Martes, 07 de Junio de 2016.
Hoy creo que fue el día que más tarde nos levantamos de todo el viaje: ¡las 9! Y es que el plan que teníamos para la mañana, no comenzaba hasta las 11, hora en la que teníamos que estar en un lugar concreto del Village.
Os cuento: unos meses antes de nuestra partida, investigando y buscando cosas nuevas para hacer en Nueva York, encontramos por casualidad la web de «Foods of New York Tours» y nos pareció que sería algo chulo de hacer: combinar una visita gastronómica a la vez que conoces alguno de los barrios más emblemáticos de la Gran Manzana. Hay varias opciones entre las que escoger y, después de mucho mirar, nos decidimos por el «Original Greenwich Village Food and Culture Tour», una zona que nos encanta pero que en las anteriores ocasiones no habíamos disfrutado demasiado. Total, que compramos nuestras entradas a través de la página web y, de inmediato, nos enviaron un mail de confirmación con todos los datos y un e-ticket que teníamos que llevar impreso y mostrar a nuestro guía. Si no recuerdo mal, pagamos por cada uno $60 por el tour que duraría 3 horas (aunque luego se alargó un buen rato más).
El lugar de encuentro era una tienda situada en Bleecker Street, entre la 6ª y la 7ª Avenida, vamos, en pleno Greenwich Village. La visita comenzaba a las 11 de la mañana, aunque recomiendan estar allí como 15 minutos antes. De ahí que nos tomáramos la mañana con calma y, como sabíamos que íbamos a comer de lo lindo, nos tomamos un desayuno de lo más frugal antes de coger el metro -concretamente la línea D-, que en 15 minutos y sin transbordos, nos dejó cerca de nuestro destino.
Desde el mismo lugar partían más tours de varias empresas distintas, así que nos juntamos bastante gente por allí. Enseguida comenzamos a hablar con una señora que, a pesar de ser de New Jersey, chapurreaba algo de español porque vivía y trabajaba en Italia. Resultó que íbamos a estar en el mismo grupo, así que hicimos buenas migas con ella. Mientras hablábamos de esto y aquello, llegó nuestra guía, Barri (sí, parece nombre de chico, pero era una chica…) que se presentó y nos unió a todos -éramos como unos 12- y enseguida nos dimos cuenta de que, para entenderla bien, había que estar con los 5 sentidos al 100%: y es que hablaba más rápido que el tío aquél de los «micro machines»… ¿os acordáis? ¡Jajaja! Aún así, no nos quejamos y entendimos todo bastante bien; la señora de la que os hablaba arriba flipaba porque decía que incluso a ella a veces le costaba seguirla… Jeje… Bueno, voy a permitirme tener un momento de arrogancia (pido perdón por adelantado a quien pueda molestar) y decir que, después de este tour, estamos muy orgullosos de nuestro nivel de inglés. 😉
Después de repartirnos una botella de agua para cada uno, nos pusimos en marcha: ¡a caminar y a comer! Ya desde el primer momento, Barri nos fue contando anécdotas e historias de los sitios por los que pasábamos y donde íbamos parando.
El primero de ellos, a apenas 150 metros del meeting point, fue «Joe’s Pizza», toda una institución en el Village, fundada en 1975 por un napolitano que a sus 75 años aún sigue regentando el local.
Publicaciones tan importantes como Time Out New York o New York Magazine, siempre tienen en su top 10 a Joe y sus pizzas, una de las cuales dimos buena cuenta entre todos:
¡Estaba buenísima! Nada que envidiar a cualquiera que hayamos probado en nuestros distintos viajes a Italia.
Como anécdota, Barri nos contó que este lugar era muy frecuentado por Leonardo diCaprio cuando está en la ciudad; eso sí, si quisiésemos intentar verlo comiendo un buen taglio de pizza, deberíamos ir de madrugada, que es cuando suele pasarse por allí. En una de la paredes del local podemos ver multitud de fotos de famosos con Joe en su pizzería. Oye, qué pena que no había ninguno cuando nosotros fuimos… jeje…
Siguiente parada: «O & Co. Olive Oil Shop», una tienda especializada en aceites de todo tipo. Aquí pudimos hacer una cata de varios de ellos sobre distintos tipos de pan, así como algo que nos llamó la atención porque nunca lo habíamos probado y que nos gustó mucho: palomitas hechas con aceite de trufa… mmm… ¡qué buenas estaban!
Además, nos atendió una chica muy maja que nos explicó muchas cosas sobre el aceite, sus propiedades, su elaboración… Quizás para nosotros, viniendo de un país donde el aceite de oliva es el pan nuestro de cada día, no nos sorprendió tanto todo, como podéis imaginar, pero al resto del grupo -australianos, americanos, alemanes, checos…- flipaban en colores.
Seguimos por la misma zona, entre Bleecker y Carmine Street, probando especialidades italianas. En esta ocasión una «croqueta de arroz» (yo la comí en Roma varias veces y allí la llaman supli) en una de las tiendas italianas con más solera del Village y de Nueva York: «Faicco’s». Entrar en esta tienda y comenzar a salivar y a querer comer todo lo que allí tienen es uno… ¡madre mía! Es enorme y venden carnes, quesos, aceites, postres y, sobre todo, sus famosos sandwiches y rice balls (lo que nosotros probamos).
Ya estábamos bastante llenos, pero aún quedaban muchas más cosas y una de ellas seguía teniendo que ver con arroz. ¡Yo encantada! Porque es uno de mis platos preferidos… 😉
Esta vez, nos dirigimos al restaurante «Home», que es súper estrechito, pero que al fondo tiene un jardín muy chulo donde pudimos saborear un delicioso risotto.
Tuvimos muchísima suerte y nos hizo una mañana espectacular, así que agradecimos mucho poder estar un ratito sentados todos juntos al aire libre para descansar e intercambiar opiniones.
Al salir de «Home», y antes de nuestro siguiente bocado, Barri nos llevó a un lugar que a mí me encantó. Se trata de «The Cornelia Street Café», que además de ser restaurante, al fondo tiene un pequeño escenario donde se llevan a cabo diversas performances. Nos sentamos allí, junto al escenario, aunque desafortunadamente, al ser por la mañana, no había ninguna actuación; y fue entonces, cuando nuestra guía nos contó una súper anécdota que a mí me cautivó… ¡fue en este lugar donde Sarah Jessica Parker tuvo su primera cita con Matthew Broderick! Como gran seguidora de la conocidísima seria «Sexo en Nueva York» podéis imaginaros la ilusión que me hizo saber esto. Jijiji…
¡Por cierto! Justo enfrente está el restaurante «Palma» donde trabajó, nada más y nada menos, que Lady Gaga… ¡durante 3 semanas! Como lo leéis, chicos. La diva de la canción -antes de serlo, por supuesto- no aguantó mucho siendo camarera… al menos en este lugar. ¡Jaja!
Después del «momento cotilleo» (que luego hubo alguno más), nos fuimos a otro de los restaurantes de nuestra ruta: el «Rafele». Por supuesto, como podréis daros cuenta por su nombre, volvíamos a probar más comida italiana (quizás era demasiada, nos habría gustado algo más variado, pero bueno, todo estaba muy rico). Aquí nos pusieron unas berenjenas a la parmesana que estaban buenas pero, sin ánimo de parecer «resabiá», las que yo hago no tienen nada que envidiarles… jeje…
Aquí nos sentamos en la barra y pudimos pedir algo de beber (cada uno tenía que pagarse lo suyo porque no venía incluido en el tour, claro está). Además, estuvimos un rato más largo de lo que había sido habitual en las anteriores paradas.
Como anécdota, el dueño del bar se había presentado hacía algunos años a un concurso de cocina muy famoso en la tv norteamericana -tipo Masterchef o algo así- y había ganado. Barri nos dijo el nombre, tanto del chef como del concurso, pero tengo que reconocer que no me acuerdo ni de uno ni de otro…
A estas alturas de la mañana la «fartura» (como decimos por mi tierra) de comer ya era considerable, pero aún nos esperaba la traca final… ¡lo dulce! Y, en este caso, nos llevaron a dos sitios distintos para probar dos postres muy diferentes entre sí.
El primer sitio fue «Milk & Cookies Bakery». Ya con el nombre se me hacía la boca agua. Y es que yo soy super-híper-ultra-mega golosa. Y decidme si no es cuqui la entrada…
Aquí nos dieron una galleta con chips de chocolate -la típica cookie americana, vaya- recién salida del horno. Y cuando digo recién, es recién. Que no veáis cómo quemaba. ¡Y lo grande que era! Bueno, con deciros que yo no fui capaz de acabarla y le tuve que dar el último trocito a Sergio…
Ya estábamos llegando al final del tour, pero antes de llevarnos a probar nuestro último plato, Barri decidió dar un pequeño rodeo y llevarnos a ver algunos lugares de esos «con anécdota/historia» por el barrio.
El primero al que nos llevó, según las calles que íbamos cogiendo, yo ya me lo intuía… jeje… Como buena fan, ese lugar no se me podía escapar. Le pregunté a sotto voce si era donde yo creía y me confirmó que sí, con lo que el trayecto hasta allí nos lo pasamos hablando de esa serie, porque ella también era una fiel seguidora. ¿A qué lugar y a qué serie me estoy refiriendo? ¿Y si os muestro una foto? Seguro que muchos, al primer vistazo, ya lo sabréis:
¡¡¡¡Síííí!!! ¡El edificio de «Friends»! En la esquina de Bedford y Grove Street podemos ver este emblemático lugar que todos los amantes de la serie ambientada en Nueva York conocemos mejor que muchos edificios de nuestra propia ciudad, ¿verdad? Bueno, imagino que sabéis que aquí no se rodó ninguna escena de la serie; ésta se grababa en Los Angeles, pero tenían la imagen de este edificio como aquél en el que vivían Rachel, Monica, Chandler y Joey.
Con esta, era la tercera vez que estaba en ese lugar y en todas me hizo la misma ilusión verlo.¿Demasiado friqui? No me juzguéis, por favor…
Pero algo que no sabíamos ninguno de los que estábamos allí es que este otro edificio, que está justo en la otra esquina…
… era la casa de uno de los fundadores de la empresa de juguetes «Mattel». Seguro que la conocéis, ¿no? Los creadores de la famosísima muñeca Barbie o los juegos de Fisher Price. Bueno, pues uno de los dos señores que la fundó vivía en este edificio con su mujer y sus dos hijos, un chico y una chica. Y ¿a que no sabéis cómo se llamaban los chavales? ¡Barbie y Ken! Cuando Barri nos lo dijo yo pensé que estaba bromeando y no me lo tomé en serio, pero resulta que sí, que era verdad. Imagino que los muñecos adoptaron los nombre y no al revés… ¡madre mía! ¡Jajaja!
Seguimos con nuestro paseo por el Village antes de finalizar la visita y os quiero hablar otra vez de Lady Gaga. ¿Recordáis aquel «traje» de chuletas que llevó en algún sarao de estos que organizan las celebs? Quién no, ¿verdad? Bueno, pues si quisierais comeros una chuleta del estilo que llevó la cantante, no tenéis más que acercaros a esta carnicería:
Pues sí: estos son quienes surtieron a la señorita Gaga con la carne que formaba parte de aquel… lo que fuera.
Una última parada antes de llegar al destino final. Este edificio que, seguramente, pasa inadvertido para todo el mundo porque se parece a muchos de los que hay por la zona:
¿Pero qué os parece si os cuento que esta es la casa que Leo DiCaprio le regaló a Gisele Bündchen cuando salían juntos? Un milloncejo de dólares de nada le costó al chaval; calderilla para él seguramente. Pero lo más «gracioso» es en cuánto lo vendió la modelo cuando se separaron y se fue a vivir a otro lugar: ¡11 millones de dólares! No me digáis que eso no es hacer un buen negocio… jajaja…
En fin, después de finalizado el paseo y la sección de prensa rosa, nos fuimos a la «Pasticceria Rocco», donde probamos los que dicen son uno de los mejores cannoli de la ciudad. Estos son unos dulces típicos de Sicilia, que consisten en una masa enrollada en forma de tubo que están rellenos con una crema entre cuyos ingredientes principales está el queso ricotta.
Yo no sé si es que estaba ya demasiada llena de todo lo que habíamos comido, cansada de lo que habíamos caminado o ambos, pero el caso es que a mí no me gustaron excesivamente, la verdad; me quedo con la cookie que habíamos probado con anterioridad.
Y aquí dimos por finalizado nuestro tour. Un tour que, si bien tendría que haber durado 3 horas, se alargó a más de 3 y media. Así que eran casi las 3 de la tarde cuando nos despedimos de Barri dándole las gracias por la visita y por todas las cosas que habíamos aprendido con ella.
Nos apetecía tomarnos algo por el barrio y sentarnos un ratito, que la pateada había sido importante, así que volvimos al «Cornelia Street Café», nos sentamos en la barra y nos tomamos un par de sangrías muy buenas y fresquitas, que nos sentaron como el mismísimo cielo.
Tras descansar un rato, nos pusimos rumbo a uno de los parques que más nos gustan de la ciudad, en Washington Square, donde el cielo empezó a nublar de una forma… «sospechosa». Uy, uy, uy… ¿se nos iba a estropear el plan que teníamos para la tarde? Éste era cruzar el puente de Brooklyn, experiencia que ya habíamos vivido en la anterior visita a Nueva York, pero que nos apetecía volver a vivir. Peeeeero….. ¡noooo! ¡Empezó a llover de una forma torrencial! Así que sí, se nos estropeó el plan… ¡Ooooh! 🙁
Teníamos la esperanza de que parase un poco, así que nos resguardamos en un soportal de una tienda del Soho. Allí estuvimos un buen rato esperando que la lluvia nos diese una tregua; pero la muy … no lo hizo y tuvimos que cambiar de planes sobre la marcha. ¿Y qué íbamos a hacer con la que estaba cayendo? No nos apetecía demasiado -especialmente a Sergio, a decir verdad-, pero decidimos hacer un poco de shopping, así que cogimos el metro en la parada de Spring Street (la más cercana al lugar en el que nos encontrábamos) y nos bajamos en Herald Square.
En esta zona la posibilidad de hacer compras es infinita, como en casi toda la ciudad, pero aquí se dan cita dos de los lugares que más me apetecía ver (insisto: a mí, porque Sergio pasaba absolutamente del tema): «Victoria’s Secret» y los grandes almacenes «Macy’s». Por ambos estuvimos un ratito deambulando sin comprar nada, pero a Sergio empezó a entrarle un dolor de cabeza muy fuerte y el jaleo que había por la zona no le hacía nada bien, así que decidimos ir un ratito a descansar. Como había dejado de llover, decidimos ir caminando y en apenas un cuarto de hora llegamos a nuestro querido Night Hotel.
Sergio se acostó un rato para ver si se le pasaba la cabeza y yo aproveché para poner un poco las cosas en orden: fotos, mensajes a la familia y amigos y, especialmente, buscar un sitio donde cenar. Y es que nos apetecía comida japonesa, así que «tiré de» Foursquare -una aplicación con la que siempre hemos encontrado muy buenos restaurantes- y descubrí una joya escondida (y digo «escondida» porque la fachada de este lugar, con una puerta muy chiquitina, estaba llena de andamios por obras): el «Ootoya«, a 500 metros del hotel.
Cuando Sergio se despertó, ya bastante mejor de su dolor, se lo comenté y le encantó la idea, así que a eso de las 7 de la tarde salimos en busca del restaurante.
Entrar allí fue como volver a Japón, y es que es la única comida que hemos tomado fuera del país nipón, que nos supo exactamente igual que la que tomábamos allí. Nos pedimos un par de menús que venían, como en cualquier restaurante de Japón, con su sopa miso, su arroz, su pescado… mmm…. ¡estaba todo espectacular! Y nuestro camarero fue encantador… ¡cómo no! ¡Era japonés! 😉 No es que fuera barato, pagamos $79, pero mereció absolutamente la pena. Lo recomendamos 200%.
Ya de vuelta al hotel, aprovechamos para despedirnos del día con estas imágenes del «centro del mundo»…