Martes, 06 de Mayo de 2014.
Como visteis en la etapa anterior, tuvimos que cambiar a última hora los planes que teníamos, así que el día de hoy se vio afectado por dicho cambio. Nos levantamos, como siempre, tempranito y mientras desayunábamos tomamos la decisión de coger un billete para dos días del bus turístico de Lisboa. No solemos utilizar este tipo de transporte muy a menudo (creo que sólo lo hicimos en Barcelona), pero como queríamos volver a Belém nos pareció una buena idea hacerlo “al aire libre” en uno de esos buses hop-on, hop-off de la empresa “Sightseeing Lisboa”. Cogimos el billete que valía para dos días y para las líneas de Castelo (Alfama) y Belém; el precio por cada billete fue de 18€.
La salida de los autobuses estaba en la misma Praça Marqués de Pombal, así que lo teníamos frente al hotel. Decidimos ir primero al barrio de Alfama y visitar el Castillo de San Jorge, así que nos pusimos a esperar a que llegara el autobús, el cual tardó muchísimo… Y, desafortunadamente, esa iba a ser la tónica habitual durante todo el día: la tardanza y consecuente espera en las distintas paradas que usamos. En fin, nos lo tomamos con calma y procuramos no desesperarnos, al fin y al cabo estas vacaciones iban a ser tranquilas y sin prisas.
Pues nada, una vez que llegó el bus cogimos un buen sitio en la parte de arriba –el solecito y el buen tiempo invitaba a disfrutar del piso sin techo- y nos fuimos directos a la última parada del recorrido de la línea, que sería nuestra primera visita del día: el Castelo de Sao Jorge. Durante el recorrido pudimos ver sitios tan conocidos como la Casa dos Bicos, el Mirador de Santa Luzía,… y empezamos a notar ese ambiente tan especial del barrio de Alfama, cuna del fado y antiguo barrio de pescadores.
Después de un recorrido de una media hora, más o menos, llegamos al castillo. Había un poco de cola para sacar las entradas (7,50€/pax), pero iba bastante rápido y no tuvimos que esperar demasiado.
El castelo es uno de los monumentos lisboetas más conocidos. Construido en el siglo V por los visigodos, agrandado por los árabes en el siglo IX y modificado durante el reinado de Alfonso Enríquez, en 1938 sufrió una restauración completa. Su período de máximo esplendor se extendió desde mediados del siglo XIII hasta principios del siglo XVI, época en la que estuvo ocupado por los reyes de Portugal. Como muestra de su pasado, actualmente se están recuperando restos fenicios, griegos y cartaginenses; de hecho, en nuestro recorrido pudimos ver algunas de las excavaciones que se están llevando a cabo.
¿Lo mejor del castillo? Sin duda –y de nuevo- las maravillosas vistas de la ciudad, gracias a que se encuentra situado en la cima de la colina más alta de Lisboa.
La visita nos llevó toda la mañana y cuando salimos, el hambre empezaba a hacer de las suyas, así que decidimos bajar dando un paseo por el barrio en busca de un restaurante muy nombrado en varios foros y diarios que habíamos leído: el “Río Coura”.
No sabíamos la calle en la que se encontraba, lo único que teníamos claro es que estaba cerca de Sé, la Catedral de Lisboa, así que hacia allí dirigimos nuestros pasos. Y no tuvimos que buscar mucho… ¡está, literalmente, al lado de ésta! La dirección exacta, por si os interesa, es 30 Rua de Augusto Rosa; está, como os digo, en la otra acera de uno de los laterales de la catedral. No tiene pérdida.
Llevábamos la idea que habíamos leído preparando el viaje: que es un sitio chiquitín, un poco descuidado, pero que la comida era inmejorable. En esto, el tamaño y la comida, acertado 100%; sin embargo, lo han debido renovar hace poquito y está súper-nuevo, muy bonito.
No había ninguna mesa libre, pero enseguida vino un chico a preguntarnos y nos dijo que si esperábamos 10 minutinos, quedaría libre una; no lo dudamos y le dijimos que sí, así que mientras esperábamos nos dio la carta y pudimos ir escogiendo lo que íbamos a comer.
Al poquito de estar esperando, y una vez decidido lo que íbamos a comer, nos avisó el mismo chico que la mesa estaba libre. Eso sí, tened en cuenta si vais que las mesas están todas muy juntitas, así es que mucha intimidad tampoco esperéis.
Aún así, la comida supera cualquier inconveniente que podáis pensar: MARAVILLOSA. Sergio se pidió un bacalhau de la casa y yo un arroz con marisco, con el cual por cierto podría haber comido otra persona más. Estaba todo riquísimo. Pero la cosa no acababa ahí: llegaron los postres… ¡madre del amor hermoso! ¡En mi vida había comido algo dulce tan delicioso! Y, cómo no, casero. Para Sergio, una tarta de queso y para mí, de bolacha (galleta). ¡Uff! Acabamos con el estómago a reventar y alucinamos cuando nos llegó la cuenta y pagamos 26€ -propina incluida-.
Supongo que habrá gente que haya ido y cuya experiencia no haya sido tan buena como la nuestra, pero si por nosotros es, recomendamos este sitio 100%. Sin duda.
Ya con el estómago más que lleno, nos dispusimos a visitar la Catedral de Lisboa, popularmente conocida como Sé, que es la iglesia más antigua y más importante de la ciudad.
La entrada a lo que es en sí el templo es gratuita aunque luego, en el interior, si quieres visitar el tesoro y el claustro hay que pagar; puedes visitar sólo el claustro o también hay la posibilidad de comprar una entrada combinada de ambos. Nosotros optamos por la primera opción (2,50€/pax) y fue algo muy acertado, bajo nuestro punto de vista, ya que el claustro de Sé es precioso. Además tuvimos la posibilidad de visitar unas excavaciones arqueológicas que se están llevando a cabo allí mismo. Estábamos prácticamente solos así que disfrutamos muchísimo de ese momento de paz que –yo creo- se puede encontrar en casi todos los claustros de este tipo.
Cuando salimos de la catedral nos fuimos dando un paseo hasta la Rua do Comercio para desde allí coger el bus turístico, en este caso la línea de Belém, e ir a visitar de nuevo ese barrio. El bus, de nuevo, tardó más de lo que deseábamos…
Nos bajamos delante de Los Jerónimos (ese día no estaba cerrado… jeje) y la visita que hicimos allí fue más bien rápida porque había una cantidad de gente exageradísima y no se podía disfrutar gran cosa. Por cierto, la entrada al monasterio es gratuita.
Salimos y volvimos a esperar de nuevo el autobús para ir, esta vez, a uno de los monumentos más emblemáticos de Lisboa: la Torre de Belém. Está situada en la desembocadura del Tajo e inicialmente sirvió para la defensa de la ciudad, posteriormente se convirtió en centro aduanero y faro. De estilo manuelino, fue construida entre 1515 y 1519, y en el año 1983 fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad, por la UNESCO.
Para mi gusto, esta zona en la que se encuentra la torre es una de las que más encanto tiene de la ciudad.
Desde allí fuimos caminando hasta otro monumento muy conocido: el Padrao dos Descobrimentos. Es un paseíto, de unos 15 minutos haciéndolo tranquilamente, muy agradable a orillas del río.
El monumento fue construido en el año 1960 para conmemorar los 500 años de la muerte de Enrique el Navegante, uno de los protagonistas de la política portuguesa de la primera mitad del siglo XV y del inicio de la Era de los Descubrimientos en Portugal.
Junto al monumento estuvimos sentados un buen rato, a orillas del Tajo, disfrutando de las vistas de la otra orilla, lugar al que íbamos a ir en unos días, con el famosísimo Puente 25 de Abril, que nos recordó nuestro maravilloso viaje a San Francisco, ya que este puente es muy parecido al Golden Gate (salvando las distancias…).
Cuando decidimos irnos, pensamos que podíamos hacer la última parte del recorrido de la línea, ya que es una zona a la que no pensábamos ir: la de Sao Sebastiao. La hicimos, pero sin bajarnos en ningún momento del autobús, no nos gustó demasiado y tampoco nos apetecía porque ya estábamos bastante cansados. Así que acabamos el resto de la ruta que nos volvía a dejar delante del hotel, donde habíamos empezado esta mañana.
Cenamos directamente en el hotel porque a la mañana siguiente queríamos madrugar bastante, y allí pudimos probar el bacalhau as natas. ¡Sin palabras! Ya era fan del bacalao, pero Lisboa me hizo adorarlo aún más…
Nos acostamos prontito; al día siguiente iríamos al lugar que me hizo decidirme por este viaje: Sintra. Pero eso, es otra etapa…