Sábado, 14 de septiembre de 2013.
Hoy sí que nos hizo falta el despertador. Había que madrugar un poco porque tocaba atravesar Death Valley y no queríamos pillar las horas de más calor. Claro que, una vez allí, nos dimos cuenta que tampoco hubiese habido demasiada diferencia de una hora a otra, porque calor pasamos igual… ¡y mucho! Nuestro destino final del día sería Mammoth Lakes, donde haríamos noche.
En cualquier caso, nos levantamos como a las 7 de la mañana, acabamos de recoger las maletas, nos preparamos con nuestra “ropa de desierto” y bajamos a desayunar (me vais a perdonar, pero no recuerdo bien dónde desayunamos este día; creo que cogimos algo para llevar en el “Palio”, pero no os lo puedo decir con total seguridad). Con todas las maletas y bártulos varios nos dirigimos a la recepción para hacer el check-out, el cual fue súper-rápido. No teníamos ningún gasto extra ni otro trámite que hacer, así que nos dieron nuestra factura y al parking. Como os comenté en otra etapa anterior, el aparcamiento se encontraba cerca de la recepción –yendo por dentro del hotel- así que no fue ningún problema ir con todas las maletas. Una vez cargadas y preparados, pusimos ruta a Pahrump.
Durante gran parte del viaje, las carreteras que nos encontrábamos eran de este estilo… muy “divertidas” ¿verdad?
Pahrump es una ciudad no muy grande, en el límite de los estados de Nevada (al que pertenece) y California, y que se encuentra como a una hora de Las Vegas, más o menos. Era nuestra parada prevista para llenar el depósito de gasolina y abastecernos de suficiente agua para cruzar Death Valley. Por indicaciones de los diarios de otros bloggers y viajeros, sabíamos que este sitio era el último que te encuentras con estaciones de servicio antes de entrar de lleno en el parque natural, donde ya hay menos lugares para repostar y, los que hay, son bastante más caros.
Llegamos allí como a las 09:30, echamos la gasolina, compramos un montón de litros de agua y alguna otra cosa para comer por el camino y aprovechamos para ir al baño. ¡Listos para nuestra primera aventura por el desierto!
Al cabo de un rato conduciendo y ya empezando a notarse el calor, llegamos al inicio del parque:
Un poco más adelante ya vimos la garita que hay para sacar la entrada. No había nadie y no habíamos comprado el pase anual para todos los parques nacionales –no nos compensaba-, pero aún así decidimos sacar la entrada por si más adelante algún ranger nos paraba y nos multaba por no tener el pase…. Ya sabéis, nuestro «pánico» a las multas americanas… jeje.
Total, que nos bajamos del coche (¡zas! ¡primera ola de calor!) y nos acercamos a la máquina donde sacas el ticket. Había unos chicos delante nuestra y otra pareja detrás. Mientras esperábamos nos hicimos con unos mapas que tienen justo al lado y así poder ir comprobando si nuestra ruta era correcta. Cuando los chicos que estaban delante terminaron, fuimos a sacar nuestra entrada. La única posibilidad que hay es hacerlo con tarjeta, así que seguimos los pasos y pagamos… pero nada, no había salido el ticket. Yo, ni corta ni perezosa, vuelvo a hacer otra vez todo lo anterior y el ticket sin salir… Ya nos parecía raro, así que va Sergio y mete la mano hasta dar con… ¡los dos tickets! ¡Si seré idiota! Había pagado dos veces las entrada al parque… $20 de más. ¡Qué rabia! Bueno, tampoco íbamos a hacer un drama de esto, así que como nos parecía una pena tirar uno de los billetes, se los ofrecimos a los chicos que teníamos detrás nuestro (no había nadie más esperando). No hablaban muy bien inglés y se quedaron un poco sorprendidos al principio, pero les expliqué mi “cagada” –con perdón- y aceptaron. Querían pagárnosla, por supuesto, pero no nos pareció justo, así que nos lo agradecieron un montón.
Siguiendo las indicaciones de nuestro GPS, el cual tengo que decir que se portó fenomenal durante todo el día, nos dirigimos hacia nuestro primer punto de la ruta: “Dante’s View”. Es un mirador situado a 1669 metros de altitud desde donde hay unas vistas de parte del valle impresionantes; para llegar hasta allí hay una carretera más bien “no muy ancha” y al final se hace un poco dura, así que hay que ir vigilando que no se caliente el coche (nuestro Tucson se portó como un campeón y no nos dio problema alguno durante todo el día).
Una vez arriba, como os digo, las vistas son espectaculares y desde el parking se pueden hacer varias rutas para ver el valle desde distintos puntos. Como nosotros no teníamos demasiado tiempo, optamos por darnos un paseo cada uno a nuestro aire sin alejarnos mucho. A Sergio le dejé haciendo fotos y yo me fui a dar una pequeña vuelta, dándome cuenta de que la temperatura, aún estando a esa altitud, era bastante alta. Cuando volví donde lo había dejado, le encontré con un objetivo que no era suyo y hablando con un señor… Me extrañó porque él no es como yo, que hablo hasta con las piedras, sino que es más reservado. Luego ya me contó que el señor (amabilísimo) se había acercado a él y le había prestado su objetivo, que era mucho mejor que el nuestro, para que sacara alguna foto de todo el valle. Allí estuvimos un rato hablando con él e intercambiando opiniones… La amabilidad de los americanos sigue sorprendiéndome y no sé por qué, después de tres viajes a USA.
Después de despedirnos del hombre y de unas cuantas fotos más, nos subimos al coche y pusimos rumbo al siguiente destino: “Zabriskie Point”. De nuevo otro punto con unas vistas muy bonitas, como si fuesen olas o surcos de diferentes colores, formadas por la erosión del terreno debido a las fuerzas de los elementos ambientales. Desde el punto donde dejas el coche, hay una pequeña subida hasta el mirador, pero bien merece la pena este pequeño esfuerzo.
La siguiente parada me llamaba mucho la atención: “Badwater Basin”. Se trata del punto más bajo de toda América del Norte, con 86 metros por debajo del nivel del mar. Es impresionante. Y el calor también lo era; antes de que se me olvide, algo que hicimos nosotros para intentar luchar un poquito contra él: en mi neceser yo llevaba un spray hidratante que metimos en la nevera para que estuviera fresquito, y cada vez que salíamos del coche, nos rociábamos con él. Era un gustazo. No es que durase mucho el efecto… pero sentaba bien.
En fin, yo creo que Badwater fue uno de los sitios donde más calor pasamos, pero me encantó haber parado allí. Por cierto… ¡el suelo sabe a sal! Jejeje… Sí hombre, es por la acumulación de sales que hay en la cuenca. Nada raro. La verdad que cuando la ves de lejos, hasta se parece a una pista de hielo.
Dimos la vuelta ya desde Badwater y nos fuimos a nuestra siguiente parada: “Devil’s Golf Course”. También es una extensión enorme de rocas de sal. Caminar por allí, si sales fuera de la zona de aparcamiento, se hace extremadamente difícil por la formación del suelo. Viendo cómo es y las indicaciones que dan en el cartel de información, preferimos no aventurarnos a intentarlo. Uno de los parajes más inhóspitos (sino el que más) que yo haya visto en mi vida.
La última parada antes de poner rumbo a Furnace Creek para comer por allí, fue “Artist’s Palette”. Para llegar hasta allí, hay que coger una carretera de unas 15 millas, de una sola dirección, que se interna hacia la montaña, serpenteando hacia el cañón: “Artist Drive”. Es una carretera llena de “dips”, como los llaman allí; vamos, lo que vienen siendo subidas y bajadas que hacen la carretera muy divertida. ¡Como en una montaña rusa! Alguno es tan marcado que cuando estás bajando no se ve el final.
Las vistas de la que vas por esta carretera son espléndidas. La pena es que no hay mucho sitio para pararse y hacer mil fotos porque los colores que ofrece la montaña son una preciosidad: verdes, amarillos, púrpuras, rojos… Verdaderamente, su nombre lo merece: es una paleta de artista.
A estas alturas y después del calor que estábamos pasando (la media estaban siendo unos 47º, más o menos), teníamos ganas de llegar a «Furnace Creek Resort» para comer algo, así que pusimos rumbo hacia allí sin volver a hacer ninguna otra parada. Son unos 20 minutos más o menos, así que llegamos enseguida.
No nos apetecía sentarnos en un restaurante a comer porque consideramos que perderíamos mucho tiempo y todavía teníamos ruta por delante, así que optamos por entrar en una tienda de souvenirs donde vendían sandwiches y comérnoslos fuera. Eso sí, a la sombra. Comimos rodeados de un montón de pájaros –especialmente cuervos- a los cuales está prohibido alimentar; al principio me daba un poco de mala espina porque ya me imaginaba en la peli de Hitchcock… jijiji… pero lo cierto es que las aves son muy pacíficas y no molestan mucho.
Los bocadillos estaban malísimos; no sé si era el calor o qué pero esa comida no la disfrutamos nada de nada, así que cuando acabamos, fuimos al baño y volvimos a ponernos en ruta. Esta parte de la ruta yo creo que fue la más pesada de todo el viaje. No hay más que ver las carreteras: tooooodo rectas aburridas.
Al cabo de unas dos horas hicimos una parada en el pueblo de Lone Pine. Para mi gusto, no hay nada interesante allí. Lo único que hicimos fue bajar a estirar un poco las piernas y toma algo en el «Jake’s Saloon».
La última parada antes del destino final en Mammoth Lakes fue para echar gasolina, en Bishop. ¡Este pueblo sí que mola! Es bastante más grande que el anterior y es el típico pueblo que vemos en todas las pelis del oeste. No me habría importado pasar más rato aquí, pero ya no teníamos demasiado tiempo y estábamos bastante cansadinos.
Así que hicimos el último esfuerzo y tras 45 minutos llegamos finalmente al bonito pueblo de Mammoth Lakes. Eran como las 7 de la tarde y lo que hicimos fue ir directamente al hotel: el “Mammoth Creek Inn”. Es un hotel muy chulo, muy de estación de ski, con habitaciones bastante amplias, parking gratuito, jacuzzi… Una pena no poder disfrutarlo más.
Una vez hecho el check-in y dejado todo el equipaje en la habitación (no queríamos dejar ninguna maleta en el coche a pesar de que no las necesitaríamos), nos fuimos a buscar algún sitio para cenar. Ya era prácticamente de noche y el pueblo estaba bastante solitario, pero en ningún momento nos dio sensación de peligro o miedo.
Después de caminar un ratito, vimos un “Domino’s Pizza”. ¡Perfecto! Mmm… las pizzas de pepperoni americanas… Hicimos el pedido y tardaron una eternidad en servírnosla así que decidimos comerla allí, en el mismo local, en lugar de llevárnosla al hotel. Estaba deliciosa, un manjar, seguramente porque teníamos un hambre atroz.
Cuando salimos de la pizzería hacía un frío que no os podéis imaginar. ¡Con el calor que habíamos pasado durante todo el día! ¡Y nosotros en pantalón corto y camiseta! Corriendo para el hotel que nos fuimos, nos metimos en la camita y nos quedamos fritos en menos de “ná”.
El día siguiente iba a ser completamente distinto… ¡y tan fantástico como el de hoy!
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