a perdonar, pero no recuerdo el nombre, pero bueno, tampoco importa mucho porque la verdad es que no os lo recomendaría. No fue nada del otro mundo y el trato más bien mediocre, cosa bastante inusual por esta zona, la verdad. Además, yo no sabía si era lo que había comido (posteriormente supimos que no) o qué, pero el estómago volvió a fastidiarme un poco… 🙁
Al menos, el pueblo en sí es bonito, aunque no hay nada en especial que nos llamase la atención, tal y como había ocurrido con anteriores visitas.
Así que con esta premisa decidimos seguir nuestro «día de paseos» y acercarnos a echar un vistazo a un lugar que ha jugado un papel muy importante en la Historia de Inglaterra: Sudeley Castle.
Se sitúa a poco más de un kilómetro de donde estábamos, así que la travesía no fue para nada larga. Lo cierto es que fuimos caminando sin intención de entrar, solo «a ver si se veía de lejos»… pero poco a poco, según íbamos caminando y no veíamos nada, nos picó la curiosidad y decidimos entrar. ¡Y fue una decisión súper-acertada! Porque la visita es muy chula, sobre todo si -como es nuestro caso y ya lo sabéis los que nos leéis-, os gusta la Historia.
Además, aquí tuvimos una anécdota muy graciosa: mientras íbamos caminando por el sendero de entrada, se acercó a nosotros corriendo, espada en mano, con un casco de caballero y a la voz de ‘Hey people!!!’ («¡Ey, gente!»), un chavalín que tendría unos 4 años soltándonos una perorata -la mitad de la cual yo no entendí- todo emocionado y con una cara de alegría que daba gusto. ¡Jajaja! El caso es que estaba feliz porque «había visto un castillo sin techo, completamente derruido, y ahora iba a ver uno de verdad»… La explicación la tuvimos un poco más tarde, durante nuestra visita.
La entrada al castillo y los jardines cuesta £14.95, aunque si se compra por internet, hay un descuento del 10%. En este caso, como esta visita no estaba entre nuestros planes iniciales, no habíamos sacado los tickets.
El castillo original fue construido en el siglo XII y ha jugado un papel muy importante en la Historia de Inglaterra. El que podemos ver en la actualidad data de mediados del siglo XIV, y en torno a él se erigen aún vestigios del primero…
De aquí la explicación del niño que nos «abordó» a nuestra entrada: el castillo sin tejado… Jeje…
Este es el único castillo privado del país donde está enterrada una reina: Katherine Parr, la última de las 6 esposas de Enrique VIII. Su tumba puede verse en la preciosa capilla de Sudeley.
En 1855 el Castillo pasó a manos de John Dent y su esposa Emma, cuya labor en su reconstrucción fue encomiable. En el interior, se exhibe una colección de sus diarios, cartas y álbumes donde se explican los esfuerzos que llevó a cabo por devolverle a Sudeley el sitio que le correspondía por su importancia histórica. Además de ésta, otra exposición con los trajes y vestidos de las esposas de Enrique VIII.
Dimos por finalizada la visita cuando ya era la hora de cierre, así que volvimos paseando tranquilamente hasta el coche y ya pusimos rumbo a nuestro nuevo hotel, el Bed and Breakfast Croft House Guest Suite, en Painswick, a unos 40 kilómetros al sur.
Más que un hotel, como su nombre indica, es una casa de huéspedes, con solo dos habitaciones y un trato -como podríamos comprobar en diversas ocasiones- de lo más familiar.
Cuando llegamos dejamos el coche un poquito más abajo de la entrada y fuimos a conocer a Martyn, el propietario, con quien ya habíamos intercambiado distintos correos desde que hicimos la reserva. Un tío amable donde los haya, simpático y siempre dispuesto a ayudar. Nos enseñó la que iba a ser nuestra habitación durante los próximos días mientras intercambiábamos opiniones sobre nuestra experiencia en Los Cotswolds y en Inglaterra, en general.
Hemos de decir que la habitación se lleva un 10 por comodidad, amplitud,… Lo único malo es que no teníamos cobertura en su interior y, si queríamos llamar o usar el ordenador, teníamos que salir fuera. Aún así, y desafortunadamente, le dimos buen uso al cuarto… 🙁 Más abajo os explico el porqué.
Tras dejar nuestras maletas y despedirnos de Martyn hasta la mañana siguiente, ya que teníamos el desayuno incluido, nos fuimos a buscar un lugar donde cenar. Yo seguía un poco revuelta con el estómago y no me encontraba con muchas ganas de comer nada, pero Sergio tenía hambre y no era plan de irnos a dormir sin haber cenado.
Encontramos abierto un restaurante a unos 5 minutos a pie de la casa, «The Falcon Inn», y como era de las pocas opciones que vimos abiertas, no nos lo pensamos mucho y entramos. El sitio es muy chulo, y Sergio se pidió una pasta que estaba muy rica (según él porque yo no la probé); yo, como os digo, no me encontraba con ganas de nada, pero pedí unos mejillones al vapor, esperando no sentirme peor después de cenar…
Volvimos al hotel para organizar un poco el planning y descansar peeeero…. aquí comenzaron mis desafortunados días posteriores donde, debido a una gastroenteritis con fiebre, casi todos nuestros planes tuvieron que ser cancelados y/o modificados.
Nunca, jamás de los jamases, me había puesto mala durante uno de nuestros viajes. Bueno, pues alguna vez tenía que ser la primera. Desgraciadamente, por causa de mi enfermedad, tuvimos que anular visitas a sitios a los que teníamos muchas ganas, como la Catedral del Gloucester, Bath, Tetbury, Cirencester, Castle Combe, Cowley Manor o Burford… 🙁
Miércoles, 14 de Junio de 2017.
Como comprenderéis, de este día no hay mucho que contar, porque no pudimos ir a ningún sitio. Por eso no escribo un post aparte…
Al levantarse, Sergio fue a desayunar y ya le comentó a Martyn lo que había pasado. Éste, muy amable, se molestó en buscarnos un médico al que pudiese ir (Sergio ya había llamado al seguro que llevábamos contratado) y pedirnos cita, además de mandarme un plátano y un poco de pan para desayunar yo, cosas que apenas probé.
A las 12:30 teníamos la cita en el Gloucester Health Access Centre y allí me atendió un médico hindú de lo más amable que he visto en mi vida. Me recetó unas pastillas las cuales, para que me las dieran en la farmacia, un poco más y tengo que pasar por el polígrafo para demostrar que yo era Lidia Palacio; ¡y solamente era tipo omeprazol! Como para pedir tranquilizantes, ansiolíticos o cosas por el estilo…
Del médico pasamos por un supermercado para que Sergio comprase algo para comer y cenar y… ¡para casa! Yo no era capaz a nada más que estar en la cama, dormir, ir al baño y volver a la cama. Creo que jamás me había dado una gastroenteritis así de fuerte. Y, vaya por dios, va a darme de vacaciones… En fin, esas cosas no se pueden prever, así que… A ver cómo pasaba la noche y qué hacíamos al día siguiente, que teníamos un nuevo cambio de hotel… ¡Ay!