Lunes, 19 de Junio de 2017.
Hoy volvíamos a retomar el itinerario que habíamos organizado al preparar el viaje y que, como sabéis, tuvimos que modificar días atrás porque yo me puse mala del estómago. Hoy era el día que volvíamos a Londres, donde aún nos quedaban cuatro días por delante, antes de dar por acabada esta ruta que nos llevó por parte de Los Cotswolds y que finalizamos en la capital británica.
Nos despedimos de Reading y del hotel Ibis que había sido mi «lugar de recuperación» para poner rumbo a la vorágine londinense y entregar nuestro coche en el aeropuerto de Heathrow. Pero antes, aún nos quedaba una visita por hacer: Blenheim Palace.
Lo cierto es que para ir al Palacio teníamos que desviarnos de la ruta que nos podría haber llevado directamente a Londres, pero como teníamos muchas ganas de conocer el lugar, íbamos con tiempo de sobra y, lo más importante, ya teníamos las entradas compradas con antelación desde su página web, no queríamos perdérnoslo.
Llegar allí nos llevó una hora aproximadamente, casi todo por autopista.
Una vez en los terrenos de Blenheim Palace, y sin bajarnos del coche, nos encontramos con unas casetas donde nos cambiaron nuestra reserva por los tickets y un plano del Palacio y los jardines. Buscamos un sitio donde aparcar -fácil, porque era temprano y no había mucha gente- y pusimos rumbo al maravilloso Blenheim Palace.
Residencia de los Duques de Marlborough, este palacio es el lugar de nacimiento de Sir Winston Churchill y está designado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1987. Concebido con los estilos del siglo XVIII, especialmente el Barroco Inglés, su arquitectura es asombrosa, además de los jardines y prados que lo rodean, los cuales pudimos visitar también tras el interior.
Cuando entramos ya nos quedamos alucinando con la grandiosidad del lugar, y eso que la explanada de la entrada estaba cubierta en gran parte por sillas, vallas y un escenario, porque el día anterior al parecer había tenido lugar un evento.
En el precio de la entrada está incluida una visita guiada y, aunque también puedes visitarlo por libre, nos pareció una buena idea tener a alguien que nos fuese explicando las diversas salas por las que pasábamos (la visita es en inglés).
La mayor parte de las State Rooms (estancias de estado) están profusamente decoradas, según los cánones del Barroco: cuando las paredes no están llenas de valiosos tapices, lo están de cuadros que, en su inmensa mayoría, representan a los Duques y a sus familiares.
Si bien la visita guiada resulta ser muy interesante (ya sabéis que la Historia nos fascina y este palacio está lleno de ella), a ratos yo me agobiaba un poco porque éramos un grupo demasiado grande para mi gusto y hacía un calor terrible. Aún así, aguantamos todo el tour y luego proseguimos la visita por nuestra cuenta, por el resto de exposiciones.
Una de las que más nos gustó es la «Winston Exhibition», una vasta exposición donde podemos ver todo tipo de objetos personales del ex Primer Ministro, entre las que destaca la cama donde nació.
Además, «The Untold Story». En esta ocasión una exposición animada e interactiva donde podemos revivir más de 300 años de historias sobre el Palacio de Blenheim; una nueva perspectiva de las vidas de los ilustres habitantes de la residencia y aquellos que les sirvieron a lo largo de los años.
Una vez concluida la visita al interior del Palacio, nos dispusimos a conocer sus alrededores. Existen diversos itinerarios indicados, según el tiempo del que se disponga. Como a la entrada, junto con el ticket, te dan un plano, es fácil escoger uno de esos paseos y seguirlo sin pérdida. Eso sí: antes de comenzar y como era la hora de comer, picamos algo en la cafetería del piso inferior.
Nosotros hicimos el paseo llamado «Lake & Grand Cascade» que comenzamos en las Water Terraces, el jardín italiano privado del duque, justo a la salida del Palacio y que forman parte de los denominados Formal Gardens.
A continuación ya nos adentramos en la parte más arbolada, llegando hasta el Churchill Memorial Garden, inaugurado en el año 2015 en conmemoración al 50 aniversario de su muerte, donde una estatua del ex Primer Ministro se yergue en el centro. En esta zona se encuentra también el Templo de Diana, donde Churchill le propuso matrimonio a quien sería su mujer el resto de su vida: Clementin Hozier.
Un poquito más adelante está el Rose Garden…
… y la Grand Cascade and Pump House…
… donde nos quedamos un buen rato haciendo fotos y saludando a unos visitantes muy especiales con los que nos encontramos:
Ojito con las ocas, que hay muchas, y son menos amigables que los patos. 😉
Comenzamos ya el camino de vuelta, esta vez a orillas del Gran Lago, uno de los dos que hay en Blenheim Palace.
Lo cierto es que es una gozada caminar por esta zona y pensar en lo alucinante que tiene que ser vivir en un lugar así. ¿No os parece? Claro que para ello hay que ser, por lo menos, duque… jeje…
Finalizamos nuestro recorrido de nuevo en las Water Terraces, esta vez en la inferior (comenzamos la ruta en la superior), presidida por una fuente que imita un modelo de Bernini.
Lo cierto es que nos quedaron varias cosas por ver y, de haber tenido tiempo, habríamos seguido otros itinerarios para conocer zonas más alejadas del Palacio, pero teníamos que estar en el aeropuerto de Heathrow a las 6 para entregar el coche y, si nos hubiésemos quedado más, habríamos llegado tarde.
Total, que después de deambular un poquito por la típica tienda de regalos y comprar algún refresco para nuestro último viaje en coche por carreteras inglesas (por ahora), pusimos rumbo a la zona de entrega y recogida de coches del aeropuerto londinense. Llegar allí nos llevó aproximadamente una hora y media, considerando que tuvimos que parar en una gasolinera lo más cercana posible para llenar el depósito -ya que íbamos con la política de lleno/lleno-, y que el tráfico en Londres ya no es como en los Cotswolds…
Una vez en la terminal de Enterprise, nos atendieron rápidamente y sin ningún problema y, tras mirar que el coche estuviese correcto, cogimos nuestras maletas y tomamos el shuttle que nos dejó en la Terminal 2, si no recuerdo mal.
De ahí sale el Heathrow Express, el tren que cogimos para llegar a Londres, cuyos tickets ya llevábamos comprados con antelación desde la web, con lo que pudimos ir directamente al vagón sin tener que parar en las taquillas.
En 15 minutos aproximadamente llegamos a la estación de Paddington, destino final del Heathrow Express.
¡Ya estábamos en Londres! Una ciudad que cada día nos gusta más y -para mí, Lidia, en especial- se está ganando puntos para que se convierta en mi ciudad preferida… con permiso de mi tan amada New York, of course! 😉
¿Y cómo nos recibió la capital británica? Pues como nunca antes lo había hecho: ¡con un calor sofocante! Nada más y nada menos que 35 grados, algo a lo que nosotros, asturianos de pura cepa, no estamos acostumbrados. Y las cosas seguirían así durante los próximos días…
Después de unas cuantas vueltas por los distintos lugares de Paddington -estación en la que nunca antes habíamos estado- y tras un sofocón importante, decidimos que lo mejor era coger un taxi que nos llevase al hotel. Era un capricho que nos íbamos a dar… Con tan buena suerte que, después de esperar un ratito a la súper cola que había (muy bien organizada y muy rápida, todo hay que decirlo) ¡nos tocó un taxi típico inglés! Sí, sí, de esos negros grandotes. Mirad que habíamos estado veces antes en Londres, pero nunca habíamos cogido ninguno y, la primera vez, ¡premio! 😉
Sergio decía que no iban a caber las maletas pero… ¡vaya si caben!
Y así, como un par de londinenses más -vale, olvidaros de las maletas… jaja- llegamos a nuestro hotel para los próximos y últimos días de viaje: el Ibis London Euston Station. Del cual, por cierto, no tenemos ninguna foto y no sabemos por qué: si las perdimos, si no las hicimos… todo un misterio. En fin, un hotel super bien situado, con una habitación no muy grande pero apañada, y con una cama de lo más cómoda que nos hemos encontrado hasta ahora en todos nuestros viajes.
Como era ya tarde cuando nos instalamos y estábamos agotados, decidimos comer un sandwich en el propio restaurante del hotel y descansar para el día de mañana que, para mí, era el más esperado del viaje. ¡Menos mal que estaba ya recuperada al 100%! ¿Adivináis a dónde fuimos? 🙂