Miércoles, 25 de mayo de 2016.
Hoy dejábamos Chicago y poníamos rumbo a nuestra siguiente parada: Washington DC, la capital del país. Hacía tiempo que le tenía muchísimas ganas a esta ciudad y por fin iba a poder visitarla. ¡Viva!
Teníamos el vuelo con United Airlines para las 09:04 de la mañana, así que madrugamos «un pelín»(5 am) para ir sin prisa y con tiempo de sobra. En un principio habíamos pensado coger un taxi que nos acercase al aeropuerto, pero tras haber preguntado en la recepción del hotel el precio del mismo y decirnos que serían como unos $45/50, decidimos que de eso nada. ¡Era una burrada pudiendo ir en metro! Además, luego vimos que casi llegas antes en este medio que en coche, debido al tráfico intenso que había a esas horas de la mañana.
Para llegar desde el hotel al O’Hare (desde donde salía nuestro vuelo) cogimos la Blue Line desde la parada que teníamos al lado del hotel, Clark/Lake, y de ahí directos al aeropuerto en unos 45 minutos. Con el jaleo que nos habíamos armado a la hora de la llegada y lo rápido y directos que íbamos ahora a la parada… jejeje…
Y aquí, a la hora de sacar los billetes del metro, fue donde nos pasó una de las anécdotas del viaje que demuestran la amabilidad que tienen los americanos -al menos, aquéllos con los que nos hemos ido encontrando nosotros-. Veréis resulta que las máquinas expendedoras de los tickets no daba cambio y nosotros no llevábamos más que billetes de $50 y de $100; no era, por tanto, plan de pagar en efectivo. Bueno, pues los sacamos con tarjeta de crédito; después de un montón de intentos, nada, no había manera, ninguna funcionaba… Yo ya estaba empezando a impacientarme, porque el tiempo iba pasando. En estas, llegó un chico que intentó echarnos una mano porque creía que poníamos mal el código postal que te pide a la hora de pagar con tarjeta (cuando no tienes código, como es nuestro caso, se pone por defecto el «00000») pero nada, ni aún así… ¡Uff! Mi cara debía de ser todo un poema, así que el chaval, ni corto ni perezoso, ¡nos coló con su tarjeta! ¡Salvados! No sabíamos cómo darle las gracias. ¡Imaginaos! ¿Creéis que algo así pasaría en España? Mmmm… no estoy segura..
Bueno, pues una vez dentro del metro, pudimos coger el que pasaba a las 6 de la mañana, así que a las 6:45 estábamos ya en el aeropuerto O’Hare. Como ya llevábamos en nuestros móviles las tarjetas de embarque, sólo nos quedó dejar la maleta en el drop-off, pasar el control y desayunar algo (me vais a perdonar, pero no recuerdo en qué sitio desayunamos). El vuelo de United salió puntual y llegamos a Washington a las 12 en punto. Por cierto, que la aplicación de la compañía aérea, que habíamos descargado el día anterior para llevar mejor las tarjetas de embarque, es brutal; te informa de absolutamente todo que tenga que ver con tu vuelo: de qué ciudad viene, si llega puntual, qué tipo de aeronave es… ¡Recomendadísima esta app si voláis con ellos!
Una vez que llegamos al aeropuerto Ronald Reagan, el más cercano a la ciudad, nos dirigimos al metro para llegar al hotel. Para desplazarse por el metro de Washington DC decidimos que la mejor opción que teníamos era sacar la tarjeta «Smart Trip», la cual iríamos recargando según fuésemos necesitándolo.
Y de nuevo aquí… ¡amabilidad americana! Debía de ser nuestro día de suerte, porque no hicimos más que llegar a la entrada del metro y dirigirnos hacia las máquinas expendedoras, cuando un chico que salía de allí y se dirigía al aeropuerto ¡nos dio su tarjeta! ¡Flipamos! Qué bien, nos íbamos a ahorra los $3.75 que cuesta la propia tarjeta; pero cuál fue nuestra sorpresa cuando al acercarnos a la máquina para recargarla y sacar la otra que necesitábamos… ¡tenía $5.95 de saldo! ¡Era nuestro día en el transporte público! Jajajaja… En total, así sin hacer nada, nos habíamos ahorrado casi $20. Decidme si eso no es tener suerte…
En fin, una vez provistos cada uno con nuestra tarjeta, cogimos el metro -concretamente la línea azul- hasta la parada de Farragut West. En unos 15 minutos habíamos llegado. Eso sí, un consejo: contad bien las paradas que tenéis hasta vuestro destino porque las ventanillas de los vagones son tan oscuras que no se aprecian los carteles que hay en las estaciones.
Una vez en la parada, llegar al hotel no fue tan complicado como en el caso de Chicago porque en Washington es bastante fácil guiarse con los mapas, al menos en esa zona, donde las calles de norte a sur se denominan con letras («K», «L», «M»…), y de este a oeste con números («16th», «17th»…). Nuestro hotel, el «RL Washington DC, by Red Lion», está situado concretamente en la L Street, entre las calles 18 y 19. Caminando se tardan unos cinco minutos en llegar desde la parada de metro.
Cuando llegamos, a pesar de no ser la hora del check-in, nos indicaron que ya tenían lista nuestra habitación. ¡Genial! Al entrar en ella… wow! ¡Era enorme! Una de las más grandes en las que hayamos estado en nuestros viajes. Además que la cama era king-size, había también un sofá muy grande justo al lado, una mesa de escritorio que ocupaba casi todo el ancho de la ventana (que era de 4 hojas) y un pequeño cuartito antes de entrar en el baño, donde estaban la nevera, la cafetera y el armario. Todo comodidades.
Una vez nos hubimos instalado, cogimos nuestras cosas y pusimos rumbo a conocer la ciudad. Eso sí, eran como las 2 de la tarde y teníamos un poquito de hambre, así que no perdimos mucho tiempo en buscar un sitio para comer: nos tomamos unas pizzas en un lugar que hay frente al hotel y que se llama «Veloce«. Y tanto que lo era: las tuvimos listas en apenas 5 minutos y estaban realmente ricas. Por ambas y un par de bebidas pagamos $21.
Y ahora sí que sí: empezábamos la visita a la ciudad que tanto habíamos deseado conocer (especialmente yo) y que, hemos de confesar, se ha convertido en una de nuestras preferidas de USA.
Nuestro primer destino: la Casa Blanca. Desde el hotel hasta allí, bajamos todo recto por la calle 17th hasta darnos de bruces con una de las calles más famosas del mundo: Pennsylvania Avenue; en ella es donde se sitúa la fachada delantera de la casa más conocida del país.
En mi vida había visto tanta seguridad en un mismo lugar: agentes de policía, del Servicio Secreto, de la K9 Patrol (la Patrulla Canina… y no, no me refiero a los famosos dibujos… 😉 )… En general, en Washington hay muchísima policía y seguridad de distinto tipo. ¡Un fortín de ciudad, vamos!
Esta parte de la Casa Blanca es la que se puede ver más cerca, ya que la valla se sitúa relativamente cerca de la verja…
Después de unas cuantas fotos y de pasear por allí a ver si había manera que se dejasen ver «Potus» o «Flotus»… jeje… rodeamos la casa yendo hasta el final de Pennsylvania Ave y luego bajando por la 15th street, hasta que pudimos girar a la derecha de nuevo para ver la parte trasera de la casa.
Esta sí que se encuentra bastante lejos, a pesar de que en la foto superior se vea cerquita (¡benditos objetivo y zoom de la cámara de Sergio!). En realidad, mirad cuán lejos se ve esta parte:
La residencia del presidente de los Estados Unidos es el edificio más antiguo de la ciudad y el complejo es realmente gigantesco. De hecho, en el año 1800, cuando se convirtió en inquilino de lo que entonces se conocía como «Palacio del Presidente», Thomas Jefferson -tercer presidente del país- afirmó que el diseño original «era suficientemente grande para dos emperadores, un papa y el gran lama». Desde entonces, ha experimentado varias renovaciones: por ejemplo, la primera fue necesaria tras el incendio provocado por los británicos, en 1814; en la etapa de Truman (1945-1953) se realizó una renovación casi total después de que un piano atravesara el suelo, y un ingeniero determinara que se mantenía en pie «sólo por la fuerza de la costumbre».
Nosotros habíamos solicitado mucho antes del viaje el poder hacer la visita guiada por el interior, pero nunca nos llegó la respuesta… 🙁 ¡Habrá que volver a intentarlo!
Justo en frente de esta parte de la White House hay una gran explanada de césped con unos cuantos caminos que llevan a otro de los iconos de la ciudad: el Monumento a Washington, también conocido como el Obelisco. Sin embargo, no llegamos hasta allí porque «teníamos otros planes para él»… pero eso toca contarlo otro día. Eso sí: las primeras fotos de este símbolo las hicimos ya en ese momento.
Y alguna otra un poco más… «yóguica». xD
Aquí ya estábamos de lleno en el conocido The Mall, la zona de jardines rodeada por los museos Smithsonian, los monumentos nacionales y los distintos memoriales. Aunque oficialmente la National Mall se extiende desde el Monumento a Washington hasta el Capitolio, también se le aplica el nombre a las áreas del West Potomac Park, los Jardines de la Constitución y la zona que va desde el Obelisco hasta el Lincoln Memorial.
Este lugar ha sido testigo de muchas protestas y manifestaciones, incluyendo la «Marcha sobre Washington» de 1963 (cuando Martin Luther King pronunció su famoso discurso «Tengo un sueño…») y la «Marcha del Millón de Hombres» de 1995. Cada año, el 4 de Julio se celebra aquí el día de la Independencia con un castillo de fuegos artificiales.
El primer lugar al que llegamos fue el Memorial de la II Guerra Mundial. Este monumento conmemora el sacrificio y celebra la victoria en este conflicto bélico y está situado en la equina este de la Reflecting Pool.
Seguimos hacia adelante bordeando la piscina, eso sí, por la sombra porque hacía un calor importante, hasta llegar al lugar que, para mí, fue el más especial de Washington: el Lincoln Memorial.
Antes de ascender por sus imponente escaleras, nos acercamos a la otra orilla de la Reflecting Pool desde donde se obtiene el reflejo (de ahí su nombre) del Obelisco.
Y ahora sí, subíamos por las escaleras del memorial dedicado a una figura que, si antes me había producido cierto interés, una vez leído, oído y aprendido muchas más cosas sobre él, se ha convertido en uno de mis personajes históricos preferidos: Abraham Lincoln, decimosexto presidente de los Estados Unidos.
El estilo griego de este edificio tiene su base en la idea del arquitecto que lo construyó: pensó que un monumento dedicado a un hombre que había luchado y sacrificado tanto por la democracia de su país, debía inspirarse en un estilo propio de la cuna de la democracia. Su construcción no estuvo exenta de dificultades, ya que el hecho de asentarse sobre una ciénaga, obligó a las constructores a cavar casi 20 metros para hallar un asentamiento adecuado. Casi 38 mil toneladas de mármol se transportaron de lugares tan lejanos como, por ejemplo, Colorado.
En la parte superior de las escaleras, justo en el centro, se sitúa un punto clave en la historia, no solo de la ciudad, sino también de Estados Unidos y del resto del mundo: el lugar exacto desde donde Martin Luther King Jr pronunció su discurso que comenzaba con la tan conocida frase,«I have a dream…».
Y ya dentro del edificio… él. El presidente Lincoln. Imponente estatua sedente de casi 6 metros de altura. La sensación que yo viví al entrar y encontrarme frente a frente… es inexplicable. Uno de los mejores momentos del viaje. Recuerdo la primera vez que vi otras estatuas como «La Pietà» o el «David» del Miguel Ángel… no puedo decir que haya sido igual ,claro está, más que nada porque estas dos son obras de un genio, pero fue una sensación muy parecida; sobre todo por lo que transmite la mirada de Lincoln y por todo lo que él representa para la historia del país.
Su cámara está flanqueada por dos salas más pequeñas a los lados que contienen inscripciones de dos discursos suyos: el de Gettysburg y el de su segunda investidura. Sólo pudimos captar este último:
Y con la sensación de haber cumplido uno de los «objetivos» del viaje, salimos del monumento y proseguimos nuestra marcha por el Mall, para ver más memoriales.
El siguiente, que se encuentra a mano izquierda del de Lincoln, es el de los Veteranos de la Guerra de Vietnam. Una estudiante de la Universidad de Yale, con tan solo 21 años, fue quien ganó el concurso de diseño con este sencillo monumento: dos muros triangulares de granito negro, de 75 metros de longitud cada uno, que forman un ángulo de 125º y apuntan hacia el Washington Monument y el Lincoln Memorial. Los muros, de 3 metros de altura, tienen inscritos por orden cronológico los nombres de los soldados caídos durante esa guerra (entre 1959 y 1975 más de 58 mil estadounidenses murieron o desaparecieron en Vietnam).
Entre las banderas que podéis ver en la foto de arriba, que se encuentran rodeando los muros, pudimos ver y leer alguna carta dirigida a dichos hombres que dieron su vida en esa guerra. Había una, que nos llamó especial atención, de un niño que le escribía a un soldado que había salvado la vida de su abuelo en la contienda y le daba las gracias por ello; lo cierto es que se nos ponen los pelos de punta con estas cosas…
En 1984 se instaló en la entrada sur del monumento, cerca de los muros, una escultura que representa a tres soldados, todos un poco más grandes del tamaño natural:
Un poquito más allá, y dentro aún de lo que se consideraría el Memorial de Vietnam, podemos ver el dedicado a las mujeres que sirvieron en dicha guerra, sobre todo como enfermeras.
Tras esto cruzamos hacia el otro lado del Mall para visitar otro de los memoriales que llevábamos anotados; otro dedicado a los soldados de otra de las guerras en las que Estados Unidos tomó parte (¡cuántas, madre mía!): el Memorial de los Veteranos de la Guerra de Corea. Este es realmente impactante: consta de 19 figuras de tamaño real, marchando sobre el terreno, hacia una bandera del país.
Continuando hacia el sur y atravesando la gran Independence Avenue, llegamos al Memorial de Martin Luther King Jr, el primer monumento en el área del Mall, de un hombre que no sea o haya sido presidente de los Estados Unidos. Se trata de un gran bloque de granito de unos 9 metros, del que sobresale imponente la imagen de King.
Detrás, en forma de medialuna, una muralla de 137 metros de largo en la que aparecen 12 de las citas más emblemáticas del reverendo, y junto a ellas, en la estatua misma, se estamparon dos frases: una de ellas es esta…
«Desde la montaña de la desesperación, una piedra de esperanza»
Desde este monumento, que se sitúa a orilla de la Tidal Basin (Cuenca Tidal), se tienen unas vistas muy bonitas de otro de los monumentos dedicados a otro presidente importante del país: Thomas Jefferson. Pero ahí llegaríamos un poquito más tarde.
Tras la visita al memorial de Martin Luther King, fuimos rodeando la Tidal Basin en nuestro camino a los dos últimos lugares que visitaríamos en el Mall ese día. La cuenca, por cierto, es una ensenada adyacente al río Potomac que ocupa un área de unas 42 hectáreas y que tiene una profundidad de 3 metros. Está rodeada de, aproximadamente, 3750 cerezos japoneses; de ellos, solo 125 forman parte de los primeros 3 mil que el alcalde de Tokio regaló a la ciudad, allá por el año 1912.
Pues bien, como os digo, rodeándola llegamos al penúltimo de los memoriales del día (¡ya llevábamos unos cuantos!). Se trata del Memorial Franklin Delano Roosevelt, el único presidente de Estados Unidos en ganar cuatro elecciones presidenciales, lo cual le lleva a ocupar la posición de ser el presidente que más tiempo ha permanecido en el cargo de la historia del país.
El monumento, situado entre árboles, cascadas y estanques, se divide en cuatro salas exteriores que conmemoran las cuatro legislaturas de Roosevelt. En dos de estas salas encontramos otras tantas estatuas del presidente, muy distintas entre sí. Es un lugar muy tranquilo y en el que nos encontramos muy poquita gente.
A unos 10 minutos de allí, se encuentra el memorial del que os hablaba antes: el Memorial de Thomas Jefferson. Para llegar a él hay que seguir rodeando la Tidal Basin y cruzar su «desembocadura» por un puente que va paralelo a la Ohio Drive. Y… ¿por qué os cuento esto tan específicamente?… os preguntaréis: muy sencillo, porque desde este punto tuvimos una de las mejores vistas que nos dejó la ciudad de Washington y que nos regaló una de mis fotografías preferidas de todo el viaje. Esta:
Y volviendo al monumento de Jefferson, se trata de un edificio de mármol, de estilo neoclásico, inspirado en uno de los edificios que el propio presidente había diseñado en su casa y en la Universidad de Virginia, los cuales a su vez, tomaban como modelo «Il Pantheon» de Roma. Los que me conocéis, ya sabéis que este último es mi monumento preferido del mundo-mundial… 😉
El interior abierto del edificio contiene una estatua de bronce de casi 6 metros del presidente, rodeada de extractos de discursos y textos del político.
Cuando salimos de este último monumento estábamos muertos de cansancio. Habíamos caminado muchísimo, visitando casi todos los memoriales del Mall, bajo un calor bastante considerable; además, no olvidéis que llevábamos levantados desde las 5 de la mañana, así que… ¡era hora de irnos a descansar!
Pero no iba a ser tan «fácil», aún tendríamos que llegar a una parada de metro que quedaba como a unos 20 minutos caminando (en esa zona era la más cercana). La estación en cuestión es la de Smithsonian, donde cogimos la línea naranja hasta Farragut West. De la que íbamos de la parada hasta el hotel, paramos en un «7Eleven», donde compramos alguna cosita para cenar -unos sandwiches, unas patatitas…- ($12).
El día había dado para mucho. Muchísimo más de lo que esperábamos y llevábamos planeado así que, a pesar del cansancio, estábamos felices por nuestras primeras horas en la capital del país que tanto nos gusta. ¡Ya estábamos enamorados de Washington DC!
Si os ha gustado, no podéis perderos…