Sábado, 23 de mayo de 2015.
Nuevo madrugón. Nuevo día intenso por delante. El despertador sonó a las 06:45 de la mañana y en media hora estábamos ya en la estación desayunando, cómo no, en “Mr Donut” (¥1452).
Salimos a coger la tarjeta diaria para el autobús, que hoy íbamos a amortizar a tope (¥1000) y cogimos el número 205 hacia nuestro primer templo del día, uno de los más conocidos y fotografiados de Japón: el Kinkaku-ji o Pabellón Dorado.
Este templo, uno de los más emblemáticos, recibe el sobrenombre de “Pabellón Dorado” por el recubrimiento de su fachada, de pan de oro. Es una visita totalmente obligatoria en cualquier viaje al país.
Situado en el norte de Kioto, el templo fue construido en 1397 como villa de descanso del shogun y se convirtió en un templo zen de la secta Rinzai en 1408, tras la muerte de éste. Hoy en día funciona como shariden, es decir, como recinto donde se guardan las reliquias de Buda.
Como muchos otros templos japoneses, es Patrimonio de la Humanidad desde el año 1994, además de Monumento Histórico de la antigua Kioto.
La entrada es de ¥300 por persona.
A pesar de que llegamos tan temprano que las puertas aún no se habían abierto, la cantidad de gente era increíble. Creo que todos tuvimos la misma idea: pensamos que a primera hora no habría nadie. ¡Error! Quizás, el hecho de que era sábado también influyó… Esto hizo que la visita del templo se hiciese más incómoda de lo que nos hubiese gustado, porque teníamos que ir esquivando, apartándonos y evitando los pisotones y codazos de la gente.
No disfrutamos de este templo tanto como nos hubiese gustado, pero bueno. ¿Excusa para volver? Jeje…
Al salir de Pabellón Dorado fuimos en busca del autobús número 59, que para delante de éste, para ir al siguiente templo. Después de estar un buen rato esperando, al llegar vimos que venía a tope de gente; pero cuando digo “a tope” es “a tope”… ¡no cabía un alfiler! Obviamente, ni siquiera íbamos a intentar subir, así que decidimos ir caminando. En 20 minutos llegamos al Ryoan-ji.
Aquí, nos llevamos otra de las sorpresas más agradables del viaje: nada más entrar, se acercan a nosotros dos chicas japonesas que nos explican que son estudiantes de Relaciones Internacionales en la Universidad de Kioto y que les gustaría hacernos de guía por el templo, de esta forma, podrían practicar su inglés. ¡Por supuestísimo! Se llamaban Mizuki y Mariko y eran un encanto; la última estaba en su primer año de universidad, así que estaba un poquito más cortada y más nerviosa, pero aún así resultó una visita de lo más entretenida.
En este templo podemos encontrar el jardín de rocas más famoso de Japón. Éste está formado por una parcela rectangular llena de guijarros rastrillados y con 15 rocas dispuestas en pequeños grupos rodeadas de pequeños círculos de musgo. Lo más original de este jardín es que está diseñado de tal forma que solo hay un punto desde el que se pueden ver todas las rocas a la vez. Mizuki nos lo mostró pero, aún así, siempre nos faltaba por ver una…jeje. De todos modos, al lado del jardín podemos ver una pequeña maqueta en la que sí queda claro la disposición de todas las rocas. Y sí: hay 15. 😉
Una de las muchas historias que las chicas nos contaron durante la visita fue que se dice que si uno coloca una piedra en uno de los travesaños de un torii, le dará buena suerte. Cuanto más alto esté, más suerte. Así que Sergio, ni corto ni perezoso, cogió un pequeño guijarro del suelo y ahí que dio un pequeño saltito y logró ponerlo en lo más alto. He de decir que el torii, en este caso, no era muy alto… Eso sí: yo ni lo intenté; con mi 1,60 de estatura, no me veía capaz de llegar ni al más bajo. Jajaja…
Y así, entre que nos contaban la historia del Ryoan-ji, hablábamos de nuestros distintos países, intercambiábamos opiniones y consejos sobre ellos y demás, llegamos a la salida del templo. Antes de salir, nos despedimos de las chicas y nos hicimos una foto de recuerdo con ellas. Les dimos las gracias porque nos habían hecho la visita mucho más entretenida e interesante que si la hubiésemos hecho solos y les deseamos suerte con sus estudios.
Siguiente parada, a la que por supuesto fuimos caminando: el templo Ninna-ji. Está muy cerquita del Ryoan-ji y no tiene pérdida porque está indicado durante todo el camino.
Este templo el principal de la escuela “Omuro”, de la secta shingon del Budismo, y fue fundado en el año 888. Durante muchos siglos fue usado por la familia imperial, de ahí que también se le conozca como el Palacio Imperial Omuro.
Como muchas otras veces, debido a diversas guerras e incendios acaecidos durante los años, ninguno de los edificios originales del templo se conserva hoy en día; los más antiguos de los que podemos encontrar pertenecen al período Edo, a principios de 1600. Entre ellos, el hall principal, el Kannon hall o la Pagoda de cinco pisos.
Una de las cosas que más nos gustó aquí fueron los jardines secos. Sin duda, de los más bonitos que pudimos ver:
Después de las visitas de los templos anteriores, donde la multitud no nos dejó disfrutar de ellos tanto como nos hubiese gustado, en el Ninna-ji esto cambió completamente, puesto que había mucha menos gente y pudimos volver a sentir esa paz que transmiten los templos japoneses.
Cuando dimos por finalizada la visita al Ninna-ji, caminamos unos 10 minutos para llegar a la parada de bus (esta vez el número 93) que nos iba a llevar a otra zona del oeste de Kioto: el distrito de Arashiyama. Desde allí cogimos también un tren para alcanzar la zona de las visitas que habíamos programado.
Era la hora de comer, así que decidimos buscar un sitio cerca de la propia estación, pensando que allí habría alguno. Craso error: no había ninguno. Total, que decidimos acercarnos hasta el templo que visitaríamos después del almuerzo a ver si allí había algo. ¡Y vaya si lo había! Estaba llenito de restaurantes… ¡y de gente! Después de “investigar” un poquito nos decidimos por el “Obu Café”, un restaurante donde pedimos 2 bandejas de bento. Nos pusimos las botas y estaba todo riquísimo. Comida en abundancia y no demasiado cara, como solía ser ya habitual. Pagamos por todo ¥3800.
Después de comer, visitamos el templo Tenryu-ji, situado justo en frente del restaurante. Está considerado como el más importante dentro de la zona de Arashiyama y entre los 5 primeros de toda la ciudad.
Al contrario que sus edificios, que como en muchas ocasiones no sobrevivieron al paso de los siglos, sus jardines y estanques sí que se mantienen en su forma original. Una verdadera maravilla.
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Al final del templo, en la salida norte, hay una pequeña desviación a la derecha, que nos llevó a uno de los sitios que más ganas teníamos de ver: el Bosque de Bambú.
Este lugar, es imposible de describir con palabras. Hay que encontrarse allí, rodeado de cientos (quizás miles) de plantas de bambú, muchas de más de 20 metros de altura, para sentir lo que es estar allí… Pese a que de nuevo volvíamos a estar rodeados de gente –mala idea seguramente haber dejado esta visita para un sábado-, pudimos vivir lo que tantas veces habíamos leído en decenas de blogs.
Sin duda, esta visita es de las que repetiremos si el día de mañana podemos volver a Japón.
En lugar de volver sobre nuestros pasos para volver a coger el tren en el que habíamos llegado, decidimos “arriesgarnos” e intentar coger un trenecito muy especial que hay en esa zona. Y digo lo de “arriesgarnos” porque no llevábamos mucha información al respecto y no teníamos muy claro ni cómo llegar, ni lo que nos íbamos a encontrar una vez allí. Se trata del “Sagano Romantic Train”.
Es un tren escénico antiguo que recorre la ruta desde Arashiyama a Kameoka, a lo largo del río Hozugawa, en un viaje que dura unos 25 minutos entre montañas y bosques.
Para llegar a la estación desde el final del Bosque de Bambú, solamente hay que seguir un sendero que sale a mano derecha y, al bajar una pequeña cuesta, ya se divisa la estación.
El billete nos costó para los dos ¥1240, pero tuvimos que ir de pie –en la parte trasera- porque todos los asientos estaban ya ocupados. El trayecto que hicimos, puesto que donde estábamos no era la estación de salida, fue Torokko Arashiyama-Kameoka Arashiyama, que duró unos 20 minutos aproximadamente.
Para ser sinceros, no es algo que nos haya encantado. Es bonito, pero no considero algo que uno no se pueda perder. Quizás en primavera, con los cerezos en flor, el paisaje merezca más la pena, no sé… En cualquier caso, tampoco fue un horror.
Llegamos a la estación final a eso de las 16:30 y fuimos caminando hasta la parada de la línea JR. No tiene pérdida, porque está indicado durante todo el camino; además, toda la gente hace lo mismo, así que no hace falta más que dejarse llevar…
Desde allí, concretamente el nombre de la estación es Umahoi Station, cogimos el tren que nos dejó de nuevo en Kyoto Station en un trayecto que duró una media hora.
Una vez ya en el centro de la ciudad, decidimos coger un bus para visitar una zona en la que ya habíamos estado, pero que sólo habíamos visto durante la noche, así que nos apetecía ver el ambiente que había durante las horas de luz: Gion. ¿Recordáis? El barrio de las geishas.
En esta ocasión, lo que hicimos fue deambular y perdernos por las callejuelas, repletas -¡cómo no!- de gente. Vimos el teatro “Gion Corner”, contemplamos Pontocho desde el otro lado del río, nos cruzamos de nuevo con una maiko… Pasamos la tarde muy agradablemente sin planes, sin rumbo fijo y sin darnos cuenta de que ya caía la noche.
Decidimos coger algo de comida para llevar y cenar en el hotel. Para eso, fuimos a la planta baja de los grandes almacenes “Takashimaya” en la calle Shijo Dori, donde pudimos encontrar decenas de tiendas a cual con mejor pinta. Compramos, sobre todo, tempura , que nos prepararon en el momento, así que llegó calentita al hotel. Más aún teniendo en cuenta que el bus que cogimos justo al lado del centro comercial –el 207- venía vacío y sólo fuimos nosotros dos durante todo el trayecto, así que “voló” y no paraba porque no había gente esperando en las parada. ¡Qué experiencia! ¡Un autobús para nosotros solos! Todo un lujo, ¿no os parece?
Con esto, como os digo, llegamos en nada y menos al hotel. Nuestra cena estaba calentita y muy rica, así que dimos buena cuenta de ella y nos fuimos a dormir. Mañana sería el último día por esa parte de Japón y la íbamos a aprovechar al máximo. Nos esperaban dos lugares muy especiales…
GASTOS DEL DÍA:
desayuno «Mr.Donut»: ¥1452
tarjeta autobús: ¥1000
entrada Kinkaku-ji: ¥600
entrada Ryoan-ji: ¥1000
entrada Ninna-ji: ¥1000
comida en «Obu Café»: ¥3800
entrada Tenryu-ji: ¥1000
billetes Sagano Romantic Train: ¥1240
cena de «Takashimaya»: ¥2062
TOTAL: ¥13154 (aprox. 96€)