Jueves, 08 de Mayo de 2014.
Hoy pensábamos recorrer con más calma alguna zona por la que ya habíamos estado de pasada y detenernos más en la que, yo creo, es la de más ambiente de la ciudad: la Baixa.
Como siempre, nos levantamos tempranito, lo cual en el día de hoy nos vino muy bien porque nuestra primera parada iba a ser un lugar muy visitado y donde siempre habíamos visto muchas colas: el Elevador de Santa Justa.
Para llegar hasta allí volvimos a recargar la tarjeta de transporte para todo el día y cogimos la línea azul hasta la parada de Baixa-Chiado. Os recomiendo que si vais a usar el Elevador de Santa Justa y algún otro transporte ese día, os saquéis sin duda la tarjeta, porque sólo el billete del elevador son 5€. Así que merece la pena.
Cuando llegamos había un poquito de cola pero no esperamos demasiado tiempo. Para los que esperéis unas vistas muy bonitas durante “el trayecto”, o algo más que no sea un “ascensor”… os va a decepcionar un poco, porque no deja de ser eso: un ascensor que te permite llegar hasta el barrio de Chiado, pero nada más. No es como el Elevador da Gloria, por ejemplo, que es más tipo funicular. Este elevador es más bonito desde fuera que cuando estás dentro; eso sí, una vez arriba, las vistas son preciosas.
Una vez arriba fuimos dando un paseo hasta acabar en una placita, Chafariz do Carmo, donde está situado el Cuartel de la GNR (la Guardia Nacional Republicana), el cual por cierto se puede visitar, y el Museu Arqueológico do Carmo.
Nos sentamos un ratito en uno de los bancos que hay en la plaza mientras decidíamos si entrar o no en el museo. A mí me llamaba mucho la atención por lo que había leído de él en la guía que llevábamos y a Sergio no le disgustaba tampoco la idea, así que finalmente decidimos entrar. Y fue un total acierto: es un sitio muy especial…
La entrada cuesta 3,50€ por persona y me reitero en la recomendación de visitarlo si es que podéis. Se trata de una iglesia-convento, en su día la mayor iglesia gótica de Lisboa, que quedó en ruinas tras el terrible terremoto que se produjo en la ciudad en el año 1755 –estimado en un 9 en la escala Richter-. Tras éste se intentó reconstruir, aunque la idea fue desechada por considerar que las paredes y arcos que aún quedaban en pie podrían venirse abajo con la reconstrucción. Este hecho dota al museo de su característica más especial y la que hace que el lugar sea tan maravilloso: la ausencia de techumbre.
Después de salir del museo, nos dedicamos a deambular por las calles del barrio de Chiado hasta que llegamos a una de las plazas más espectaculares que yo haya conocido: la Praça do Comércio.
Es la plaza más importante de Lisboa y fue construida donde estuvo situado el palacio real antes de ser destruido por el gran terremoto de 1755. Está rodeada en tres de sus lados por edificios porticados, donde podemos encontrar un montón de restaurantes, “cervejarias” y bares, y por el lado sur está abierta al Tajo. Justo enfrente del Tajo, en el lado norte, vemos el Arco Triunfal de la Rua Augusta –la calle más importante de La Baixa-, diseñado por el arquitecto Santos de Carvalho para celebrar la reconstrucción de la ciudad después del gran terremoto; su construcción finalizó en 1873 y sus estatuas representan, entre otros, a Vasco de Gama y al Marqués de Pombal. Otro punto básico de la plaza es la estatua ecuestre de José I, rey portugués que estaba al mando del país en el momento del famoso terremoto.
En la plaza había bastante gente pero como es tan enorme, se disfruta de mucha libertad para recorrerla. Además, sentarse un ratito a la orilla del Tajo, como hicimos, para descansar es un privilegio…
Se estaba acercando ya la hora de comer, por lo que decidimos dirigirnos hacia la Baixa para probar un restaurante muy conocido: la “Casa do Alentejo”.
Volvimos a cruzar la plaza y subimos por la Rua da Prata, perpendicular a la Augusta, hasta llegar a la Praça da Figueira e inmediatamente después, la del Rossío; dejando ésta a mano izquierda, llegamos a la Rua das Portas de Santo Antao donde, casi al final, se encuentra el restaurante.
Nuestra experiencia en este sitio fue absolutamente decepcionante. Y fue una gran pena porque el restaurante es precioso: se trata de un palacete moro del siglo XVIII, repleto de mosaicos y arcos de herradura ornamentados con unos detalles dignos de cualquier palacio.
Os cuento el porqué de esa decepción. Al entrar nos quedamos maravillados porque, como os digo, el lugar es realmente espectacular. Enseguida nos dieron mesa en una de las salas del restaurante. Y eso fue lo único que hicieron rápido porque el resto… Decidimos pedir una tabla de quesos de la región de Alentejo (obviamente, la comida es típica de esa zona de Portugal), un plato de bacalao para mí y unas migas para Sergio. Pues bien, el plato de quesos llegó “relativamente rápido” –unos 10 minutos después- y tampoco es que nos gustaran demasiado pero bueno, en gustos… Y después de esto… se acabó, se olvidaron absolutamente de nosotros. No creáis que estoy exagerando si os digo que tardaron ¡una hora! en traernos los segundos. ¡Y eso que cuando llegamos sólo había otra mesa en toda la sala! Lo que más de mal humor me estaba poniendo es que empezaron a llegar más mesas y les llegaba antes la comida que a nosotros. Hasta Sergio, que tiene infinita más paciencia que yo, se estaba empezando a mosquear. Cuando habían pasado 55 minutos, decidimos que si en 5 más no llegaban los platos, pediríamos la cuenta de los quesos y la bebida y nos iríamos. Y ahí llegaron… justo “en el límite”. ¿Y os podéis creer que el camarero ni siquiera tuvo la decencia de pedirnos disculpas por la tardanza? ¡Y eso que tuvo que verme el careto de mala leche! En fin, que también para los platos que llegaron… podían no haber llegado. Mi bacalao “flotaba” literalmente en aceite; no había forma de cogerlo por ningún lado y las patatas… ¡como piedras! Y las migas de Sergio –que yo ni siquiera me atreví a probar- tampoco es que fueran gran cosa. ¡Casi hubiese sido mejor que no hubiesen llegado y habernos ido! Hubiésemos comido al salir en el McDonald’s de al lado mucho mejor. Obviamente, ni pedimos postre ni dejamos propina y pagamos 32,50€. Nos fuimos de allí lo antes posible. ¡Qué pena! En fin, menos mal que fue la única mala experiencia en toda la semana…
Pues nada, habiendo quitado un poco “la gusa”, nos fuimos dirección a la estación fluvial de Cais do Sodré para coger el ferry, cruzar al otro lado del Tajo e ir a visitar la estatua de Cristo Rei. Para llegar hasta allá cogimos de nuevo el metro (había que amortizar la tarjeta… jeje): desde la plaza de Rossío son solo dos paradas hasta el río.
Para llegar hasta la otra orilla hay que tomar el ferry con dirección Cacilhas. No teníamos muy claro los horarios, pero tuvimos tan buena suerte que salía justo uno en 2 minutos, así que ¡a correr para sacar los billetes y llegar al barco! Compramos ida y vuelta por 2,90€ por persona (acordaos, si vais, de guardar el billete que es el de vuelta también). Yo había leído en la guía que el barco tenía la parte superior abierta y que pasaba por debajo del Puente 25 de Abril… pero ni lo uno, ni lo otro. Igualmente, tampoco tiene mucha importancia, porque el recorrido es cortito –unos 10 minutos- y las vistas buenas llegarían más tarde.
Una vez en Cacilhas hay que salir y dirigirse a mano izquierda, hasta la parada de autobuses. Nosotros tardamos en encontrarla un montón, aun teniéndola al lado de la estación fluvial, y dimos más vueltas que un tiovivo, pero al final dimos con ella. Allí se coge el autobús número 101 hasta la última parada: Cristo Rei. No tiene pérdida ninguna. De nuevo compramos el billete ida y vuelta, que sale más barato; en este caso, me vais a perdonar, pero no he guardado los tickets así que no recuerdo el precio, pero creo que eran como 2€ y algo por persona. Los horarios de salida desde Cacilhas al Cristo son a en punto y a y media; y la vuelta, a y 25 y a y 55. Como veis, cada media hora en ambos casos.
El tramo de bus hasta llegar arriba es de unos 20-25 minutos, con varias paradas, y no se hace para nada pesado –al menos a mí no me lo pareció- porque el pueblo/ciudad por el que pasa es realmente chulo: Almada.
El autobús para justo al lado del recinto donde está el Cristo. Éste es una monumental estatua de 28 metros, copia del Cristo Redentor de Río de Janeiro, “encaramada” en un enorme pedestal de 75 metros.
Dentro de los pilares se encuentra la capilla de Nossa Senhora da Paz. También dentro hay un ascensor que te permite subir hasta arriba del todo; yo decidí no hacerlo por mi miedo a las alturas (suelo subir a todos los sitios, pero este “no lo veía claro”) y a Sergio tampoco le apetecía, por lo que decidimos pasear por los alrededores y disfrutar de las maravillosas vistas de Lisboa y del Puente 25 de Abril.
Después de un buen rato de estar allí volvimos a coger el bus de vuelta a Cacilhas y el ferry a Lisboa. Estábamos un poco cansadillos y decidimos darnos un caprichín, yéndonos a tomar algo a una de las cafeterías de más renombre de la ciudad: la “Pastelaria Suiça”, en la plaza de Rossío. Tuvimos la gran suerte de encontrar una mesa a la sombra, vamos ¡un lujo!, y allí que nos tomamos una coca-cola y una cerveza, enormes las dos (6,30€).
Mientras estábamos allí sentados, vimos que en la plaza había una especie de feria o algo así, con casetas de puestos (ya nos habíamos fijado el día anterior que lo estaban montando) y, de repente… empieza a sonar una música que nos era muy, muy familiar… ¡gaitas asturianas! No podía ser, decía Sergio; seguramente eran escocesas o gallegas. Y yo, “que no, que no, que son de Asturias”… Hasta que nuestras dudas se vieron disipadas por completo cuando vimos nuestra queridísima bandera con la cruz amarilla y fondo azul y, lo que es más, ¡a un tío con madreñes y escanciando sidra! ¡¡¡Aaaaaaah!!! Nos acabamos rápidamente nuestras consumiciones, pagamos y nos fuimos directos al lío. ¡Y allí que nos juntamos con nuestros paisanos! Nos hacía mucha gracia ver a la gente sacándoles fotos y, claro, como para no, porque habían montada una buena… sidra, fabada (dios, a esas horas de la tarde y con ese calor),… Vamos, lo que nos gusta una buena juerga a los asturianos. Jeje… Allí nos pusimos a hablar con ellos y, cómo no, bebimos un par de culetes de sidra. El chico nos explicó que todos los años por esas fechas había en Lisboa una feria de artesanía y productos de las distintas regiones que participaban, y que ellos llevaban yendo hacía ya unos cuantos años. ¡Cómo nos “prestó”, como decimos por aquí, encontrarnos con ellos! Vamos, que nos encantó, para “traducirlo” de alguna forma. Jeje…
Y con ese buen sabor de boca nos despedimos de nuestros paisaninos y seguimos dando un paseo, esta vez por la Rua Augusta, y haciendo alguna que otra compra. Sin prisa, disfrutando de la gente y, ¡cómo no!, llamando a nuestra familia para contarles nuestro fantástico encuentro. ¡Cómo se rieron!
Al cabo de un rato empezó a entrarnos un poquito de hambre y, aprovechando que estábamos viendo en ese momento la estación de tren de Rossío (la cual, por cierto, no dejéis de admirar porque tiene una fachada impresionante), decidimos quedarnos a tomar algo de cena en el Starbucks que hay allí. Desde el verano anterior, que hicimos nuestro viaje por la Costa Oeste de USA, nos hemos vuelto aficionados a esta cadena de cafeterías. Sergio se pidió un par de sándwiches, yo, una bagel con crema (mmm… delicioso), una porción de tarta de zanahoria y un par de aguas, y pagamos 14,50€. Ya sabemos que los Starbucks no son precisamente baratos, así que tampoco nos sorprendió en exceso.
Y con estas, yo que ya estaba bastante cansada y mi pierna me empezaba a molestar, y que el día había sido muy largo y muy provechoso, decidimos volver a descansar. Yo estaba en plan vago y no me apetecía subir toda la Avenida da Liberdade caminando, así que cogimos el metro en Restauradores y, dos paradas después, ya salíamos delante de nuestro hotel.
Se estaba acercando el final del viaje, pero aún nos quedaba algún otro que otro sitio por descubrir “sin querer”, y alguna que otra sorpresa…