Domingo, 24 de Mayo de 2015.
Nuestro último día en Kioto íbamos a pasarlo “de excursión”. Nos íbamos a conocer Nara y el santuario Fushimi Inari.
Para ello nos pegamos un pequeño madrugón: a las 06:30 de la mañana estábamos en pie para coger el tren a la ciudad conocida por sus ciervos, que campan libres por su parque.
Como siempre, en la estación desayunamos en… bueno, ya sabéis dónde. Jeje… ¿Os cuento otra anécdota que nos ocurrió ese día? Venga, allá voy.
Como creo que ya os dije en algún otro post anterior, “Mr.Donut” habría a las 07:30 de la mañana, así que como habíamos llegado un par de minutos antes, todavía no estaban las cajas abiertas. Cuando puntualmente abrieron nos pusimos a la cola, en la que sólo había una chica delante nuestra. Ya habíamos cogido la comida y nos quedaba la bebida, que la pedíamos una vez en caja. Pues nada, mientras la chica delante nuestra era atendida por la cajera que había, a mí me dio por mirar el reloj ,pero no porque tuviésemos prisa, fue un gesto inconsciente,… y me vio un chavalín que trabajaba allí también y que estaba limpiando las mesas –mesas que estaban impecables, por otra parte- . Ipso facto, dejó lo que estaba haciendo, y se fue corriendo a abrir la segunda caja para atendernos. ¡Pero si no había nadie más esperando! Y, no “contento” con eso, el chico nos pidió perdón por la espera. ¡Por la espera dice! ¿30 segundos? ¿1 minuto? Con lo acostumbrados que estamos aquí a las esperas en las cajas, ¿verdad chicos? ¡Qué lastima de nuevo la comparación!
Este momento lo hemos contado decenas de veces a nuestra vuelta de Japón y creo que lo seguiremos haciendo por mucho tiempo…
El tren de la compañía JR, concretamente el local de la Nara Line, pasó a las 08:02, puntual como siempre. En esta línea no se puede reservar el asiento (lo habíamos preguntado antes en la oficina de JR), pero no tuvimos problema para ir sentados durante todo el trayecto.
Y durante éste… sí… otra anécdota. Espero no aburriros, pero es que son cosas que no podemos dejar de contar. ¡Vais a fliparlo! Es otro ejemplo más sobre cómo los japoneses se quedan dormidos en cualquier lado. ¡Cualquiera!
Resulta que llegamos a una estación en la que el tren hacía parada y donde había un grupo de chicas escolares esperando a subirse. Pues nada, las puertas se abren, se suben todas –con sus uniformes, monísimas- y de repente oímos gritar a una de ellas. Nos asustamos y miramos hacia donde estaban. Pues el caso es que estaban llamando a una de sus amigas que no había subido al tren porque se había quedado dormida apoyada en una barandilla. ¡Como lo leéis! Si no es por una de ellas que salió a toda prisa y la arrastro hacia el vagón… allí se queda. ¡Jajaja! No penséis que exagero, fue tal y como os lo estoy contando.
A veces pienso que me encantaría tener esa capacidad de dormir en cualquier lado. Se me pasarían los viajes tan rápido… jijiji….
Llegamos a Nara a las 09:15 y antes de emprender camino hacia nuestro destino, paramos en la oficina de información que hay justo a la salida de la estación.
Nara es uno de los destinos turísticos más importantes de Japón debido a la gran cantidad de templos antiguos y por la buena conservación de los mismos. Además, también es muy conocida por el Parque de Nara (o Nara Koen), donde los ciervos sika, considerados animales sagrados, campan a sus anchas por todo el área verde. Esta zona sería nuestro primer destino del día y donde veríamos sitios preciosos, además de los ciervos.
Desde la estación a la entrada del parque se tarda unos 15 minutos caminando. El paseo se hace muy agradable, por la calle Sanjo-dori, repleta de tiendas y restaurantes.
Antes de entrar en lo que es la zona verde del parque, nos encontramos con el Templo Kofuju-ji. La entrada es gratuita en prácticamente todo el templo (solo hay un pabellón en el que hay que pagar). Se trataba del templo personal de la familia más importante en Japón durante el “período Nara” (710-794), el clan Fujiwara. En esa época consistía en , aproximadamente, 150 edificios; hoy, queda muy poco del original.
Nosotros decidimos no entrar a ver los edificios que quedan porque queríamos llegar pronto al parque, pero sí pudimos ver la pagoda de 5 pisos que hay en el complejo, la segunda más alta de Japón -50 metros-.
Una vez dejamos atrás este templo, ya empezamos a ver desperdigados por todos lados los habitantes más famosos de Nara y, claro, no podíamos dejar de ir a saludarlos ¿no?
Por norma general, los ciervos son animales pacíficos y nada peligrosos. Aún así, hay que tener en cuenta que no dejan de ser animales salvajes y siempre hay que andar con cuidado y tomar las precauciones oportunas al acercarnos a ellos. Así nos lo indican en diversos carteles a lo largo de todo el parque:
Nosotros no lo hicimos, pero también se les puede dar de comer; eso sí, no cualquier cosa: solamente las galletitas que venden para ellos específicamente algunas personas que encontraréis en el parque:
Por cierto, si os decidís a hacerlo, tened por seguro que aunque se os hayan acabado las galletas, los ciervos seguirán detrás vuestro intentando comer cualquier cosa que llevéis en la mano: mapas, vuestra comida, cámaras… ¡les vale todo! Nosotros fuimos testigos del “acoso y derribo” sufrido por varios turistas que se decidieron a alimentar a los “bambis”… jeje…
Después de disfrutar un ratito más con algún ciervo que otro, seguimos nuestro camino hacia el siguiente templo que queríamos visitar: el Todai-ji, cuya entrada es espectacular.
El precio para visitar este templo, construido en el año 752, es de ¥500 y en él se puede ver la estatua de Buda hecha en bronce más grande de Japón: el Daibutsu. Y, por si eso fuera poco, se halla situado en el mayor edificio de madera del mundo.
He de decir que la visión de este Buda fue otra de las cosas que más me gustó y me emocionó del viaje. A pesar de que había muchísima gente, la visita a este templo fue preciosa. Otro que incluiría en el apartado “si vuelvo a Japón probablemente volveré aquí”.
El Daibutsu mide 16 metros de altura y fue fundido con 437 toneladas de bronce y 130 kilos de oro. Debido a los terremotos, guerras y demás desastres que asolaron Japón a lo largo de los siglos, la estatua perdió la cabeza varias veces, y la que se puede observar hoy en día fue forjada durante el período Edo.
Cuando uno está frente o bajo la estatua, quizás no es consciente de la grandiosidad de la misma. Así nos pasó a nosotros. Pero sí que puedes serlo, una vez fuera del templo, cuando contemplas de cerca la réplica de una de sus manos, que podemos ver junto al Museo Nacional de Nara, a unos metros del Todai-ji.
Hay otra cosa que dudaba en contar o no de nuestra experiencia dentro del templo, pero bueno, como seguro que si no lo cuento Sergio se encargará de hacerlo, allá voy. Prometedme que no os vais a reír. Al menos… no mucho.
¿Habéis oído alguna vez hablar de la conocida como “columna de la felicidad” del Todai-ji? Pues veréis, se trata de una columna que hay dentro del templo, con un agujero que es del tamaño del orificio de la nariz del Daibutsu; se dice que quien la atraviese, alcanzará la iluminación. De ahí que siempre haya colas, sobre todo de niños, para intentar atravesarla.
Pues yo, ni corta ni perezosa, decidí ir en busca de esa iluminación. Había un grupo enorme de chicos casi todos del mismo cole y me puse a la fila. Todo eran risas porque se acumulaban todos alrededor: los que esperaban a pasar y los que ya lo habían hecho, que miraban lo que hacían sus compañeros. Sergio se colocó al otro lado de la columna para intentar hacer la foto. Y digo “intentar”… ya veréis luego porqué.
El caso es que yo me iba poniendo cada vez más nerviosa conforme llegaba mi turno porque no lo veía del todo claro… El agujero cada vez lo veía más pequeño y no las tenía todas conmigo. Todos pasaban, eso sí… ¡pero todo eran chavalinos japoneses delgados como espátulas y/o pequeñitos! Y yo, altura no tengo, pero delgada, lo que se dice delgada, tampoco estoy… ¡Ay madre! ¿En qué lío me había metido? ¿Quién me manda a mí ponerme a hacer el chorras como si tuviera 15 años (y 10 kilos menos)? Pero claro, estaba en la cola, y mi dignidad me impedía salir de allí y darme por vencida. Claro que quizás mi dignidad se viera luego por los suelos cuando me quedara atascada en la columna… ¡Ains! ¡Qué dilema!
Y entre tanto dilema y no… ¡mi turno! ¡Ostras! ¿Ya me tocaba? Pues nada, allá voy. No había vuelta atrás.
El truco está en que hay que pasar por delante los brazos porque sino, nunca vas a poder pasar los hombros por el agujero; y hay que hacerlo de lado, para resbalar mejor. Me di cuenta de ello, al intentar primero pasar los brazos pegados al tronco y, mediante señas, los chicos que estaban a mi lado me hicieron saber que así no iría demasiado lejos… Venga, ya tenía el truco. Pasé bien los brazos, la cabeza, los hombros, el tronco… pero la columna es más ancha de lo que en principio suponía, así que llegó un momento en que los pies no me llegaban al suelo y no podía impulsarme con ellos para salir. Ese es el problema de medir 1,60 escasos…
Así que ¿qué hacer? Pues como tenía los brazos y la cabecita ya fuera, no había más opción que pedir ayuda y que tiraran de mí. “Help! Help!”, comencé a gritar y, al momento, tenía a un par de jovenzuelos tirando de mis brazos y haciéndome salir de la columna. ¡Menuda ovación me llevé al salir! ¡Había pasado! Vale, con ayuda, pero… ¡pasé! ¡Había conseguido la iluminación! Nos reímos muchísimo todos cuando ya estaba de pie y le di las gracias a todos los que me habían echado una mano. ¡Qué majetes!
Y os preguntaréis, ¡vaya! ¿y no hay fotos? Las hay, las hay… Y ahí van, aunque como veréis no son de muy buena calidad porque el pobre Sergio entre la cámara, su mochila, la mía y el barullo que se había formado a mi alrededor, sólo pudo hacer esto:
Con la ilusión de haber podido pasar por la columna y Sergio riéndose de mí porque su versión de lo que –según él- dije para salir de la columna difiere en gran medida de la mía, salimos ya del templo y nos alejamos un poquito del Nara Koen para hacer una visita que no teníamos muy prevista pero que nos apetecía hacer porque estaba cerquita y teníamos tiempo: el Jardín Isuien.
Se trata de un típico jardín japonés de la Era Meiji, el único de este tipo que podemos ver en Nara. La palabra isuien significa, literalmente, “jardín fundado sobre agua”, y este nombre deriva del hecho de que los estanques que podemor ver en él son alimentados por el río Yoshikigawa, que pasa por uno de sus lados.
Es un verdadero remanso de paz y pudimos pasear por él sin encontrarnos ni una sola persona.
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Tras pasear durante un rato por el jardín decidimos ir tranquilamente de vuelta para la estación de nuevo por la calle Shijo dori, a esta hora ya con muchísima más gente y con todas sus tiendas abiertas, y paramos a coger algo en un “Lawson” para almorzar en el tren (¥1355).
Para el viaje de vuelta, como queríamos llegar hasta la estación de Inari, tuvimos que hacer transbordo. En Nara cogimos el “rapid” de las 12:54 hasta Uji y, una vez allí, uno local que salió a las 13:29, hasta nuestro destino final. A las 13:40 más o menos estábamos bajándonos del tren y saliendo de la estación. Justo en frente… ahí estaba: el Fushimi Inari- Taisha.
Este santuario, uno de los más conocidos e importantes de Japón, así como uno de los más antiguos (siglo VIII), es el principal de los dedicados al dios Inari. Éste es el dios del arroz y patrón de los comerciantes, ya que en la antigüedad, se asociaba el hecho de tener una buena cosecha de arroz con tener prosperidad en los negocios.
Al igual que en todos los santuarios dedicados a este dios, el zorro es una figura que nos encontramos por todo el Fushimi Inari-Taisha, ya que este animal (kitsune en japonés) está considerado como el mensajero de Inari. En muchas estatuas lo podremos ver con una llave en la boca, que representa la del lugar donde se guarda el arroz y, por tanto, la riqueza.
Pero si por algo es conocido este santuario sintoísta es por su sendero que se adentra en la montaña, flanqueado por cientos de torii rojos. ¿Habéis visto la película “Memorias de una geisha”? Si es así, seguro que os sonará este camino…
A la entrada del santuario hay un mapa de todo el complejo, donde se puede apreciar el camino que hay hasta llegar a la cima. Es de unos 4 kilómetros y nosotros no teníamos muy claro si lo haríamos entero o no, lo decidiríamos sobre la marcha…
Antes de comenzar la ascensión visitamos alguno de los edificios del santuario y luego pusimos dirección “hacia la cima”. ¿Llegaríamos? …
Al inicio del camino hay multitud de gente. ¡Pero una exageración! Tipo al Kinkaku-ji… Ni siquiera se podía sacar ni una sola foto en la que alguien no te hiciera (queriéndolo o sin querer) un “señor photo-bomb”. Yo ya empezaba a morirme de la pena de tener que ver este lugar tan mágico de esa forma, pero según íbamos subiendo, nos íbamos dando cuenta que la gente empezaba a disminuir… ¡Qué alegría!
Cuando íbamos por el nivel 5 yo decidí que no podía más: estaba agotada, hacía mucho calor y se nos había acabado el agua. El camino cada vez se hacía más empinado y no me veía capaz de continuar. Sin embargo Sergio me animó, me hirió en mi orgullo en plan “vamos, mira a esa señora… ¿me vas a decir que ella sube y tú no?”. Porque la señora en cuestión tenía más años que Matusalén… así que por orgullo, cabezonería o dignidad, quién sabe, decidí continuar.
¡Y menos mal que lo hice! En el siguiente nivel, en el 6, descubrimos un pequeño mirador desde donde obtuvimos unas vistas de Kioto maravillosas. ¡Bien merecido había sido el esfuerzo!
Y lo mejor es que, a partir del nivel 6, el camino se hace mucho más llevadero: menos empinado, menos escalones… De ahí a la cima… ¡pan comido! Así que sí: logramos llegar. ¡Vivaaaa! Conseguir llegar para mí, que no estoy acostumbrada a hacer rutas, fue todo un éxito.
En la cima, se acumulan un número enorme de toriis; pero estos son distintos a los del sendero: los hay de madera, rojos, grises, más grandes, más pequeños…
Aquí quiero hacer una anotación para aquellos que queráis subir la tengáis en cuenta: en casi todos los niveles del camino hay máquinas expendedoras con agua, pero que sepáis que el agua va subiendo de precio según se va ascendiendo. Nos pareció algo… ¿curioso?
Una vez hubimos descansado y disfrutado de las vistas desde la cima, emprendimos el camino hacia abajo, esta vez por el lado contrario al que habíamos subido. Ahora sí que bajábamos prácticamente solos, parándonos cada dos por tres a hacer fotos, y disfrutando muchísimo del momento. ¡Es un sitio maravilloso! ¿Cuántas veces llevo diciendo esto desde que comencé los posts?
Llegamos abajo a eso de las 16:30, cogimos un tren de vuelta a Kyoto Station, de la que solo nos separaban dos paradas, y desde allí un autobús hasta Shijo-Kawaramachi, la zona comercial de la ciudad, donde nos pasamos el resto de la tarde haciendo las últimas compras.
Nos volvimos al hotel donde recogimos la maleta, dejamos todo preparado para el día siguiente y nos dimos una buena ducha, que lo necesitábamos tras las caminatas del día.
Después, nos fuimos a la estación para verla por última vez de noche y cenamos unos riquísimos noodles en un restaurante del “Porta Dining”. Tenéis que disculparme, pero no recuerdo el nombre.
Estábamos agotados, así que nos volvimos pronto a descansar con una gran pena porque había sido nuestro último día en Kioto. La ciudad nos había fascinado; nos quedamos enamorados y, a día de hoy, pensamos en volver alguna vez, sí o sí.
Al día siguiente partíamos hacia Tokio, la gran urbe nipona. Pero esa… esa es otra historia.
¡¡GRACIAS POR TODO, KIOTO!!
GASTOS DEL DÍA:
desayuno «Mr.Donut»: ¥1549
entrada Todai-ji: ¥1000
comida «Lawson»: ¥1355
cena en Porta Dining: ¥3294
TOTAL: ¥7198 (aprox. 52€)