Domingo, 29 de Mayo de 2016.
Hoy fue un día que, cada vez que lo recuerdo, me dan hasta ganas de llorar, y es que fue una metedura de pata por mi parte en su organización… 🙁 Pero bueno, vamos por orden y luego os cuento.
Nos levantamos sin necesidad de despertador y bajamos a desayunar a la zona junto a recepción preparada para ello. Este era uno de los pocos hoteles en los que teníamos incluido el desayuno y he de decir que no era gran cosa, pero bueno, ya éramos conocedores de ello. Incluso esta zona que os digo era tan pequeñita y había tanta gente en ese momento que ni siquiera encontramos un hueco para poder sentarnos; así que hicimos lo que estaban haciendo muchos otros huéspedes: nos cogimos nuestros cafés, zumos y donuts y nos lo subimos a la habitación.
Dimos cuenta de ello mientras veíamos un ratito la tv y cuando acabamos, recogimos todas las cosas y bajamos a hacer el check-out. Rápido y sin problema, como venía siendo la tónica habitual.
Una vez con todas las maletas de nuevo en nuestro compi Pathfinder, nos fuimos en busca del que iba a ser nuestro último puente cubierto del viaje: el Kurt’z Covered Bridge, que data del año 1876 y también está abierto al tráfico.
Visitarlo y atravesarlo caminando se puede hacer perfectamente porque justo antes de entrar en él hay un pequeño desvío a la derecha con un lugar habilitado para dejar los coches. Organización norteamericana: ¡me encanta!
Además, por la parte de abajo también se puede seguir un pequeño sendero que hace que puedas tener esta otra perspectiva:
Después de estar un buen rato por los alrededores deambulando, explorando y disfrutando del lugar sin otro sonido más que el del arroyo y algún animalín que pasaba por allí, volvimos al coche para ponernos en marcha hacia nuestra siguiente visita: «The Amish Village», en el 199 Hartman Bridge Road de la localidad de Ronks.
Se trata de una casa y granja real de 1840 convertida en un museo donde se puede aprender mucho de la historia de los Amish y de su vida hoy en día. Hay varias opciones que te ofrecen una vez allí: un tour por la granja y la casa, y una combinación de éste con una visita en bus -también guiada- por los alrededores. Nosotros elegimos la primera -puesto que ya disponíamos del coche- y pagamos por los dos $19.
Las visitas guiadas a la casa comienzan cada 15 minutos y cuando nosotros llegamos, como había muy poca gente por lo temprano de la hora, no tuvimos que esperar apenas para que comenzara la nuestra. Son visitas de muy pocas personas (6/8 como máximo), así que se hace muy agradable. La guía te acompaña en la casa y va mostrando las distintas estancias, como por ejemplo la cocina…
…o las habitaciones…
(me quedé enamorada de esa colcha rosita que hay encima de la cama… jijiji…)
También nos explica las distintas ropas que usan los Amish:
Una vez que finaliza la visita por lo que es el interior de la casa, comienza la visita libre por el resto de «The Amish Village». Empezamos por conocer la granja, donde pudimos ver ovejas, conejos, cerdos, gallinas, patos… ¡y caballos!
Al salir de la zona de los animales ya nos dedicamos a caminar por el resto de la explanada, donde pudimos entrar en la iglesia, la escuela o el cobertizo con sus herramientas de labranza.
Dimos por finalizada la visita entrando en la tienda que tienen allí mismo y adquiriendo alguna que otra cosilla de recuerdo, en especial un jabón natural, hecho de leche de cabra, que me encanta. ¡Aún no lo he estrenado porque me da penita! Jajaja…
Nos gustó mucho «The Amish Village» y es una visita que recomendamos si estáis por la zona, porque es una forma de saber y conocer un poco más acerca de esta comunidad que nos llama tanto la atención.
Nuestro siguiente plan era darnos una vuelta en uno de los famosos buggys que llevábamos viendo durante toda nuestra estancia por el Condado. Habíamos leído muchos sitios en los que poder hacerlo y uno de ellos -quizás el que más nos había gustado- era el de «Aaron & Jessica’s Buggy Rides», pero por más que lo buscamos (y mira que teníamos la dirección exacta) no hubo forma de encontrarlo. Como no queríamos seguir perdiendo tiempo, nos decidimos por otro que habíamos visto: «Ed’s Buggy Ride».
Cuando llegamos allí dejamos el coche y buscamos el lugar por donde se entraba, pero no encontrábamos nada, así que rodeamos la casa buscando a alguien a quien pudiésemos preguntar. Salió entonces un señor que nos indicó que estábamos en el lugar correcto y que nos dijo el precio por 45 minutos de paseo: $10 por persona (al final pagamos $22, con propina); nos pareció bien, así que le dimos el ok. Nos dijo que saldríamos en unos minutos, que podíamos esperar junto a la zona de los caballos. Estos serían nuestros «compis» en nuestro paseo:
El caballo de la derecha se llamaba Chester (el otro, tenéis que perdonarme, pero no lo recuerdo), y durante el paseo descubrimos que tenía miedo a las gallinas y a las motos. ¡Jajaja!
¡Qué bien! Parecía que íbamos a estar solos… Y digo «parecía» porque poco antes de que Bárbara, nuestra guía, viniese a buscarnos, llegó una familia de chinos que se convertirían en nuestros compañeros de viaje. ¡Lástima! Nosotros que pensábamos disfrutar solos de la experiencia… 🙁
En fin, enseguida nos instalamos -nosotros atrás del todo- en el buggy y comenzamos nuestro paseo.
Bárbara, de un modo muy ameno, nos fue contando muchas cosas de la vida de los Amish; algunas ya las sabíamos de nuestra visita a «The Amish Village», pero hubo muchas otras que aprendimos sobre esta comunidad. Además, pasábamos por muchas granjas y enseguida aprendimos a distinguir cuáles eran amish y cuales English (nombre con el que nos conocen a los «no Amish»).
Y fue entonces, durante nuestro paseo, cuando Bárbara hizo un comentario que me «mosqueó» un poco y comencé a pensar que la organización del día no había sido la mejor… ¡oh, oh…! Os cuento: era domingo y nos explicó que ese era el día en que los Amish iban a misa -misas que duraban varias horas-, por eso no estábamos viendo ningún buggy durante el paseo. Pero lo peor no era eso, lo peor es que se trata del día de descanso de la comunidad, así que las tiendas regentadas por ellos no estarían abiertas. ¡Noooo! ¡No podía ser! Yo había pensado, después del paseo, irnos a dos localidades donde los negocios amish eran más abundantes, Intercourse y Bird-in-Hand, y ahora cabía la posibilidad -muy alta- de que todo estuviera cerrado. ¿Entendéis ahora lo de mis ganas de llorar? ¡No me lo podía creer! Mira que organizo los viajes muchísimo, pues en este caso metí la pata… ¡y cuánto! ¡Menudo error! 🙁
Yo me sentía muy culpable y Sergio, el pobre, me daba ánimos y me decía que no pasaba nada, que qué íbamos a hacer… Aún así, y sabiendo ya lo que nos encontraríamos, probamos a pasarnos por los pueblos que antes os decía para ver si, por casualidad, había algo abierto. Y eso fue lo que nos encontramos en todos lo sitios:
¡Nada! ¡Todo vacío! ¡Quiero llorar!
¿Conclusión? Chicos, si os vais a pasar por el Condado de Lancaster… ¡no lo hagáis en domingo!
En fin, bastante desanimados -especialmente yo-, nos fuimos hasta la ciudad de Lancaster, la más grande del condado. Nuestra intención era buscar algún sitio por allí para comer, pero después de una vuelta no nos gustó en absoluto y decidimos buscar otro sitio para almorzar algo rápido y sin perder mucho tiempo. ¿Y qué es lo más fácil en estos casos? Un «Burger King» que encontramos sobre la marcha ($11).
Tras la comida, nos dirigimos a alguna de las carreteras secundarias donde mejor se pueden ver a los Amish, quizás para «resarcirnos» un poco de mi metedura de pata y verlos por última vez, aunque fuese desde el coche. Algunas de ellas son Willow Road o Horseshoe Road.
Por muchos que hubiésemos visto, no dejaba de llamarnos la atención esa imagen tan diferente entre la forma de vida de la comunidad y la nuestra. No hay más que ver esta imagen, por ejemplo:
Y antes de dejar definitivamente Lancaster y dirigirnos a nuestro siguiente destino, decidimos parar en una de las localidades que más nos habían gustado para despedirnos del condado: Strasburg. Allí nos tomamos un helado buenísimo y nos dimos un paseo por su calle principal antes de ponernos de nuevo en ruta.
Allí, al menos, había un poco más de ambiente, aunque tampoco era la cosa como para tirar cohetes…
Nuestro punto final del día era la localidad de Peekskill, en el estado de Nueva York, a donde llegamos tras 3 horas y media, haciendo una pequeña parada para echar gasolina y estirar un poco las piernas.
Escogimos este lugar como «zona base» para acercarnos a lo que sería nuestro día de compras en los ya conocidos por nosotros outlet de «Woodbury Common». En un principio, durante la planificación del viaje, habíamos pensado en ir allí desde Nueva York, pero nuestra amiga María de Callejeando por el Mundo, nos sugirió la idea de hacerlo entre medias del viaje para aprovechar el hecho de que llevábamos coche y no tener que depender del transporte público; además, así no perderíamos el día en NYC. ¡Gran idea! Seguimos su consejo y así lo hicimos, de manera que metimos en este momento del viaje nuestro «día consumista».
Y buscando por la zona algún hotel que estuviese bien y no muy lejos del outlet, descubrimos el «Inn on the Hudson», situado a unos 20 minutos en coche de «Woodbury Common».
Llegamos allí cuando ya se había hecho de noche, a eso de las 08:30 de la tarde. De nuevo era el típico hotel americano, con habitaciones con su propio aparcamiento delante, con piscina y un edificio de recepción aparte. ¡Nos encantan!
(NOTA: estas fotos no son del día de llegada, ya que como os digo, allí llegamos cuando ya había oscurecido)
Hicimos el check-in rápido y allí la chica nos recomendó algunos sitios para cenar (ya que antes allí tenían restaurante pero ya no lo tienen), pero estábamos tan agotados que no éramos capaces de salir a ningún sitio, así que pillamos algo de la máquina -comida sana ¿eh? 😉 – y nos fuimos directamente a descansar a la habitación, que era bastante grande y estaba muy bien.
El único problema que nos encontramos en este hotel fue el tren. Sí, sí, como lo leéis: el tren. Y es que por debajo del él -está situado en un alto- pasan las vía del tren y a todas horas, ¡a todas!, pasaba uno pitando como un loco… ¡Ains! De eso no habíamos leído nada en las críticas… De todos modos, he de deciros que para mí no fue algo demasiado horrible, porque con lo cansada que llegaba cada noche a los hoteles, caía como una bendita y dormía a pierna suelta. Aunque Sergio, creo que tiene una opinión distinta… podéis preguntarle… 😉