Sábado, 21 de Mayo de 2016.
¡Feliz cumple Sergio! ¡Feliz cumple papá! El 21 de mayo es un día importante para nosotros, ya veis; y este año, lo sería también porque… ¡comenzaba la aventura americana!
Aunque, a decir verdad, el viaje comenzó realmente el día antes, el viernes día 20 a eso de las 8 de la tarde. Fue entonces cuando cogimos el bus de Alsa que nos llevaría desde Oviedo al aeropuerto de Madrid, desde donde salía nuestro vuelo a USA. El viaje en bus fue… ¡horrible! Como se suele decir, «una vez y ná más, Santo Tomás». Y no es porque el trayecto en sí fuese malo o tuviésemos algún problema, no; más bien fue que hacer el viaje de noche sin poder pegar ojo, tener que bajarse en León para hacer un cambio de autobús o parar en mil pueblos distintos, lo hizo eterno. Íbamos con la esperanza de poder echar una cabezadita (llegábamos al aeropuerto de Barajas a eso de las 3:30 de la mañana), pero nada de nada. Así que llegamos a Madrid derrotados, y aún nos quedaba esperar a que nuestro vuelo a Amsterdam -donde hacíamos escala- saliese a las 7:45… ¡uff!
Como os digo, llegamos de madrugada al aeropuerto (nuestro billete realmente era a la estación de autobuses de Madrid, pero al subir al nuevo bus en León le preguntamos al chófer si podíamos bajarnos en Barajas y no nos puso inconveniente) y, bueno, mientras recogimos las maletas, cambiamos de terminal -usamos el servicio de lanzadera gratuito que ofrecen-, hicimos el check-in -al ser un vuelo a Estados Unidos no nos permitió hacerlo online- y desayunamos algo, pasamos el tiempo y llegó la hora de embarcar.
La primera parte del vuelo fue operada por Air Europa y no hubo ningún problema. Todo correcto y puntual; llegamos a la capital holandesa a las 10:15 de la mañana. El siguiente vuelo, ya con destino final Chicago, salía a las 12:40, así que no fue una escala demasiado larga, y mientras buscábamos nuestra puerta de embarque, dábamos una vuelta por Schiphol (considerado uno de los mejores aeropuertos del mundo) y ojeábamos alguna que otra tienda, enseguida nos llegó la hora de embarcar.
Primer vuelo con KLM y también la primera vez para ambos en un 747. La experiencia, estupenda. El vuelo no se hizo demasiado largo (después de las 14 horas del año pasado de Tokio a París, ahora todo se nos hace corto…), nos dieron de comer a tutiplén y la atención fue fantástica. Un detalle que nos llamó la atención: cuando pasaron con la comida, Sergio estaba dormido y le dije a la azafata que no se preocupase, que no iba a comer; cuando, al cabo de una hora y media o así, pasaron de nuevo con el café, la misma chica vio que Sergio ya se había despertado y le ofreció llevarle el almuerzo que antes no había tomado. Nos pareció algo muy de agradecer el hecho de que recordase que no había comido y tuviese esa deferencia hacia él. ¡Bien por KLM!
Pues tras dormir un poquito, ver alguna peli y poco más, llegó la hora de aterrizar. También muy puntual: a las 14:10 estábamos ya en suelo americano. ¡Yujuuuu! Estábamos cansados, pero por fin habíamos llegado.
Una vez nos bajamos del avión, ya sabéis: los ya conocidos trámites para entrar en Estados Unidos. En esta ocasión, el tema de inmigración nos llamó mucho la atención, y es que había una serie de «máquinas de auto check-in», por llamarlas de alguna manera, en las que tú mismo te encargas de quedar registrado a la entrada del país; son muy sencillas, no tienen mayor complicación y todo te lo va indicando paso a paso (huellas digitales, fotos, escaneo de pasaporte…). Al final de todo eso, te sale impreso un papel con tus datos y tu foto; si todo está ok, tu foto sale bien, peeeero… si hay algo que no lo está… pues tu foto sale con una cruz por encima. ¿Y qué creéis que nos pasó? Jejeje… Como siempre, Sergio tiene que «dar guerra» cuando entra en USA y su foto salió… ¡tachada! Así que la poli que estaba por allí controlando a la gente, nos mandó a los dos -seguramente se dio cuenta de que íbamos juntos- a la zona de control de pasaporte «normal», vamos donde están los policías controlando y sellándote los pasaportes. Estuvimos en la cola como unos 15 minutos y, cuando nos tocó a nosotros, yo volví a pasar el control -a pesar de que todo estaba en orden- y Sergio lo mismo, temiendo siempre que le mandaran como ya le sucedió en un par de ocasiones, a la sala de Inmigración; pero por suerte no fue así y todo estaba en orden así que… ahora sí, ¡ya estábamos en USA!
Justo al lado del control estaba la cinta de recogida de equipaje que nos tocaba y la maleta ya estaba sobre ella, así que no tuvimos que esperar nada más. La recogimos y nos fuimos camino a la CTA (el metro) para coger el tren que iba a la ciudad.
Es muy fácil de encontrar porque está todo bastante indicado, aunque al principio, entre la cantidad de gente que había y la caraja que llevábamos por no haber dormido demasiado, nos costó un poco encontrar la Terminal 3, que es a donde te tienes que dirigir. ¡Y mira que es fácil! La T3 está en el piso superior y, a partir de ahí, no hay más que seguir las indicaciones que marcan, tanto en el suelo como en carteles, «trains to city». En unos 10 minutos llegas a la estación del aeropuerto.
Nosotros teníamos que coger la Línea Azul hasta la parada de Clark/Lake, que era la más cercana a nuestro hotel, y el billete nos costó $5 por persona. En unos 45 minutos llegamos a nuestro destino.
Y aquí… ¡uff! Aquí sí que nos hicimos un lío para encontrar el hotel. Dimos vueltas y más vueltas, miramos mapas, miramos mis apuntes… pero yo no sé si es que estábamos taaaaan cansados que nos volvimos tontos o qué, pero no os podéis imaginar el rodeo que dimos hasta llegar al hotel. Y lo más «gracioso» es que lo teníamos al lado, a 2 minutos. ¡Ains! Lo que hace el agotamiento…
Bueno, lo importante es que al final llegamos y todo quedó en que, a partir de entonces, nos llamaríamos bobos el uno al otro viendo cuán cerca estaba la parada en cuestión… jejeje…
En cuanto al hotel, el «Monaco Chicago«, de la cadena Kimpton, pues lo podemos describir con una palabra: ¡una pasada! Todo en general fue fantástico: la atención en recepción a la hora de hacer el check-in y de algunas cositas con las que durante los días que estuvimos allí nos echaron una mano; la habitación, bastante grande, muy limpia, con una cama muy cómoda… ; por las mañanas, café y alguna galletina que podíamos coger justo al lado de recepción y, por las tardes, vino y queso gratis que podías incluso subirte a la habitación. ¡Ah! Y no hablemos de la situación: justo en frente de la Trump Tower y el río y a 5 minutos caminando del Millenium Park. En fin, todo un acierto.
Una vez hicimos el check-in y dejamos las cosas en la habitación, viendo que las fuerzas no nos daban para nada más, decidimos bajar y comprar algo de cena en un «Walgreens» (supermercado) que había cerca del hotel. Al regresar, una ducha, las llamadas de rigor a la family para informar que estábamos perfectamente y… ¡a descansar! No eran más que las 7 de la tarde, pero nuestros cuerpos nos decían que no podían más y decidimos irnos a dormir. Nos quedaban 3 semanas por delante y queríamos empezar con las pilas cargadas al 200%.
HERE WE COME AGAIN, USA!!!! 😉