Martes, 24 de Mayo de 2016.
Hoy se nos habían pegado las sábanas… ¡eran ya las 7:30 de la mañana! Jajajaja…. Bueno, en realidad nos despertamos otra vez a las 4:30, pero dijimos «qué va, otra vez no…», así que logramos volver a conciliar el sueño y dormir otro poquito.
En esta ocasión, sin embargo, tardamos más en salir del hotel para ir a desayunar porque teníamos cosillas que hacer, como el check-in del vuelo del día siguiente a Washington. Así que entre una cosa y otra, nos dieron las 9:30 de la mañana; una hora que no está nada mal, considerando que uno está de vacaciones, ¿no? Jeje. Desayunamos en un «Dunkin’ Donuts» que había al lado del hotel; dos cappuccinos y otros tantos donuts, por $8.
Llevábamos ya un par de días por la ciudad y aún no nos habíamos acercado al denominado Theatre District, que está pegado a la zona de nuestro hotel y donde se encuentran, como su nombre indica, los teatros más conocidos de Chicago.
El primero que pudimos ver es el Chicago Theatre, el más antiguo de la ciudad, diseñado en el año 1921 y que, en su origen, proyectaba películas de vodevil. En su fachada de terracota blanca, estilo bellas artes, se conserva la única portada de hierro colado de Chicago. La decoración de esa entrada con el arco triunfal, inspirado en el Arco de Triunfo de París, y el vestíbulo reflejan la opulencia de los antiguos diseños de este tipo de construcciones. El cartel de 6 plantas de altura sobre la marquesina se ha convertido en todo un símbolo de la ciudad.
Por desgracia, no pudimos entrar dentro porque a esas horas estaba cerrado, así que continuamos caminando un poquito más al sur, hacia Randolph Street, hasta que nos encontramos con otro de los teatros que queríamos ver: el Oriental Theatre.
Éste ocupa el emplazamiento del antiguo Iriquois Theatre, protagonista de uno de los peores incendios jamás sufridos por un teatro en Estados Unidos; tuvo lugar en el año 1903 y en él murieron más de 600 personas. El teatro, tal y como lo conocemos hoy en día, abrió sus puertas en 1926 y se utilizó tanto para proyecciones de cine como para representaciones en directo. Judy Garland y Bob Hope, entre otros, actuaron en él.
Lo más impresionante y bonito del teatro está en su interior, repleto de elementos decorativos inspirados en el Festival de Durbar, al este de la India. Lamentablemente, tampoco pudimos entrar, tuvimos que conformarnos con ver algún detalle desde fuera. 🙁
Y sacamos alguna foto, pero la calidad es pésima, así que no he podido ponerlas aquí. 🙁 🙁
Finalizado lo que queríamos ver del Distrito de los Teatros, tomamos la calle Dearborn -al lado del Oriental- hacia arriba hasta llegar al río. Desde allí, caminamos un rato hacia el oeste por el Chicago Riverwalk, el camino situado a la orilla este del río, para poder ver desde allí algún otro edificio que no habíamos visto hasta entonces. Es un paseo muy agradable y a pesar de que era un día caluroso, el caminar por la orilla del río Chicago, lo hacía muy agradable.
Pudimos ver un edificio que a mí personalmente me gustó mucho. Se trata del Reid, Murdoch & Co. Building y es este:
Es un edificio de oficinas construido en 1914 y está en el Registro Nacional de Lugares Históricos desde 1975. El edificio fue diseñado para usarse como almacén de comida por la empresa que lleva su nombre, pero a lo largo de la historia fue utilizado para diversos fines: como hospital de campaña después de que un barco volcase justo en frente, como oficina del fiscal del estado,… Hoy en día alberga la sede central de la conocida «Enciclopedia Británica».
Seguimos caminando hasta llegar al puente de la calle Franklin, donde pudimos hacer alguna que otra foto a uno de los símbolos de la ciudad y por lo que es muy conocida: su tren elevado. Lo habíamos cogido ya en varias ocasiones, pero aún no habíamos logrado captarlo con nuestra cámara.
Desde aquí, volvimos sobre nuestros pasos por el Riverwalk «elevado», por así llamarlo, hasta otro puente: el Bataan-Corregidor Memorial Bridge, donde hay unas escaleras que te dan acceso a la continuación del paseo. Por aquí, ya vas prácticamente a ras del río. ¡Una gozada!
En este punto llegamos justo delante de unos edificios que son híper-conocidos en la ciudad: las Marina Towers. Conocidas coloquialmente como «Las Mazorcas» debido a su arquitectura, rinden un homenaje simbólico a la economía agraria del Medio Oeste americano.
Inauguradas en 1967, las dos torres circulares funcionan como una ciudad dentro de otra ciudad, con apartamentos, oficinas, tiendas, aparcamiento, teatro, puerto deportivo, bolera y pista de hielo. Vamos, que no estaría nada mal tener un pisito ahí, ¿verdad?
Justo al lado de «Las Mazorcas» se encuentra la Trump Tower. Terminada en el año 2009 como el segundo edificio más alto de la ciudad, la torre refleja el paisaje urbano en su fachada de acero inoxidable y cristal. Muy a mi pesar, he de decir que es un edificio que me parece uno de los más bonitos de la ciudad -siempre bajo mi gusto, claro está-; y digo lo de «muy a mi pesar» porque, ya os habréis dado cuenta por su nombre ¡cómo no! pertenece a este…. señor, vamos a llamarlo así…
En sus 425 metros de altura se encuentran tiendas, un hotel y varios apartamentos privados, rompiendo el récord del John Hancock como la residencia más alta de Chicago. ¿Estará Trump algo así como obsesionado con el tema tamaño/altura? En fin, dejémoslo ahí.
Al llegar a la torre ya subimos las escaleras que dan acceso al puente de Michigan Avenue para continuar por esta gran avenida hacia el norte. Este puente fue el primero de dos alturas en ser basculante en el mundo. En realidad, su nombre es DuSable Bridge, en honor al primer residente indio no americano de Chicago, que tenía su casa en el 401 de North Michigan Ave, en el extremo norte del puente.
Como os decía, tomamos ya la Michigan Avenue hacia el norte, observando alguno de los edificios y lugares más emblemáticos de la ciudad. A pesar de haber quedado prácticamente destruida en el incendio de 1871, a principios del siglo XX esta gran calle se había convertido en una de las principales arterias de tráfico y la apertura, en 1920, del Michigan Ave Bridge trajo consigo la aparición del comercio. En 1947, intuyendo que la calle se convertiría en el principal distrito comercial de Chicago, se le apodó como La Milla Magnífica (The Mag Mile).
El primer edificio que vimos, nada más finalizar el puente a mano izquierda, es el Wrigley. Su emplazamiento es un lugar histórico: fue aquí desde donde el misionero jesuita Jacques Marquette y el explorador Louis Joliet realizaron su primer viaje por la tierra al oeste de los Grandes Lagos, en la década de 1670, y donde LaSalle (otro explorador francés) plantó la bandera de Francia.
Está formado por dos torres unidas por una pasarela con arcadas y el templo y la cúpula circulares que se elevan sobre el gigantesco reloj de cuatro caras, están inspirados en la Giralda de Sevilla. El interior del edificio se puede visitar y en su subsuelo se encuentra uno de los bares míticos de Chicago: el «Billy Goat Tavern»; fue uno de los sitios que llevábamos apuntado para visitar pero no nos dio tiempo a tomarnos algo allí… ¿para otra vez? 😉
Casi enfrente del Wrigley se sitúa la Tribune Tower, sede del periódico más importante de la ciudad: el «Chicago Tribune». Se trata de un diseño neogótico que recuerda la catedral francesa de Ruán. La entrada en tres arcos está labrada con figuras de fábulas de Esopo y la fachada está decorada con gárgolas.
Pero si algo llama especialmente la atención en esta construcción es que en su fachada se incorporan más de 100 fragmentos de piedra procedentes de lugares célebres, tales como la Ciudad Prohibida de Pekín, la Abadía de Westminster de Londres, el Partenón de Atenas… Al parecer -y si alguien me puede confirmar y/o corregir- incluso había un pedazo de roca lunar que recogió el Apollo XV, pero la NASA ya se la ha llevado. Yo me pasé un buen rato buscando todas las piedras que pudiese ver y estas son algunas que encontré y que más me gustaron:
Si queréis saber cuántas y cuáles son en total, en el vestíbulo de la torre hay una guía.
Seguimos caminando hacia el norte de la Avenida Michigan, rodeados de tiendas y edificios imponentes, hasta que llegamos a dos construcciones que parece que «no pegan» en absoluto con toda la arquitectura de la calle. Se trata de la Water Tower y la Pumping Station. Construidas poco antes del gran incendio de 1871, la Torre de Agua (1869) y la Estación de Bombeo (1866) fueron dos de los poco edificios de la ciudad que sobrevivieron al fuego. Ambas estructuras parecen castillos góticos.
La torre, de 47 metros de altura, consta de bloques de caliza que se elevan cinco secciones desde una base cuadrada. Hoy en día se ha convertido en la sede de un galería municipal especializada en fotografía.
La Estación, que se sitúa un poquito más arriba en la avenida, además de ser un centro de información al visitante, sigue desempeñando su función original: bombear hasta 946 millones de litros de agua al día.
Y justo al lado de esta última, un edificio que destaca imponente en el paisaje urbano y que habremos visto en tv y en el cine cientos de veces: la Torre John Hancock. El edificio de 100 pisos y forma de obelisco incorpora refuerzos de acero que se entrecruzan en su fachada, dándole esa apariencia por todos conocida. El principal atractivo de la torre es el observatorio de la planta 94, desde donde se obtienen unas vistas espectaculares. Sin embargo, nosotros elegimos otra opción que habíamos leído en varios blogs y que nos parecía más interesante… pero eso os lo contamos más tarde, porque sería la tarde/noche de ese día, cuando volveríamos al John Hancock para despedirnos de una forma especial de Chicago… 😉
Justo enfrente del «Big John», que es como los ciudadanos de Chicago denominan cariñosamente a la torre, está la Fourth Presbyterian Church. La iglesia original fue destruida por el incendio de 1871 la misma noche en la que era consagrada y el edificio actual data del 1941. Nos habría gustado mucho entrar porque nos encanta visitar iglesias y catedrales, además que según habíamos leído tiene un claustro precioso, pero no íbamos muy bien de tiempo para hacer todo lo que queríamos y, si hubiésemos entrado, definitivamente no nos habría dado tiempo a hacer todo lo que hicimos.
Así que seguimos caminando hacia el norte y en apenas 10 minutos llegamos a nuestro destino: ¡la playa! Sí, sí, como lo leéis. Nos fuimos a una de las playas del Lago Michigan. Concretamente a la Oak Street Beach.
Lo cierto es que resulta de lo más impresionante estar en una playa donde no hay mar, si no lago, sin olas (acostumbrados como estamos nosotros a las playas de Cantábrico) y rodeados de rascacielos…
Pues allí nos sentamos un rato a contemplar a la gente y a descansar después de la caminata que nos habíamos metido. Eso sí: la arena estaba que quemaba (yo, de hecho, me quemé un poco la planta del pie) y no había ni una sombra, así que nos quedamos en el camino que rodea la arena donde hay banquitos y árboles, a la sombra. Íbamos con la idea de bañarnos, incluso llevábamos los trajes de baño en las mochilas y un par de toallas de estas finitas que secan rápido, pero al meter los pies en el agua… ¡madre! ¡Estaba helada! A mí se me quitaron las ganas, y eso que siempre que vamos a la playa aquí en el norte acabo dándome algún que otro chapuzón; pero claro, tardo como una hora en meterme, así que no era plan de perder tanto tiempo allí… jeje…
Pues después de habernos quemado los pies para llegar al agua, haberlos refrescado en ella y vuelto a quemar al volver a salir… jijiji… cogimos de nuevo otro trocito del Lakefront Trail rumbo al Navy Pier, nuestra parada para comer. Antes de llegar pasamos por otra de las playas que está entre éste y la Oak Street Beach: la Ohio Street Beach. En esta, sin embargo, no paramos porque empezaba a apretar el hambre y teníamos gana de llegar al Pier para buscar un sitio donde almorzar.
El Navy Pier es un bullicioso centro recreativo y cultural, también conocido como la Marina de Chicago. Es una de las atracciones más visitadas de la ciudad, con casi 9 millones de visitantes al año. Se trata de un amplio malecón de casi un kilómetro de largo y era el más grande del mundo cuando se construyó, en 1916.
La caminata desde la primera playa hasta allí nos llevó una media hora, por lo que cuando llegamos y vimos que había un restaurante «Bubba Gump», no nos lo pesamos demasiado y nos fuimos hacia allí de frente. Ya lo conocíamos de nuestra visita a San Francisco durante nuestro road trip por la Costa Oeste, así que íbamos a tiro fijo, como se suele decir. Nos pedimos un plato de pollo, un combinado de gambas, fish&chips y no sé cuántas cosas más y… por supuesto… ¡un par de margaritas! Ya las habíamos probado en la anterior ocasión y están… mmmmm… ¡¡¡riquísimas!!! Pagamos en total $78.
Después de la comilona que nos pegamos, salimos a dar un paseo por el Navy Pier bajo un sol que pegaba muchísimo y con un calor considerable -creo que fue el día más caluroso de Chicago-.
Había muchas cosas que estaban cerradas, como la noria que podéis ver en la foto superior, porque a los pocos días se «reinauguraba» el Pier con motivo de su 100 aniversario y estaban poniéndolo todo bonito. Aún así, dimos un agradable paseo por allí, sin prisas, viendo el Museo de Cristal -cuya entrada es gratuita y donde hay un invernadero gigantesco lleno de fuentes, plantas y palmeras-, las diversas tiendas que hay en el interior, y sentándonos en la punta norte del muelle, en el llamado «Grand Ballroom», para observar la grandiosidad del Lago Michigan.
Después de un rato decidimos ir a descansar un poco al hotel para volver a salir más tarde y despedirnos de Chicago, ya que al día siguiente nos íbamos a Washington. Para llegar hasta allí cogimos el bus número 124 desde la terminal del Navy Pier hasta la parada de Lake/Randolph. No estábamos muy seguros a la hora de cogerlo, porque el tema de los autobuses en las grandes ciudades «nos asusta» un poco, pero al final resultó facilísimo, ya que te van marcando todas las paradas y además, según nos íbamos acercando al hotel, empezamos a conocer bien la zona, así que nos bajamos en la correcta sin perdernos.
Los dos billetes nos costaron $4.50 y hay que tener en cuenta no dan cambio, así que si pagamos con dinero, hay que hacerlo con lo justo.
A eso de las 7 de la tarde volvíamos a salir de nuevo por la puerta del hotel bien arregladitos y muy monos… jeje. Volvíamos a subir de nuevo por la Avenida Michigan hasta la Torre Hancock. Queríamos despedirnos de Chicago «por todo lo alto», pero no íbamos a hacerlo desde el mirador del piso 94, si no un poquito más arriba. Pusimos en práctica uno de los consejos que leímos en varios blogs mientras preparábamos el viaje: subir al bar del piso 96, «Signature Lounge».
Para ello hay que entrar, no por la entrada principal sino por la calle perpendicular, E Delaware Pl. En el vestíbulo veremos un cartel indicando el restaurante que hay en el piso 95 («The Signature Room on the 95h Floor»); hay que seguir esas indicaciones que también llevan al bar del piso superior. El único requisito que hay, en este caso, es tomarse algo; las bebidas no es que sean baratas, pero sí que son asequibles y, en nuestro caso al menos, más baratas que lo que nos hubiesen costado las entradas al mirador. Eso sí: recordad llevar el pasaporte porque os lo pedirán a la entrada.
Una vez arriba nos sentaron en una pequeña mesa donde disfrutamos de nuestros cocktails. Sergio un gin tonic y yo, un mojito. Pagamos -propina incluida-, $30. No estábamos cerca de los ventanales (para mí, mejor), pero tampoco nos hacía falta porque… otro secreto que, lo siento caballeros, podremos disfrutar solo las chicas… ¡las mejores vistas se obtienen desde el baño de mujeres! Yo, cuando lo leí la verdad es que no me lo creí mucho, pero después de llevar un rato allí no iba a dejar pasar la oportunidad de comprobarlo y, cámara en mano, me fui en busca del wc. Y cuál fue mi sorpresa al ver que el 90% de las señoritas que allí nos dimos cita no íbamos precisamente a usar los aseos, sino a hacer fotografías como estas:
(Perdonad que la calidad de las fotos no sea excesivamente buena, pero entre que había cristales no demasiado limpios, que ya sabéis que yo no me arrimo mucho a sitios así y que éramos como unas 5 chicas haciendo fotos… )
Cuando volví a la mesa y le enseñé a Sergio las fotos flipó en colores y le dio mucha pena no poder entrar al baño… ¡jajaja!
Una vez finalizamos nuestras bebidas y después de un agradable paseo de nuevo por la Mag Mile, llegamos al hotel. Era nuestra última noche en la ciudad del viento; nos daba penita, pero todavía nos quedaba mucho viaje por delante y al día siguiente llegábamos a otro lugar que le teníamos especial gana: Washington. Pero eso es otra etapa de nuestra aventura americana…