Lunes, 05 de Mayo de 2014.
Otra vez madrugábamos y sin necesidad de despertador. Sin prisa, nos preparamos y bajamos a desayunar (teníamos el desayuno incluido). El restaurante es bastante grande y el bufet muy bueno: fruta, cereales, embutidos, tostadas, bollería… Muy completo y, para mi desgracia (lo digo porque ningún día pude resistirme a ellos), unos huevos revueltos riquíiiiisimos… ¡ni un solo día fallé!
Una vez con el estómago bien lleno y listos para patearnos por vez primera la ciudad, nos dirigimos al metro para comprar la tarjeta de transporte. A mi parecer, si tenéis pensado usar dos veces o más el metro/bus/elevadores/tranvía, la tarjeta es completamente rentable. Nosotros cogimos la “Viva Viagem” (la propia tarjeta cuesta 0,50€) y la recargamos para poder usarla todo el día (6€); lo bueno que tienes es que no es de esas que se acaba a las 23:59 hr del día, sino que dura 24 horas de reloj, es decir, si la compráis a las 2 de la tarde, os durará hasta las 2 del día siguiente.
La parada de metro la teníamos en frente del hotel. Sólo había que cruzar la carretera. Y en ese instante fue, como os decía al comienzo de este diario, cuando nos dimos cuenta del mogollón de tráfico que había en la rotonda de la plaza. ¡Madre mía! Vaya lío de coches, autobuses y motos…
Bueno, pues con la tarjeta lista y cargada para todo el día, tomamos el metro hacia la Praça dos Restauradores. Desde allí cogimos uno de los elevadores que hay en Lisboa: el Elevador da Gloria.
Como era tempranito, no había mucha gente y pudimos cogerlo a la primera. Hay ocasiones en las que la cola de gente es tan larga, que tienes que esperar bastante tiempo para poder subir. Por suerte, a nosotros no nos pasó nunca.
Como veis en esta foto, el Elevador da Gloria lleva funcionando en la ciudad desde 1885. ¡Ahí es nada!
En cinco minutinos escasos, nos “plantamos” en uno de los barrios de la ciudad: el Bairro Alto, conocido como el “Montmartre” lisboeta.
La primera parada que hicimos fue el Mirador de San Pedro de Alcántara, que está justo al lado de la parada del elevador, y desde donde se obtienen una de las mejores vistas de la ciudad: hacia la Baixa, Alfama y el Castillo de San Jorge, el Tajo a la derecha y la parte nueva de la ciudad a la izquierda.
Después de hacer unas cuantas fotos y disfrutar de las vistas, nos dedicamos a perdernos por el barrio, empezando a ver las casas con fachadas de azulejo tan típicas del país.
Y así, paseando, llegamos por casualidad a una parada del conocidísimo tranvía 28, el cual todavía estaba vacío; no lo dudamos y nos subimos en él sin tener la certeza de la dirección en la que iba, pero nos daba igual, es muy raro poder tomar este tranvía estando vacío y pudiendo sentarte, porque normalmente va a hasta arriba de gente.
Y es que esta línea 28 es una de las instituciones de Lisboa en lo que a transporte público se refiere. Recorre varios barrios de la ciudad y desde él pueden verse los monumentos turísticos más famosos. Además, el hecho de que sea de madera, hace que nos traslade a otra época… Es una maravilla, especialmente, si puedes ir sentado y sin demasiada gente.
Y así hicimos prácticamente la mitad del recorrido, bajándonos en la última parada: Martín de Moniz. Una plaza enorme donde tomamos el metro bajándonos en la parada de Baixa-Chiado, desde donde fuimos caminando hacia la Rua Garret, una de las más emblemáticas de Lisboa, repleta de comercios y establecimientos de gran solera.
Uno de estos establecimientos, que yo considero parada más que obligatoria, es el emblemático “Café A Brasileira”. Es uno de los cafés más antiguos de la ciudad, abierto en el año 1905, y también conocido porque delante de su puerta se encuentra la estatua del famoso poeta luso, Fernando Pessoa.
Como ya era mediodía y teníamos un poco de “gusa” decidimos aprovechar, ya que estábamos allí, y tomarnos un tentempié para seguir con el paseo. A esas horas no había mucha gente así que pudimos sentarnos en una de las mesas del café; yo me acerqué a ver qué podíamos pedir y en el momento de acercarme a la barra, perdí el gusto. Allí había de todo: pasteles de nata, croquetas de bacalao, quiches de setas,… ¡Como para no perderlo! Al final, nos decidimos por algo salado porque nos apetecía más en ese momento y pedimos “un poco de varias cosas” para probar, junto con dos coca-colas (por cierto, las que son de botella son más baratas que las de lata… todavía no tengo claro el porqué). En total, junto con la propina –la chica que nos atendió fue sumamente amable, así que consideramos que se la merecía- pagamos 17€. Sé que los precios allí son un poco más caros de la media de Lisboa, pero merece la pena, de verdad.
Con el estómago lleno, acabamos de recorrer la calle y volvimos a coger el tranvía 28, esta vez con conocimiento de dirección, y nos fuimos a visitar la Basílica da Estrela, en la zona oeste de la ciudad y última parada del tram.
Cuando llegamos… ¡oh no! ¡Estaba cerrada! Habrían a las 4 de la tarde y aún era muy temprano. Eso sí, lo que pudimos hacer fue subir a la cúpula (eso sí que estaba disponible a esa hora), desde donde de nuevo obteníamos unas vistas preciosas de la ciudad. Subir nos costó 4€ por persona.
Estuvimos un buen rato arriba, prácticamente solos, disfrutando de la terraza y las vistas.
Al bajar, justo enfrente, están los conocidos Jardines da Estrela, un parque muy bonito donde nos tomamos un helado y nos sentamos a disfrutar del verdor que nos rodeaban. Mi pierna se merecía un descanso y qué mejor que hacerlo en un lugar como ése…
Allí mismo decidimos que tomaríamos el bus y luego el tranvía 15 para acercarnos hasta el barrio de Belém y visitar el Monasterio de los Jerónimos… ¡craso error! Luego os explico por qué.
Total, que nos liamos un poco con los buses y tuvimos que coger dos (el 25E y el 714) para llegar a la Praça do Comercio, la cual disfrutaríamos en otro momento porque es grandiosa, y desde allí el tranvía 15 hacia el barrio quizás más alejado de la zona turística de Lisboa, pero de obligada visita, por supuesto.
En unos 15-20 minutos llegamos al barrio y nos fuimos directamente hacia Los Jerónimos pero… ¡los lunes está cerrado! No nos lo podíamos creer; mira que yo lo llevo todo “controlado”… pero esto se me pasó por completo.
Pues nada, había que cambiar de planes, y ya que estábamos allí se me ocurrió que podíamos probar los archi-famosos “pastéis de Belém” en la cafetería que lleva el mismo nombre; son tortitas de crema, de unos 8 centímetros de diámetro, elaboradas según una receta secreta que no ha sido desvelada en casi doscientos años y que, supuestamente, sólo tres personas conocen en el planeta. Compramos 4 y pagamos 4,20€.
Como dentro del café hacía un calor insoportable y estaba lleno de gente decidimos salir y comprarnos un par de frapuccinos en un Starbucks que hay justo al lado (8,10€), con tan buena suerte que en la parte de arriba había un sitio perfecto: dos sofás comodísimos, al lado de una ventana, con unas vistas del barrio fabulosas. Sin pensarlo, allí que nos pusimos a disfrutar de nuestros café con los pastéis. Si os soy sincera, a mí los pasteles no me dieron mucho más… los encontré demasiado dulces; a Sergio le gustaron más que a mí. Aún así, merece la pena probarlos, sobre todo si sois tan golosos como yo…
En el Starbucks estuvimos un buen rato porque estábamos bastante cansados y hacía bastante calor. ¡Qué a gusto se está cuando se está a gusto!
Después de descansar y de disfrutar de la “merienda” volvimos a coger el tranvía 15 de vuelta, esta vez hasta la parada de Cais do Sodré, donde hay un metro que nos llevaba directamente hasta la de nuestro hotel, en la Praça Marqués de Pombal.
Una vez allí, dejamos las cámaras y bolsas en la habitación y nos fuimos a hacer un poco de shopping al “Centro Comercial Amoeiras”, donde hay unas tiendas que a mí me interesaba ver. Aprovechamos para comprar algo de cena en el supermercado (4€) y nos fuimos directamente a descansar.
Para ser el primer día habíamos hecho muchas más cosas de las que pensábamos y yo ya estaba profundamente enamorada de Lisboa…