La idea de una escapada a Salamanca llevaba rondando por nuestra cabeza desde nuestro viaje a Lisboa, en 2014, cuando hicimos noche en la ciudad, a nuestro regreso de Portugal. No era la primera vez que ambos visitábamos la capital charra; de hecho, Sergio había estado de pequeño con sus padres y yo de viaje de estudios, allá por mis 17 años…, pero sí era la primera vez que íbamos juntos. Y nos dejó tan buen sabor de boca y descubrimos tantos sitios bonitos, que estábamos deseando volver.
Y sí, tardamos en hacerlo, pero finalmente el pasado fin de semana lo organizamos y nos fuimos hasta allá.
El hotel lo reservamos a través de María y Rubén de «Viajes Callejeando por el Mundo», que nos dio el mejor precio para el Eurostars Las Claras, que entre todos los que miramos era el que más nos gustaba: bajábamos en coche, así que necesitábamos que tuviese parking, y como a Sergio le gusta eso de desayunar en los hoteles y al desayuno lo puntuaban con muy buena nota… ¡adjudicado! Y fue todo un acierto.
Pero para aquellos que os guste algo más rural, también descubrimos una página donde podéis encontrar alojamientos súper interesantes, bonitos y a buen precio: «CasasRurales.net».
Teniendo en cuenta que Salamanca no es sólo su capital -que nosotros visitamos y que os contamos en este post-, sino que tiene pueblos y lugares maravillosos a su alrededor por los cuales hacer una ruta que puede resultar muy interesante (Candelario, Ciudad Rodrigo, La Alberca…), seguro que la opción de alguna casita rural como las que tienen aquí está fenomenal.
Salimos de casa a eso de las 9 de la mañana, sin prisa, pero sin pausa. El camino hasta allá se hace todo por autopista, así que se hace más bien aburrido y pesado. No paramos en ningún momento y en algo menos de 3 horas llegamos al hotel.
Tuvimos la buena suerte que, a pesar de no ser la hora, había habitación para nosotros, así que pudimos hacer el check-in sin tener que esperar. Nos dieron una habitación en el cuarto piso, enorme, muy confortable (la cama era una gozada, king-size), y muy silenciosa -como pudimos comprobar esa noche-:
Sin perder mucho tiempo, nos refrescamos un poco, cogimos lo necesario y comenzamos a explorar, una vez más, Salamanca.
Nosotros ya la conocíamos de ocasiones anteriores, como os decíamos más arriba, pero si es la primera vez que la visitáis, podéis optar por hacer un free tour en español, para «haceros un poco con la ciudad», antes de explorarla más a fondo. Aquí os dejamos una opción fantástica:
Nuestra primera visita la teníamos clara: ¡La Galatea! Se trata de una librería anticuaria que habíamos descubierto casi por casualidad durante nuestra anterior visita a la ciudad y de la que, desde el minuto uno, nos habíamos enamorado.
Unos días antes de ir hablamos con Begoña, su dueña, quien nos recibió de nuevo en «su casa» con los brazos abiertos; como sabe de nuestros gustos, ya nos había mirado algún que otro libro que estaba segura que nos iban a encantar, como así fue. Después de una charla de lo más entretenida (donde siempre aprendemos cosas nuevas), de unas cuantas recomendaciones para el fin de semana, de estudiar con detenimiento los libros y de disfrutar del lugar, Sergio se decidió por un libro y yo por otro… ¡nuestra colección va poco a poco en aumento! 😉
Chicos, si vais a Salamanca, no podéis dejar de ir a «La Galatea»; apuntad: calle Libreros, 28 (¡no tiene pérdida!).
Dejamos la bolsa allí para pasar por la tarde a por ella y poder despedirnos de Begoña y nos fuimos a comer. De nuevo lo teníamos claro y como esa noche teníamos reservado en un restaurante que nos habían recomendado, decidimos tapear un poquito, para no llenarnos mucho, y volvimos una vez más a la «Taberna Dionisos», que ya conocíamos del anterior viaje, para volver a probar su variedad de tostas. Está situada en la calle Íscar Peyra, a unos 500 metros de donde estábamos, así que en 5 minutos llegamos. Había poca gente, -y eso que eran ya las 2 de la tarde-, así que no tuvimos problema en encontrar mesa. Pedimos un par de cervezas y una tabla de tostas, donde pudimos degustar varias de distintos tipos, todas riquísimas.
Para tomar el café nos decantamos por todo un clásico: el «Café Novelty». Fundado en 1905 y situado en la Plaza Mayor, es el establecimiento más antiguo de la ciudad, y desde sus orígenes ha sido un punto clave de la vida social, política y cultural de Salamanca. En sus más de cien años de vida, el Novelty ha servido banquetes a personajes tan ilustres como Alfonso XIII, y ha sido lugar de tertulia y encuentro de los más importantes escritores y artistas de la Historia, como Unamuno, Carmen Martín Gaite o Gonzalo Torrente Ballester, cuya escultura podemos ver hoy sentado en su sitio habitual del café.
Nos tomamos tranquilamente nuestro café que, por cierto estaba muy rico (y nada barato…) y al salir aprovechamos para dar un paseo por una de las zonas más conocidas de Salamanca y lugar de encuentro de salmantinos y foráneos: la Plaza Mayor, declarada Monumento Nacional en 1935. Pasear por allí, a pesar de los cientos de personas que te encuentras a cualquier hora del día, es una verdadera delicia.
Por cierto ¿veis el elefante del revés de la foto? Bueno, no está ahí siempre… quienes conocéis la ciudad lo sabréis… jeje. Se trata de parte de una exposición de la que Begoña nos había hablado, del artista catalán Miquel Barceló; exposición que forma para de la Conmemoración del VIII Centenario de la Universidad de Salamanca, que se cumple el próximo año. Más tarde veríamos alguna parte más de la misma.
Salimos de la Plaza Mayor y comenzamos a callejear para llegar al lugar donde teníamos que recoger las entradas para la visita nocturna que íbamos a hacer. Pero antes, por el camino, no pudimos más que visitar otros lugares emblemáticos de la capital charra. Uno de ellos, sin duda, la fachada de la Universidad:
Su construcción fue ordenada por los Reyes Católicos y finalizada bajo el mandato de Carlos I. Considerada la obra maestra del Plateresco Español, su decoración está llena de escudos, medallones, estructuras góticas…
Aunque si por algo es conocida sobre todo esta fachada es por su famosa rana, alrededor de la cual se han elucubrado múltiples teorías sobre el hecho que llevó a su escultor a ponerla ahí y su simbología. Cuenta la leyenda que el estudiante que fuera a estudiar a la ciudad y encontrara la rana en la fachada, tendría suerte y aprobaría sus exámenes; la versión menos creíble apoya que se trata de la firma del autor que labró las calaveras, ya que en aquella época los canteros solían dejar sus nombres en los bloques de piedra en forma de símbolos y figuras… A día de hoy, lo típico es creer que hay que ver la rana para poder volver algún día a la ciudad. La pena es que, mientras uno se entretiene buscándola, no aprecia el resto de la fachada, que es una verdadera maravilla; ya lo decía Unamuno a sus alumnos: “Lo malo no es que vean la rana, sino que no vean más que la rana”.
Unos pasos más adelante, otra «gran salmantina»: La Catedral.
Esa noche la íbamos a ver de forma muy especial, pero como en el anterior viaje no habíamos podido visitarla por dentro, decidimos hacerlo en ese momento. El precio de la entrada general, que incluye la Catedral Nueva, la Catedral Vieja, el Museo y el Claustro, cuesta 4.75 por persona, con audio guía. No voy a extenderme hablando de ella, pero es una visita que recomendamos mucho: se hace muy entretenida e interesante.
Al salir de la Catedral fuimos por la parte de atrás, por la Plaza Juan XXIII, donde está situada la exposición Ieronimus para recoger nuestras entradas para la visita nocturna. Unos días antes yo me había puesto en contacto con ellos a través del correo electrónico y las había dejado reservadas, teniendo que recogerlas antes de las 6 de la tarde del día de la visita. El precio de este tour es de 6€ por persona y nuestro turno era el de las 20:30 h.
Queríamos pasar por el hotel a recoger las chaquetas, que en las noches castellanas suele necesitarse, pero como aún teníamos tiempo de sobra pasamos antes por uno de los lugares más misteriosos de la ciudad: La Cueva de Salamanca. Su espacio físico corresponde a una cripta subterránea de la antigua iglesia de San Cebrián, que desapareció en el siglo XVI. Según la leyenda en esta cripta estaba ubicada la escuela donde Satanás, bajo la apariencia de sacristán, impartía sus doctrina de ciencias ocultas, adivinación, astrología y magia a 7 alumnos durante 7 años, tras los cuales, uno de ellos debía quedar en la cueva a su servicio, de por vida.
Justo al lado está la Torre del Marqués de Villena. Se dice que éste fue alumno de la Cueva y engañó al diablo, a costa de perder su sombra, para no quedar a su servicio.
Subimos a lo alto de la torre, desde donde se obtienen unas buenas vistas de parte de la ciudad…
Volvimos ya a por los libros que esa mañana habíamos dejado en «La Galatea», haciendo alguna que otra compra por el camino, nos despedimos de Begoña (esperemos que hasta muy pronto) y nos acercamos al hotel a dejar las bolsas y coger las chaquetas. Descansamos lo que se dice «medio segundo» y volvimos al centro, para ir a ver una última exposición antes de nuestra visita estrella del día.
Esta exposición, parte de la que habíamos visto esa mañana de Miquel Barceló, estaba en Las Escuelas Menores de Salamanca, que se sitúan justo enfrente de la fachada de la Universidad.
Se trata de 26 acuarelas pertenecientes al conjunto realizado por Barceló para ilustrar la «Divina Comedia» de Dante, entre 2001 y 2003. Yo no soy muy fan de la pintura (más que nada porque no entiendo mucho) pero he de decir que me pareció, cuanto menos, interesante. Dentro de la sala no se pueden hacer fotos y la entrada es gratuita.
En el patio de las Escuelas se puede ver también otra obra: «14 Allumettes«, que forman una suerte de bosque de cerillas usadas, realizadas en bronce en distintos tamaños.
Bien, ya casi era la hora del comienzo de la visita a Ieronimus, así que nos fuimos a esperar a que el guía nos recibiese en el punto de encuentro (el mismo donde recogimos las entradas): La Torre de la Mocha de la Catedral.
Poco más tarde de la hora ya nos habíamos juntado todo el grupo y estábamos listos para comenzar el tour guiado por Eusebio, un tipo que… ¿cómo describirlo? … nos dio la impresión que ADORA su trabajo -sí, así, con mayúsculas-. Durante toda la visita nos hizo meternos de lleno en las historias que contaba, nos hizo disfrutar de las distintas estancias por las que pasábamos, sus explicaciones, más allá de ser interesantes, se hacían atrayentes y no podías dejar de prestar atención…
Y si a tener un guía así añadimos el encanto que tiene ver la Catedral de noche, desde el triforio (a pesar de mi vértigo) y con una música y un espectáculo de luces maravilloso…
… ¿qué más se puede pedir? ¡Ah sí! Estas vistas desde las distintas terrazas:
Tras casi dos horas de visita, la cual me reitero una vez más recomiendo 100% si vais a Salamanca, nos despedimos de Eusebio y nos fuimos rápidamente a cenar, que teníamos reserva para las 22:30 y ya casi era la hora.
El lugar que había elegido (y hablo en singular ya que Sergio desconocía absolutamente dónde íbamos a ir) se llama Restaurante Salam, situado en la calle Placentinos a escasos 400 metros de donde estábamos, y fue una de las recomendaciones que me llegaron a través de Facebook de un chico de mi pueblo, cuya novia es de Salamanca (¡gracias John Paperback!). ¡No pudimos acabar mejor la noche! La comida exquisita (y muuuuy abundante), el lugar una pasada y la atención un 10 sobre 10. ¡Volveremos sin duda! Eso sí: mejor a comer, que salimos de allí «fartucos como gochinos»… jejeje…
Un último paseo atravesando la Plaza Mayor donde el ambiente a esas horas era increíble, y a descansar al hotel, que el día había sido muy intenso y había dado mucho de sí…
El domingo nos levantamos sin prisa y bajamos a desayunar, ya que lo llevábamos incluido. Ante nosotros, un buffet enorme y muchísimo donde escoger, tanto dulce como salado. Una vez acabamos, subimos recoger las cosas y bajamos a hacer el check out. Metimos el equipaje en el coche -que pudimos dejar en el parking- y nos fuimos a nuestra primera visita del día, que estaba situada justo enfrente: El Convento de San Esteban, de la orden de Los Dominicos.
La Historia de este convento es realmente interesante y tiene mucho que ver, entre otras cosas, con la evangelización de las tierras de América y Filipinas, conquistadas por los españoles. A lo largo de todo el convento, se exponen objetos, cuadros, vídeos… sobre este hecho y resulta muy curioso ver cómo algunos de los dominicos veían a los «recién conquistados indios». Muy interesante, de verdad.
Pero si lo que algo llama la atención en San Esteban es su claustro, para nosotros uno de los más bonitos que hemos visto:
La visita, por cierto, cuesta 3.50€ por persona e incluye el Claustro, la Iglesia, el Museo y el Coro; eso sí, hay que tener en cuenta que en horarios de misa el acceso al templo está restringido.
Eran ya las 12:30 cuando salimos del San Esteban y nos fuimos a tomar una cervecita y a visitar y conocer a una chica que nos había recomendado «su casa» a través del Facebook y que es tan viajera como nosotros: Elena, que regenta junto a su marido la cervecería «El Parque», en el Paseo de Canalejas.
Allí no solo nos recibieron fenomenal y nos invitaron a unas cañas, sino que también pudimos ver la cantidad enooooorme de pinchos y tapas que tienen, todas con una pinta de chuparse los dedos. Elena es un encanto y, a pesar de que no pudimos hablar demasiado porque tenía mucho trabajo, nos encantó conocerla. La próxima vez que vayamos a Salamanca, volveremos sin duda a verla. Tenlo en cuenta Elena, a ver si disponemos de más tiempo para intercambiar anécdotas viajeras. 😉
Volvimos de nuevo hacia la zona del centro un poco sin rumbo, callejeando y observando un poco con detenimiento fachadas y rincones que, cuando vas caminando hacia un destino, muchas veces pasas de largo.
También hicimos alguna que otra compra de última hora y buscamos un sitio para comer, ya que no queríamos que se nos hiciese demasiado tarde para volver a casa.
Sabemos que en la zona donde hay más turismo es mejor no comer -y no solemos hacerlo-, pero en uno de nuestros paseos, vimos un gastro-bar con una carta de tapas un poco distintas, que nos llamó la atención. Como la idea era no llenarnos mucho para hacer el viaje, decidimos quedarnos allí. El sitio se llama «Doze« y está en la calle Isla de la Rua. Pedimos una tapas para compartir que no estaban nada mal… El postre (tiramisú de limón) estaba especialmente espectacular. Mmmm…
Y así finalizaba nuestra visita exprés a Salamanca que, a pesar de no ser muy larga, dio mucho de sí. Claro que estas visitas siempre te dejan con la miel en los labios y con ganas de repetir así que… ¡hasta pronto charros!