Jueves, 09 de Junio de 2016.
Hoy teníamos en mente visitar, por la mañana, un par de lugares de la ciudad situados en una zona que casi no conocíamos: el Meatpacking District, al oeste de Manhattan.
Nos levantamos sin prisa y, tras arreglarnos y coger las cosas, nos fuimos a desayunar a nuestro sitio preferido en Nueva York: el «Europa Café». Como siempre, los ya consabidos cafés, zumos y bollos, por $15. Creo que los chicos que trabajaban allí (todos hispanos) ya nos conocían. Jeje…
Como hacía muy buen tiempo y no nos apetecía coger el metro, decidimos ir hasta el primer sitio caminando. Además, de este modo podríamos ver algo más de esta zona en la que apenas habíamos estado en nuestros anteriores viajes. Por cierto, nuestro primer destino del día, que aún no os lo he dicho, era el High Line, una de las última «adquisiciones» de la ciudad.
Total, que nos dirigimos desde Times Square hacia el oeste hasta llegar a la 9ª Avenida y ya desde ahí la bajamos hasta la calle 34, donde se sitúa uno de los extremos del High Line.
De camino encontramos una tienda ya conocida por nosotros y como no teníamos prisa ninguna y a Sergio le apetecía echar un vistazo, nos detuvimos un ratito allí. Se trata de una de las mayores tiendas de electrónica (sino la mayor) de Nueva York: «B&H». Propiedad de una pareja de judíos y fundada en 1973, la tienda tiene una superficie de 6500 m² distribuida en 2 plantas, donde se pueden encontrar artículos de fotografía, audio, vídeo… vamos ¡el paraíso para Sergio! 😉 Si queréis visitarla tened en cuenta que, al igual que sus fundadores, la mayor parte de los trabajadores de la tienda son judíos, así que ésta cierra los sábados y las fiestas judías.
Después de deambular un poco por casi todos los lugares de la tienda -yo más perdida que un pulpo en un garaje- y sin haber comprado nada, salimos y acabamos de recorrer la calle 34 casi hasta el Hudson, donde se sitúa la entrada del High Line. No tiene pérdida porque está justo delante del Jacob K. Javits Convention Center.
Y aquí comenzamos nuestro paseo por este parque de Manhattan que discurre a lo largo de casi 3 kilómetros, sobre una sección elevada de la línea East Side Line, de la extinta compañía de ferrocarriles New York Central Railroad.
Este fue un proyecto inspirado en un parque similar que hay en París y fue concebido como «una pasarela verde y elevada sobre los raíles de una antigua vía ferroviaria». Y así puede verse nada más comenzar el paseo:
El paseo por High Line permite ver Manhattan desde otro punto de vista, ya que se va metiendo entre edificios, y la calle se ve desde cierta altura…
Durante todo el trayecto nos encontramos con gran cantidad de gente, así como con muchas obras, cosa que ensombrecía un poco el paseo. Quizás por ello digamos que el lugar no nos encantó, precisamente.
Un momento curioso del paseo fue cuando nos encontramos esta señal…
(«A partir de esta señal puede usted encontrarse con gente desnuda tomando el sol»)
¿Sería posible? A ver, seamos sensatos: estamos en Estados Unidos, donde mostrar un pecho en la tv casi está penado con la muerte (si no, que se lo digan a Janet Jackson), así que ¿cómo iba a haber gente en pelotas en plena calle? Como nos llamaba la atención -y, obviamente no íbamos a dar la vuelta- seguimos adelante. Y… ¡mirad con lo que nos encontramos!
¡Madre qué susto! Jajaja. ¡Tal parecían de verdad! Se trata de una escultura hiper-real del artista Tony Matelli llamada «Sleepwalker». Representa un hombre sonámbulo perdido y a la deriva en el mundo, caminando dentro de su sueño.
En fin, para seros sincera, llama la atención, pero a nosotros este tipo de arte no es que nos convenza mucho, pero bueno…
Continuamos caminando y tras varios minutos llegamos al final del paseo, a la altura del Gansevoort Market, en la calle del mismo nombre.
Nuestra idea era entrar y comer algo por allí, pero cuando bajamos a nivel del suelo y nos acercamos, esto fue lo que vimos:
¡Estaba cerrado! Con las ganas que teníamos de verlo… 🙁 Nos acercamos a ver el cartelito qué ponía, pero solo indicaba que se trasladaban a otra dirección; la pena es que no especificaba nada más. Más tarde, buscándolo en internet, supimos que la nueva ubicación del mercado es 353 W 14th Street.
Una pena, pero aún nos quedaba otro lugar parecido que también queríamos ver: el Chelsea Market. Queda muy cerca del anterior, así que solo tuvimos que subir por la 9ª Avenida y en 5 minutos estábamos entrando por la puerta de este «urban food court», (mercado urbano).
Este edificio, que cuenta con una cuarentena de comercios, es un lugar muy chulo para ir a comer, sobre todo, si quieres probar varias cosas distintas, ya que tiene una oferta muy variada: italianos, chinos, mexicanos, pastelerías… Eso sí: no debe importarte tener que comer de pie, ya que no hay demasiado sitio si lo comparamos con la cantidad de locales que allí se dan cita.
Además de los sitios de restauración, también hay tiendas de ropa, floristerías, librerías…
La cantidad de gente que había era impresionante y todo nos llamaba la atención, seguramente porque ya era la hora de comer y comenzábamos a tener hambre. Dimos primero una vuelta y luego comenzamos a probar lo que más nos llamaba la atención.
Primero nos pedimos unos noodles en un puesto que estaba a tope de gente: «Very Fresh Noodles»; ¡y tan frescos! Los hacían en el momento y podías escogerlos secos o con caldo; nosotros optamos por la primera opción y, tras unos 10 minutos de espera (hacían noodles a toda caña), cogimos nuestras cajitas y palillos y nos fuimos a buscar sitio; encontramos uno sentándonos en una de las ventanas que daban a la calle y allí comenzamos a comer… ¡¡¡madre de dios cómo picaba aquello!!! Nosotros que no estamos acostumbrados a la comida picante… se nos caían hasta las lágrimas. Una lástima porque estaban deliciosos.
De «segundo plato» fuimos a por algo más seguro: pizza de «Cappone’s», donde puedes hacer tu propia pizza con los ingredientes que tú quieras, o escoger las que ya estén hechas. Nos pedimos un par de trozos -que eran más grandes de lo habitual- de los que dimos buena cuenta de pie en una de las mesas (sin taburetes) justo al lado del local. También muy buenas.
Ya estábamos súper-llenos, pero no queríamos irnos sin probar algo dulce; y el sitio más conocido y con más nombre del lugar es el famoso «Amy’s Bread». Aquí las personas golosas -como yo lo soy- podemos perder el sentido del gusto completamente: pasteles, muffins, cupcakes, tartas de zanahoria… ¡estoy salivando mientras escribo! Jeje… Finalmente, y tras mucho mirar, nos decidimos por un trozo de red velvet; como vimos que los cortaban muuuy grandes, solo nos llevamos uno y lo comimos mientras salíamos del mercado. Simplemente delicioso.
Por cierto, entre todo lo que comimos (bebidas incluidas) nos gastamos $27.
La mañana había dado mucho de sí y, si bien la experiencia en el Chelsea Market seguramente la repetiremos en algún futuro viaje a Nueva York, el paseo por el High Line lo damos por visto. No nos gustó demasiado, la verdad. Preferimos otros parques de la ciudad, que los hay maravillosos.
Para la tarde teníamos el plan de caminar un poco sin rumbo por la zona de la 5ª, pero antes teníamos un recado que hacer: teníamos que acercarnos al Rockefeller Plaza para cambiar los vouchers del Top of The Rock por las entradas «de verdad» y poder escoger día y hora. Las entradas para el TOR (al que hemos subido en todos nuestros viajes a Nueva York) las compramos meses antes a través de los chicos de Viajes Callejeando por el Mundo; nos costaron $51 para los dos y no teníamos necesidad de escoger en ese momento el día en que queríamos subir, cosa que nos venía genial porque así podríamos asegurarnos que la meteorología nos acompañase en día de la subida. Y vaya si lo hizo, pero bueno eso ya os lo contaré en su momento.
Total, que desde el Meatpacking District, donde nos encontrábamos tras comer, cogimos la línea E del metro en la parada de 14 St/8 Avenue y en poco más de 20 minutos llegamos a la 5 Avenue/53 St, al lado del Rockefeller Center. Allí fuimos al Plaza, donde está situado el TOR y cambiamos los vouchers por las entradas para el día siguiente a las 19:30, de esta forma podríamos ver anochecer desde allí arriba. La chica que nos atendió, un encanto, nos comentó que habíamos escogido una hora fantástica. ¡Qué amables son estos americanos! 😉
Como teníamos el hotel muy cerca, decidimos pasar por allí y dejar las cámaras y todo lo que no necesitásemos. Al fin y al cabo, íbamos a ir un poco de shopping -o window shopping, al menos- y para eso no queríamos ir cargados.
Volvimos a la calle y, una vez alcanzamos la 5ª Avenida, comenzamos a subirla parándonos cada dos por tres a mirar escaparates (sólo mirar, ya sabéis que aquí hay que tener un poder adquisitivo alto para poder comprar algo… jeje).
Quizá estáis pensando que íbamos sin rumbo fijo peeeero… no es así: teníamos muy claro nuestro destino y este no era otro que la tienda «Dylan’s Candy Bar», que se encuentra en la calle 60 con la 3ª Avenida. ¿Cómo era posible que nunca antes hubiésemos estado en este paraíso «chucheril»? ¡Imperdonable! Entrar allí fue volverme definitivamente loca. ¡Quería comprármelo todo! Menos mal que tengo a mi lado a Sergio que me frena porque si no, creo que habría tenido que comprar otra maleta para todo lo que me habría llevado.
Chicos, si vais a NY, no podéis perderos una visita a esta tienda. Eso sí, si sois tan golosos como yo, una de dos: llevad a alguien que os frene (como Sergio hace conmigo) o preparad la tarjeta de crédito y otra maleta extra. ¡Jajaja!
Se acercaba ya la noche y con ella de nuevo el hambre, así que volvimos a bajar al hotel para dejar las compras y salimos a cenar a un lugar que habíamos visto anteriormente por allí cerca: el «Brooklyn Diner». Nuestras expectativas eran altas, pero desafortunadamente no se cumplieron del todo. Sergio se pidió una hamburguesa y yo un plato de pollo que no era nada del otro mundo. Una pena porque no fue en absoluto barato: $55. Creo que este lugar es más interesante para los desayunos que para otra cosa. En fin, no siempre íbamos a acertar…
El día llegó a su fin y el viaje también lo estaba haciendo. El día siguiente sería nuestra última jornada completa en nuestra ciudad favorita del mundo y teníamos que aprovecharla bien… y creo que lo hicimos. 🙂
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