Sábado, 24 de Septiembre de 2016.
Nuestro último día en Londres (el domingo nos íbamos temprano en la mañana) amanecía de nuevo con muchos planes por delante. Pero antes de ponernos en marcha, teníamos que desayunar, cosa que hicimos en una especie de cafetería (más bien un bar) que había pegado al hotel. Creo que metimos un poco la pata porque ni el café ni los donuts que tomamos estaban demasiado buenos; tendríamos que haber repetido el sitio en el que habíamos desayunado el día anterior, que era mucho más chulo y estaba todo rico. Pero bueno… cosas que pasan. Tampoco íbamos a tirarnos de los pelos.
En cuanto terminamos con el desayuno, pusimos rumbo a la primera visita del día, otro de mi lugar favorito de Londres: la Abadía de Westminster. Madrugamos bastante para llegar allí cuanto antes, ya que las colas que se forman para entrar son de órdago. Desde nuestra parada de Aldgate East cogimos la línea verde (la District) y nos bajamos en la de Westminster; directos, sin transbordos, en apenas 15 minutos estábamos delante de la preciosa abadía. Y, ya nos lo esperábamos, había una buena cola ya formada incluso antes de la hora de apertura. ¡Qué bonita es! ¡Me encanta!
Después de un rato de hacer cola, llegamos a las taquillas donde, una vez más, hicimos buen uso de nuestro billete del Stansted Express y obtuvimos las dos entradas por el precio de una: £20. Con la entrada está incluida la audio-guía, con muy buenas explicaciones de todas las zonas; me habría gustado hacer una de las visitas guiadas (nunca la he hecho) pero al ser en inglés, no era posible… ¡Papá, aprende inglés! Jeje…
Y así, «armados» con nuestras audio-guías, comenzamos la visita por nuestra cuenta. Eso sí, rodeados de infinidad de personas y, en muchas ocasiones -sobre todo en las capillas más chiquitinas- teniendo que hacer «uso de codos» para poder entrar… ¡Qué pena que no se pueda ver con menos gente! Por cierto, que las fotos están prohibidas en todo el interior.
Para que os deis cuenta de la importancia de esta estructura eclesiástica medieval, solamente hace falta indicar que es aquí donde se realizan las coronaciones de los monarcas británicos; de hecho, dentro de la abadía se puede ver la Silla de la Coronación, que data del año 1296 y fue encargada por Eduardo I.
Además, otros acontecimientos históricos más actuales y que seguramente todos recordáis también han tenido lugar aquí, como por ejemplo los funerales de Lady Di (1997) o la Reina Madre (2002) o la boda del Príncipe Guillermo y Catherine Middleton (2011).
Con respecto a la visita que hicimos he de decir que, si hubiésemos seguido la audio-guía al pie de la letra, habríamos tardado demasiado tiempo (una pena no tener más para hacerlo), así que visitamos las zonas más indispensables de la Abadía.
Por ejemplo, el presbiterio, ubicado en el corazón del edificio y donde se encuentra situado el imponente altar mayor; la Capilla de Enrique VII, a cuyos lados hay otras dos más pequeñas: a la izquierda una con las tumbas de Isabel I y su hermanastra María Tudor (Bloody Mary) y a la derecha la de María Estuardo (reina de los escoceses); el Poet’s Corner, donde están las tumbas y monumentos a muchos de los mejores escritores ingleses como Dickens o Shakespeare -entre los más conocidos- o la tumba de Sir Isaac Newton.
Estos son solo alguno de los lugares que pudimos ver y disfrutar, pero si se tiene suficiente tiempo se puede pasar uno tooooda la mañana dentro. ¡Merece muchísimo la pena! Claro, que yo no soy objetiva en este caso porque, como os decía al inicio del post, este es uno de mis lugares preferidos de Londres.
Tras la visita al interior y tras devolver nuestras audio-guías, salimos a uno de los claustros, donde hicimos una rápida visita antes de salir definitivamente de la Abadía y dirigirnos hacia nuestro siguiente destino. Los claustros de forma cuadrangular, desde los que se accede a los edificios monásticos, datan casi todos de los siglos XIII-XV, y en sus tiempos, eran una de las zonas donde los monjes llevaban a cabo sus actividades.
Después de salir de la Abadía, nos fuimos caminando hacia Buckingham Palace. La idea era intentar ver el cambio de guardia; es algo que a mí no me llama especialmente la atención (de hecho, nunca la he visto), pero a mi padre le hacía ilusión y hacia allá que nos fuimos.
Siguiendo los consejos de Vero, del blog «VIAJAR CODE: Verónica», más concretamente en sus Tips sobre Londres, en lugar de ir directamente hacia «ese» Palacio, nos fuimos a otro: el de St. James, en cuyo patio comienza el desfile y donde tiene lugar la preparación y organización de las tropas. Peeeeero… tuvimos un problema: no hubo forma de encontrar la entrada al palacio e íbamos con el tiempo justo, así que como mi padre ya se empezaba a poner nervioso, optamos por dirigirnos hacia Buckingham. El problema es que no sabíamos si habían pasado ya las tropas o no, pero viendo la cantidad de gente que se agolpaba en los alrededores, nos parecía que sí. Aún así, nos acercamos y con suerte encontramos un sitio pegado a una de las vallas que colocan en la acera; el caso era esperar un rato… Yo no estaba demasiado convencida, pero mi padre decidió que nos quedásemos porque decía que aún no habían abierto la carretera al tráfico de forma continuada -cada poco rato, la cerraban-, así que eso quería decir algo… Total que allí nos situamos, delante del palacio más importante de Reino Unido.
La residencia oficial de la Reina Isabel II, es una asombrosa muestra de la arquitectura georgiana, llena de lujo y boato, características ambas por las que se conoce a la monarquía británica. El palacio fue construido en 1705 como casa oficial del duque del mismo nombre y desde 1837, fecha en la que la Reina Victoria se trasladó allí, es la residencia londinense de la familia real.
Después de un rato de estar esperando… ¡nuevo cierre de la carretera! Y… ¡madre mía qué suerte! ¡El desfile del cambio de guardia! Al final, mi padre tenía razón y pudimos verlo… ¡y bastante bien a pesar de haber llegado poco antes!; eso sí: si no dentro del patio del Palacio -donde la cantidad de gente hacía imposible ni siquiera acercarse- sí justo delante (las fotos no son muy buenas, están hechas con el zoom del teléfono a tope…)
Aún hoy, sigo sin creerme la suerte que habíamos tenido. Yo ya le había advertido a mi padre que iba a ser difícil verla, porque no me parecía que valiese la pena esperar horas antes -como mucha gente hace- , así que no íbamos a hacerlo y sacrificar otras visitas. Pero, los astros se pusieron de nuestra parte y no perdimos ni tiempo ni visitas y, vimos el cambio. ¡Éxito rotundo! 😉
Antes de comer, y aprovechando que estaba cerca, fuimos a hacer otra visita a un lugar que -creo- han abierto no hace mucho y que yo no conocía: las Churchill War Rooms, el cuartel militar subterráneo del Primer Ministro durante la II Guerra Mundial.
Para llegar hasta allí, lo que hicimos fue cruzar el St. James’s Park, así aprovechábamos también y veíamos uno de los parques reales de Londres. Es uno de los más pequeños, pero también de los más bonitos, y desde él se obtienen unas vistas espléndidas del London Eye, entre otras cosas:
Justo a la salida este del parque, en Clive Steps, se encuentran las Habitaciones de Guerra de Churchill. La entrada, de nuevo usando el 2×1 que veníamos usando hasta ahora, nos costó £19.
Este búnker subterráneo, parte del Museo de la Guerra Imperial, se mantiene prácticamente igual a como estaba cuando dejó de utilizarse, al finalizar la guerra en 1945. Desde el teléfono de baquelita de este cuartel, Winston Churchill coordinó la resistencia de los Aliados contra la Alemania nazi.
Una visita súper-interesante y que recomiendo, siempre y cuando os guste la Historia, como es nuestro caso.
Era ya la hora de comer -de hecho, más tarde de lo que habíamos pensado- y por la zona no encontramos ningún sitio, así que decidimos ir dando un paseo hasta los alrededores de la Estación de Victoria, donde seguramente habría muchas más opciones. Y, efectivamente, en Victoria Street vimos un «Pizza Express», una franquicia de comida italiana de la que yo había oído hablar pero que nunca había probado, y como el hambre apremiaba, no buscamos más y allí que entramos. Nos tomamos un par de pizzas bastante grandes y bastante buenas, y mi padre una cerveza (yo, en mí línea y con mi agüita) y pagamos £26.50.
Como el cansancio acumulado era bastante y a la tarde aún nos esperaba el plato fuerte del día, decidimos ir un ratito a descansar al hotel. Para ello nos acercamos hasta la estación de metro de Victoria y de nuevo tomamos la línea verde (District), que nos llevaba directos a nuestra parada habitual: Aldgate East.
Antes de irnos a echar una siestecilla para estar ready para la última parte de nuestro viaje, nos acercamos de nuevo al «Tesco» que había junto al hotel y compramos unos sandwiches para la cena; de este modo, si acabábamos más tarde de lo previsto -como luego así fue- no tendríamos que pararnos a buscar ni a comprar nada.
Lo que vivimos esa tarde, puso la guinda de lo que había sido un fin de semana fantástico. Pero, de momento, os dejo «un ratito» con la duda y os lo cuento en otro momento… 😉