Martes, 19 de Mayo de 2015.
Hoy ya comenzábamos a madrugar en nuestro segundo día en Kioto, para aprovechar el tiempo al máximo. De hecho, ya estábamos prácticamente acostumbrados al “horario japonés”, es decir, madrugar más de lo que solemos hacer durante las vacaciones, a la vez que nos acostamos más tempranito. Y es que en Japón hay muchas cosas que cierran muy temprano (los templos, algunos centros comerciales…), pero también abren antes de lo que suele verse en otros países, así que lo mejor es organizar los días de este modo.
Total, que a las 7 de la mañana ya estábamos en pie y en media hora salíamos camino de la estación para desayunar en un sitio llamado “Mr Donut”, que iba a convertirse en nuestro lugar de desayuno durante todos los días que estuvimos en Kioto. Y es que estaba todo riquísimo: el café, el chocolate, los zumos… y los donuts… ¡Ay los donuts! Cada vez que me acuerdo, se me hace la boca agua; y jamás habíamos visto tanta variedad y de tantos sabores distintos. Os recomiendo que probéis alguno si pasáis por allí.
Una vez acabamos el desayuno, salimos a la estación de autobuses y compramos en la máquina expendedora el pase diario para cualquier bus, que cuesta ¥500 por persona. Habíamos echado cuentas el día anterior y la amortizaríamos sobradamente.
Nuestro primer destino del día era “Nishiki Market”, una estrecha calle de cinco bloques de largo, en la que se encuentran más de 100 tiendas y restaurantes. Conocido como “La Cocina de Kioto”, este mercado se especializa en todo tipo de comida: marisco fresco, pickles japoneses, tés, especias, arroces,… Todo lo necesario para cocinar cualquier plato tradicional nipón.
Unos meses antes, buscando cosas para la organización del viaje, encontramos una página que organizaba actividades guiadas por varias ciudades de Japón, y una de las visitas que proponían en Kioto era la del Mercado de Nishiki. Nos pareció muy interesante, ya que pensamos que visitar esta zona de la ciudad sin tener a nadie que supiese explicarnos lo que íbamos viendo en cada tienda o puestecito, no sería lo mismo… Así que decidimos reservarlo y la verdad que fue todo un acierto.
La web se llama “Japan Experience”, y está muy bien puesto que el pago de la actividad que elijas la haces directamente al finalizar la visita, sin tener que pagar nada por adelantado. Al hacer la reserva, te envían un mail (si no es inmediatamente, a los pocos días) para confirmar el sitio de encuentro y la hora, y siempre puedes cancelar tu reserva sin ningún tipo de problema.
Pues nada, teníamos que estar en la entrada de “Teramachi Arcade” a eso de las 9 de la mañana, creo recordar, así que desde la estación de Kioto cogimos el bus número 5 y nos bajamos en la parada de Kawaramachi Station. Desde allí hasta el punto de encuentro, hay unos 5 minutos a pie; toda esa zona de Kioto es muy comercial, llena de tiendas de ropa, de deporte, zapaterías, cafeterías,…
Un poquito antes de la hora ya estábamos en el sitio de encuentro indicado y al rato llegó la chica que iba a ser nuestra guía: Saki. Un encanto de persona que, aparte de explicarnos todo lo que fuimos viendo en el mercado, no dudó en contarnos muchas historias del país, de su ciudad, su familia… ¡Fue una de las mejores experiencias en Japón! Además, solamente había otra pareja de chicos recién casados que venían de Rumanía, así que teníamos a la guía solo para nosotros cuatro. ¡Un lujo!
La visita duró como hora y media, y durante este tiempo pudimos aprender muchas cosas nuevas sobre la gastronomía japonesa. Hay multitud de productos que nosotros no habíamos visto en la vida. ¡Ah! Y algo muy interesante, es que en la mayor parte de las tiendas, puedes probar las cosas que venden, de este modo, al menos sabes si lo que te quieres comprar te gusta o no… jeje…
Al terminar la visita, le pagamos a Saki (¥3000 nos costó para los dos) y nos despedimos no sin antes darle mil gracias por todo lo que nos había enseñado y felicitarla por su gran trabajo.
Como durante el trayecto del tour no nos había dado tiempo a hacer las compras que queríamos (pero sí de tomar nota de lo que nos había gustado), volvimos a hacer el camino del mercado en sentido inverso. Esta vez, parándonos de nuevo para comprar todo aquello a lo que le habíamos echado el ojo a la ida…
Ya con las compras hechas, y antes de salir de lo que es el callejón del mercado, nos acercamos a un pequeño templo que hay dentro del mismo: “Nishiki Tenmangu”, muy popular entre los comerciantes porque se dice que proporciona prosperidad a los negocios. Pero también es conocido por su estatua de un toro, el cual hará que tengas buena suerte en los estudios, si le tocas la cabeza.
Eran como las 12 de la mañana cuando, finalmente, salimos del mercado y nos dirigimos a coger un autobús para ir a nuestro siguiente destino, el “Castillo Nijo”. Para eso, teníamos que coger en Shijo dori el autobús número 12, que te deja al ladito.
Y aquí, una de las anécdotas que más nos llamaron la atención de todo el viaje y que con más cariño recordamos. Estábamos en lo que creíamos que era la parada correcta pero, para confirmarlo, nos pusimos a mirar el mapa que había. El caso es que, entre comprobación y comprobación, se nos acercó un señor con un peto naranja que estaba allí “trabajando” (y lo pongo entre comillas porque a día de hoy, no tenemos claro si estos señores son trabajadores de la compañía de autobuses, del ayuntamiento de la ciudad… o simplemente voluntarios que ayudan a la gente a tomar el bus correcto). Total, que se nos acercó y –como siempre por señas- le indicamos que queríamos ir al Castillo Nijo; él miró el mapa y consultó unos papeles que llevaba y nos confirmó que nuestro autobús era, efectivamente, el 12 y que estábamos en la parada correcta. Así que nada, nos pusimos a la cola (porque los japoneses son taaaaan ordenados que también para subir a los transportes públicos hacen cola) a esperar a que llegase.
Pasaban los minutos y no había forma de que el 12 se acercara… Nosotros estábamos tranquilos porque sabíamos que estábamos en el sitio correcto, pero el señor que nos ayudó…. ¡ay madre! ¡Él estaba de los nervios! ¡Y solamente porque nos veía esperando! Cada poco nos miraba, nos sonreía y nos decía algo así como “ahora llega, ahora llega”… Jajaja… Y hubo un momento en que, a lo lejos, vio aparecer lo que él creía que era el 12; total, que se puso a correr un buen trecho para ver si lo era y… ¡no! ¡Era el 11! Volvió a correr de vuelta y, pidiéndonos mil perdones, nos confirmó que aún no llegaba. ¡Ni que él tuviese la culpa! Intentamos hacerle entender que no se preocupase, que no pasaba nada, pero cada vez se le veía más nervioso. ¡Pobre! Ahí volvimos a darnos cuenta de que los japoneses llevan en los genes el sentido de la amabilidad, del servicio a las personas, del respeto… Es una pena que esto nos llame tanto la atención, porque debería ser así en todos los sitios, pero estamos tan acostumbrados a que no lo sea…
En fin, que de repente…. ¡el 12! ¡Sí! Al señor se le iluminó la cara con la sonrisa que nos dirigió y, obviamente, no podíamos hacer otra cosa que devolvérsela y hacer mil reverencias para que entendiese lo agradecidos que estábamos por su ayuda. Aún subidos ya en el bus, le dijimos adiós con la mano y nos devolvió el saludo tan alegre, que no pudimos dejar de comentar lo que nos había pasado durante todo el viaje. Y, como os digo, a día de hoy, es algo que seguimos contando cuando hablamos de nuestra “aventura nipona”.
En unos 20 minutos llegamos a la parada de “Nijo Castle”, unos de los mejores ejemplares existentes de castillo feudal y Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde 1994. La entrada nos costó ¥600 y nos pareció una visita muy interesante.
Este castillo fue fundado en 1603 por el primer shogun del período Edo. De 1868 a 1939 fue utilizado como Palacio Imperial y luego fue donado a la ciudad y abrió sus puertas al público. Todo el complejo está rodeado de un foso lleno de agua y tiene 3 entradas distintas (norte, este y oeste), aunque a día de hoy la única que está abierta es la del este, por lo que hay que ir por allí si se quiere acceder al interior.
Dentro de los terrenos, hay dos zonas bien diferenciadas:
– Ninomaru Palace: Compuesto por 5 edificios que también pueden visitarse por dentro. Algunos de ellos son muy especiales, ya que hay unos “armarios” dentro de las habitaciones en cuyo interior había guardias listos para salir en caso de peligro para el shogun.
– Honmaru Palace: Ubicado al oeste del anterior y rodeado de otro foso.
Además de los edificios, el terreno está rodeado de una vegetación increíble e increíblemente bien cuidada: árboles, plantas y flores llaman la atención hacia cualquier sitio al que mires. Pero, sobre todo, hay dos jardines:
– Ninomaru Garden: De estilo japonés y que incluye un gran estanque rodeado de hermosos pinos; se encuentra entre el palacio homónimo y el foso interior.
–Seiryu-en Garden: En la parte norte del foso y construido en 1965 para albergar algunos eventos especiales –como ceremonias del té-, utilizando las piedras de las ruinas del Honmaru Palace.
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La visita fue muy chula y mereció mucho la pena. Y, al salir, ¡sorpresa! Un grupo de niñas japonesas vestidas con kimonos tradicionales me piden si puedo sacarme una foto con ellas. ¡Pero por supuesto! Yo creo que me hizo a mí más ilusión que a ellas… ¡jajaja! Por cierto, esta no iba ser la única vez que nos pasara algo parecido…
Como era temprano y vimos que no quedaba muy lejos, decidimos ir hacia Kyoto Koen (parque de Kioto) caminando, para visitar por fuera el Palacio Imperial. Nos llevó unos 30 minutos.
Para visitar el palacio por dentro, se requiere una reserva previa y unos cuantos trámites para conseguirla; como habíamos leído que tampoco es que mereciese mucho la pena, no hicimos la reserva y solamente vimos los alrededores.
Bueno, antes de llegar al parque lo que hicimos fue almorzar porque nos entró el hambre por el camino. Encontramos un restaurante muy típico japonés en los que no suelen encontrarse extranjeros (de hecho, los únicos “forasteros” que había dentro éramos nosotros). Se trataba de uno de estos restaurantes en los que tienen una máquina con los dibujitos de los platos (bueno, también “tiene letras”, pero como no las entendíamos, pues nada, a mirar los dibus), escoges los platos que quieres, introduces el importe correspondiente, te sale un ticket que le das al camarero y te sientas en la barra a esperar que te lo sirva. Si quieres, no hace falta intercambiar ni una sola palabra con nadie. ¡Qué extraño nos resultó!
La comida estaba bastante buena, a pesar de que mi plato llevaba curry muuuuy picante… jijiji… Comimos los dos por ¥1220, rodeados sobre todo por hombres de trabajo que llegaban, escogían a tiro fijo el plato, comían en un suspiro y se iban. ¡Nosotros fuimos los que más tardamos!
¡Ah! Otra cosa… os vais a reír cuando os diga cómo se llamaba el restaurante… ¡”Taskky”! Y os juro que no es broma.
Cuando salimos del Parque de Kioto volvimos a coger de nuevo un bus, esta vez el número 9, para volver a la estación central. Queríamos hacer unas compras por allí y echar al correo alguna postal que habíamos escrito a la family.
Como habíamos pateado bastante, decidimos ir a dejar todas las bolsas al hotel y descansar un rato.
A eso de las 6 de la tarde, estábamos preparados de nuevo para descubrir otra zona de la ciudad que por la noche tiene un encanto muy especial: el barrio de Gion.
Se trata de uno de los barrios de geishas más conocidos de todo Japón, aunque en la Edad Media, cuando nació, era una zona donde se hospedaban los peregrinos que iban al Santuario Yasaka.
En los últimos años, la figura de las geishas (o geiko, como son llamadas en Kioto) en Japón se está volviendo más y más rara, pero en este barrio aún pueden verse de vez en cuando alguna. Lo difícil es poder sacarles alguna foto, porque suelen huir de las cámaras. Como ejemplo, os pongo una imagen, la única que pudimos obtener; sí que vimos alguna más, pero procuramos siempre no molestarlas porque sabemos que no les gusta que “las ataquen” con los flashes… (cosa normal, por otra parte).
La arquitectura de los edificios del barrio es la típica de las casas de madera de los viejos comerciantes japoneses, llamadas machiyas. Muchas son casas particulares pero otras albergan muchas tiendas de recuerdos, artículos tradicionales japoneses, restaurantes y casas de té (llamadas ochayas).
A pesar de que en nuestra guía llevábamos anotada una ruta preestablecida para conocer las distintas zonas del barrio, nos pareció mejor idea pasear sin rumbo fijo y perdernos por las callejuelas estrechas, suavemente iluminadas por farolillos y, en el mejor de los casos, vacías de gente.
Fue un paseo de lo más agradable y, si lo que habíamos visto hasta ahora de la ciudad nos había encantado, con este paseo tranquilo nos enamoramos de Kioto.
Llegada la hora de cenar quisimos ir a alguno de los restaurantes situados en la zona de Pontocho. Se trata de un estrecho callejón que va desde Shijo-dori hasta Sanjo-dori, a lo largo del río Kamo.
Los restaurantes que dan hacia el río suelen tener terrazas alzadas sobre los bancos de arena, y en uno de ellos fue donde cenamos. He de decir que la cena no estuvo mal, estaba todo muy bueno, pero para mi gusto comimos mucho más rico en otros sitios durante el viaje y muchísimo más barato. Probablemente aquí, lo que más se pague, sea el sitio, las vistas… Podemos decir que esta cena fue “el capricho del viaje”. Disculpadme, pero no recuerdo el nombre del restaurante; lo que sí os dejo es una foto:
Salimos de cenar bastante tarde –para la media que solía ser hasta entonces-, dimos nuestro último paseo por la zona y volvimos a coger el bus hacia el hotel. En esta ocasión, en una parada de Shijo-dori; cogimos el número 207, que nos dejó justo en frente del hotel. ¡Un lujo! 😉
Estábamos muy cansados, así que nos fuimos a dormir nada más llegar. Además, el día siguiente iba a ser muuuuy especial, sobre todo para mí,… pero eso… eso os lo contaré otro día…
GASTOS DEL DÍA:
desayuno «Mr Donut» (Kyoto Station): ¥1768
tarjeta autobús (2): ¥1000
tour por Nishiki Market: ¥3000
entrada al Castillo Nijo: ¥1200
comida en «Taskky»: ¥1220
cena en Pontocho: ¥17510
TOTAL: ¥25698 (aprox.189€)