Sábado, 10 de Mayo de 2014.
Nos levantamos, más o menos, a la misma hora de siempre, pero con la diferencia que hoy nos íbamos de Lisboa… oooh…
Después de ducharnos, bajar a desayunar y recoger las cuatro cositas que nos quedaban, bajamos las maletas al coche y nos fuimos a hacer el check-out. Todo correcto, sin ninguna complicación y con la tarifa que nos habían confirmado en su día. Nos despedimos del hotel y de la ciudad y pusimos rumbo a Salamanca, donde haríamos noche antes de llegar a casa.
Del trayecto hasta la ciudad charra no hay mucho que contar, más que lo hicimos con muy poco tráfico, sin ningún tipo de incidencia y parando a comer un par de sándwiches en uno de los muchos puntos que hay a lo largo de todo el camino, especialmente antes de cruzar la frontera. Por un par de bocatas de jamón y queso, una botella de agua grande y dos cafés, pagamos la friolera de 14€. Ya se sabe que en estas áreas de descanso de la autopistas todo es más caro de lo normal.
Llegamos a Salamanca a eso de las 5 de la tarde y para llegar al hostal tuvimos que dar unas cuantas vueltas porque por donde nos indicaba el GPS, eran zonas peatonales y no había manera; al final, hasta tuvimos que llamar allí para que nos fueran indicando qué direcciones coger.
Una vez lo localizamos, mientras Sergio se quedaba en el coche, yo me bajé para ir a preguntar cómo hacíamos para llegar al parking –que está a unos metros del hostal- y ya empecé a flipar con la cantidad de gente que había. Estaba hasta los topes y lo primero que pensé fue: “hoy no dormimos con este jaleo».
El señor que estaba allí me ayudó a bajar las cosas del coche y mientras él iba con Sergio al aparcamiento, yo esperé para hacer el check-in, ya que no había nadie más para atenderme. El hostal se llama “Plaza Mayor” y, como su propio nombre indica, está situado en el mismo centro histórico de la ciudad y a sólo unos metros de la plaza del mismo nombre. Más céntrico, imposible.
Nos dieron una habitación que daba hacia la parte de atrás, por lo que el ruido de la calle no se oía en absoluto (no así los portazos que algún que otro huésped dio durante la noche pero, en fin, son cosas de dormir en un hotel…); era muy chiquitina y los muebles bastante antiguos, pero estaba muy limpia y para una noche, era suficiente. Además, como os decía antes, la situación era inmejorable.
Nos aseamos un poco y directamente nos fuimos a dar un paseo, sin rumbo fijo, solamente con un mapa que nos dieron en recepción y al que tampoco hicimos mucho caso, a decir verdad; simplemente fuimos disfrutando del casco histórico que es una maravilla, sin prisas y sin querer verlo todo en un par de horas.
Así fuimos recorriendo un poco la Plaza Mayor (donde había un montón de casetas de librerías y donde, al día siguiente, íbamos a tener la mejor despedida de las vacaciones… pero eso os lo cuento otro día). Allí, un grupo de chicas –con un chico “dirigiendo el cotarro”- que iban de despedida de soltera “nos atracaron” haciéndonos preguntas que formaban parte de una gymkana que estaban haciendo; nos reímos un montón y luego los vimos otro par de veces por ahí. En ese día si no vimos a la ralla de 10 grupos de despedidas de solteros, no vimos ninguna… ¡Salamanca es fantástica para ir de fiesta!
Aparte de la plaza, también pudimos contemplar la maravillosa Catedral, la Casa de las Conchas –la cual, hoy en día alberga la biblioteca municipal-…
… ¡y cómo no! La famosísima fachada de la Universidad de Salamanca, delante de la cual se congregaba una pequeña multitud buscando uno de los símbolos por los que hoy en día es conocida la ciudad: la rana. Ya sabéis lo que cuenta la leyenda: «el estudiante que vaya a estudiar a Salamanca y encuentre la rana en la fachada de la Universidad, tendrá suerte y aprobará los exámenes». Cierto o no (que yo creo que si no le echas horas de estudio, por mucho que veas la rana… difícil lo llevas), la verdad es que delante de la fachada nos agolpamos todos para buscar al famoso batracio.
Sergio enseguida la encontró pero yo tardé un poquito más en hacerlo y he de decir, que lo hice gracias a sus pistas…
Leyendo a posteriori acerca de este icono, hay una frase que me llamó la atención y no puedo dejar de escribir aquí. Es de Miguel de Unamuno y dice lo siguiente: “No es lo malo que vean la rana, sino que no vean más que la rana”.
En uno de los paseos perdidos que íbamos dando, a Sergio le llamó la atención un pequeño escaparate de una librería y como los dos somos muy aficionados a leer, decidimos entrar. ¡Una joya fue lo que descubrimos allí! Se llama “Librería Anticuaria La Galatea” y es una maravilla. Encontramos desde libros antiguos, discos de vinilo, libros raros, primeras ediciones,… y lo mejor: a su dueña, Begoña. Estuvimos hablando con ella un montón y la conversación fue mucho más que interesante y con ella aprendimos muchísimo de libros. Es profesora de Literatura en la Universidad y es de esas personas con las que te pasarías horas… qué digo, días, hablando y hablando. Y sobre, todo, escuchando. Al final, Sergio se compró una ejemplar en inglés de una guía antigua de Japón –del año 1883-, la cual tenemos en casa como oro en paño. Además, de allí nos fuimos con un par de recomendaciones para cenar ese día y para desayunar al siguiente. ¿Sabéis esa sensación, cuando conocéis a alguien o bien vais a algún sitio nuevo, que sales de allí como “habiendo crecido por dentro”? Pues esa es mi sensación al dejar atrás la librería. No os la podéis perder si vais a Salamanca y os gustan los libros.
Con estas, ya se aproximaba la hora de la cena y, para qué negarlo, había hambre. La comida no había sido gran cosa y no habíamos probado bocado desde entonces, así que nos fuimos en busca del sitio recomendado: “La Taberna de Dionisos”. Es un sitio especializado en tostas… ¡y qué tostas! Cuando llegamos estaba repleto, pero con tan buena suerte que encontramos sitio en la barra; así que allí que nos sentamos y disfrutamos de una cena a base de tostas variadas a cual más rica.
Entre bocado y bocado, a mí me dio por mirar el Twitter y… ahí fue cuando casi me caigo de culo –con perdón- cuando leí un tweet de Rodrigo Cortés (guionista, director de cine y a quien sigo desde hace tiempo). Resulta que al día siguiente, con motivo de la feria del libro que se estaba celebrando en la ciudad (claro, de ahí las casetas de la Plaza Mayor), iba a estar presentando el suyo, “A las 3 son las 2”. Los dos lo flipamos, porque a Sergio también le gusta mucho, y decidimos cambiar los planes del día siguiente. En principio, íbamos a salir hacia Asturias ya por la mañana, pero viendo lo visto, decidimos acudir a la presentación del libro, comer en Salamanca (la presentación era a las 12 de la mañana) y ya luego regresar a casa. ¡¡¡Viva!!! ¡Iba a conocer a Rodrigo Cortés! La mejor forma en la que podíamos acabar las vacaciones.
Contentísimos con la buena suerte que habíamos tenido, salimos de la taberna y nos dimos una última vueltecita por la ciudad, ya completamente de noche, acabando en uno de los edificios más bonitos iluminado: la Casa de Lis, que alberga el Museo Art Nouveau y Art Déco.
Y así finalizamos le día por la capital castellano-leonesa. Una ciudad preciosa a la que no me importaría volver cuantas veces fuera necesario y que aún nos iba a ofrecer un momento más para el recuerdo…