Domingo, 22 de mayo de 2016.
¡Qué bien dormimos en nuestra súper cama king size! Aún así, y gracias a nuestro «querido» jet lag, a las 5 de la mañana ya estábamos despiertos. Como ya habíamos previsto esto -no es la primera vez que nos pasa algo parecido– teníamos el planning para ese día muy claro: ¡el Millenium Park lo primero! Y, en especial, ese madrugón nos serviría para contemplar un icono de Chicago prácticamente solos. Ahora os cuento…
Mientras nos duchamos, preparamos las cosas y demás, salimos del hotel a eso de las 6:30 de la mañana. Cogimos un par de cafés de los que el hotel ofrecía gratis junto a la recepción y nos pusimos en marcha. Primera parada: el Millenium Park y, más concretamente, la famosísima escultura conocida como «The Bean».
El hotel está a 5 minutos caminando del parque, así que la ubicación era perfecta. Cuando llegamos, tal y como podéis ver en la foto de arriba, no había prácticamente nadie. ¡Un lujo!
El verdadero nombre de esta gigantesca escultura, como digo una de las más famosas de Chicago, es «Cloud Gate», pero todo el mundo la conoce como «The Bean» («La Alubia») debido a su forma elíptica, que nos recuerda a dicha legumbre. Es obra del británico Anish Kapoor y fue el primer trabajo de este artista que se instaló en un lugar público de Estados Unidos.
Gracias a su superficie pulida, los edificios y alrededores del parque se reflejan en ella…
Fue una verdadera gozada disfrutar así, solos, de este lugar de Chicago el cual, hoy por hoy, ha resultado ser nuestro preferido de la ciudad. Y, claro, aprovechando que nadie nos veía y que teníamos sitio y tiempo de sobra, no pudimos más que hacer unas cuantas fotos en plan «chorras»….
Después de estar como una hora deambulando alrededor de «The Bean», decidimos seguir adelante con nuestro paseo por el Millenium Park, del cual seguíamos disfrutando prácticamente en soledad; imaginaos, domingo, a esas horas… ¿quién iba a estar por allí?
Lo siguiente con lo que nos encontramos en nuestro recorrido fue la «Crown Fountain», una fuente formada por dos torres de 15 metros cada una, en las que se proyectan imágenes de los ciudadanos de Chicago. De sus bocas surge de repente un chorro de agua que cae sobre los visitantes.
Continuamos nuestro tranquilo paseo por el parque hasta llegar al «Lurie Garden», un jardín con paseos flanqueados por multitud de plantas, que rinde homenaje al apodo de la ciudad: Urbs in Horto. Ocupa 2 hectáreas dentro del Millenium y desde él se obtienen vistas muy bonitas de los edificios que rodean el parque:
Siguiendo los caminos del Laurie Garden llegamos a otra de las joyas del parque: el «Jay Pritzker Pavilion». Se trata de un pabellón, sede de los conciertos de verano de la «Grant Park Orchestra and Chorus», que cuenta con un sistema especial de sonido que alcanza a todo el auditorio; tiene capacidad para 14000 asistentes y en el escenario caben, al mismo tiempo, 120 músicos y un coro de 150 personas. ¡Cómo nos hubiese gustado poder disfrutar de algún concierto allí!
¿Verdad que viendo su estructura sabéis quién es su arquitecto? 😉 ¡Exacto! Frank Gehry. Nosotros hemos podido ver otras obras suyas, como el Guggenheim de Bilbao, el hotel de Marqués de Riscal en La Rioja o el Walt Disney Concert Hall de Los Angeles.
Tras un rato haciendo fotos, y después de cruzar la gran explanada que hay delante del pabellón («Great Lawn»), subimos por el «BP Bridge», un puente peatonal de unos 280 metros, también de Gehry, que atraviesa la gran avenida de Columbus Drive y conecta el parque con la Daley Bicentennial Plaza. Desde él, también se obtienen unas vistas muy chulas de los edificios que rodean al Millenium Park:
Fijaos en la forma que tiene el puente, muy sinuosa. Esto hace que muchas referencias sobre esta construcción se refieran a ella como «una serpiente de plata gigante, con su piel escamada»; por su parte, Frank Gehry dijo que veía el puente como un río, pero agregó que él es el único que lo ve así… xD.
En un principio, íbamos a pasear un ratito por el puente sin llegar al final, pero como era temprano y lo cierto es que el paseo invitaba a ello, lo cruzamos entero y seguimos el sendero que se desarrolla después, hasta llegar a la orilla del lago. Esa zona forma parte del llamado «Lakefront Trail», un gran paseo de 18 millas de largo que, como su nombre indica, corre paralelo al Lago Michigan.
Allí vimos un montón de gente corriendo… pero cuando digo «un montón» era «muchisísisima»… ¿Qué pasa, que todo el mundo sale a correr por allí los domingos a esas horas tan tempranas? No. Lo que ocurría es que había una carrera; nos dimos cuenta cuando empezamos a ver a la gente con dorsales… jijiji… Oye, no hay sitio que vayamos, en la que no se esté celebrando algún evento de este tipo: carreras solidarias, maratones… En fin, estuvimos un rato por allí viendo a los runners y animándoles un poco (mira que son ganas… uff…) y decidimos dar la vuelta porque nos estaba entrando el hambre y por esa zona no había nada donde tomarnos el desayuno.
Así que volvimos sobre nuestros pasos y llegamos a la Avenida Michigan, donde encontramos un «Pret a manger» (una cadena de cafeterías que se encuentran en muchísimas ciudades y que ya habíamos probado alguna que otra vez) y allí comimos. Nos metimos un buen desayuno: sandwich, croissants, yogur y bebidas, por $17. Nuestro primer desayuno en Chicago… pero no sería el mejor, ni mucho menos… jeje.
Con las pilas ya cargadas, nos dispusimos a hacer un recorrido por el resto del Loop, que así es como se conoce a esta parte de la ciudad. Pero antes de «adentrarnos» en la arquitectura de Chicago, algo por lo que es conocida la ciudad, fuimos en busca de un cartel. Sí, sí, lo leéis bien: un cartel. Pero no uno cualquiera, no. Se trataba del cartel del inicio de la famosa Ruta 66:
En el 2013 ya estuvimos en el final de esta histórica ruta, en el muelle de Santa Mónica, en Los Angeles, así que no queríamos perder la oportunidad de ver su comienzo. No es para nada difícil de encontrar: en Adams Street, muy cerquita de la Avenida Michigan.
A pesar de que sea aquí donde está el cartel, hay que aclarar que «oficialmente» la Ruta 66 nunca partió desde aquí. Veréis, el caso es que el comienzo de la ruta se movió en varias ocasiones: originalmente, comenzaba en Jackson Boulevard con la Avenida Michigan; en 1955, este bulevar se convirtió en una calle de sentido único hacia el este, por lo que el inicio tuvo que moverse a Adams Street, que se convertiría en la carretera dirección oeste de la US-66. Sin embargo, el «verdadero» inicio se sitúa aún en Jackson en Lake Shore Drive.
En fin, después de ver el cartel, comenzamos nuestra propia ruta por algunos de los edificios más conocidos y bonitos del Loop. Son un montón y cada uno tiene sus características que hacen que su visita resulte, en ocasiones, de «obligado cumplimiento»; aún así, nos quedaron un montón en el tintero, pero creemos que vimos los que más nos llamaban la atención.
Comenzamos por el Chicago Cultural Center. Este edificio neoclásico era, originalmente, la Biblioteca Pública de la ciudad, y hoy en día alberga dos auditorios, dos teatros, un cabaret y un estudio de danza; en su programa anual ofrece más de 1000 espectáculos y exposiciones.
En su interior, algo que nos llamó especialmente la atención, fue una de las dos cúpulas de vidrio que forman parte del edificio: se trata de la más grande del mundo, valorada en 35 millones de dólares, de «Tiffany». ¡Casi nada!
En la cuarta planta, se sitúa la «Sidney R. Yates Gallery», réplica de un salón de sesiones del Palazzo Ducale de Venecia; y la escalinata que asciende a la quinta planta está inspirada en el Puente de los Suspiros de esta ciudad.
Un poquito más al sur de la Avenida Michigan está el Edificio Santa Fe, muy llamativo tanto en el interior, por el mármol blanco, como en el exterior, por la terracota esmaltada del mismo color. En sus inicios se le conocía como el «Edifico Railway Exchange», nombre que se perdió cuando la compañía ferroviaria «Santa Fe» colocó su cartel. A día de hoy, como podéis ver en la foto que os dejo, el cartel que luce no es ese…
En este edificio decidimos entrar para poder ver una maqueta chulísima de Chicago que se expone en el vestíbulo:
Subiendo un poquito, en Adams Street, encontramos el Edificio Marquette, diseñado en el año 1895 y considerado el principal prototipo de arquitectura de la Escuela de Chicago que se conserva. Además, sus pioneros ventanales horizontales llegaron a conocerse como ventanas Chicago y son uno de los pocos ejemplos que quedan de este diseño de ventanas.
Los bajorrelieves en bronce de la puerta de entrada ilustran la expedición que realizó a esta zona el misionero jesuita Jacques Marquette entre los años 1673 y 1674. Entrando en el vestíbulo, cosa que hicimos, se pueden ver mosaicos de vidrio y madreperla de Tiffany, que representan escenas de la exploración francesa en el estado de Illinois; además, subiendo a la segunda planta, sobre los ascensores podemos ver una serie de bustos de jefes indios nativos y de los primeros exploradores franceses de ese área del estado.
A menos de 200 metros del Marquette, podemos ver otro edificio emblemático del Loop: el Rookery. Cuando fue inaugurado, allá por el año 1888, era el más alto del mundo. ¡Imaginaos! Si lo comparamos con otras estructuras que podemos ver a día de hoy… se queda más bien chiquitín, ¿verdad?
Su nombre, tan original, viene por su entrada, la cual está enmarcada por un arco con relieves geométricos, entre los que se distinguen grajos (roots). El edificio fue declarado Patrimonio Histórico Nacional en 1988.
Si bajamos por La Salle Street hasta Jackson Boulevard, a la izquierda podemos ver el Monaknock. Este edificio fue construido en dos fases distintas con dos años de diferencia entre ellas y por dos estudios de arquitectura distinta; por este motivo, está claramente seccionado, como podéis ver en su foto:
La mitad norte de este edificio (la que se ve más a la derecha en la foto) fue la primera en construirse, en 1891; con 16 pisos de altura y muros de carga de ladrillo, es la estructura de albañilería más elevada jamás construida. La sección sur, por su parte, incorpora un esqueleto de acero revestido de terracota, una innovación en la década de 1890, que permitió a los rascacielos romper los límites de altura.
Su nombre se debe a una de las White Mountains de New Hampshire. «Monadnock» es también un término geológico que designa una montaña rodeada por una llanura glaciar, nombre por tanto muy apropiado para un edificio tan sólido, puesto que sus muros tienen 2 metros de espesor en la base. ¡Eso sí que son paredes! Jejeje…
Aprovechando que cerca estaba la Torre Willis y que teníamos ya la entrada comprada de antemano (la cogimos antes de irnos a través de «Viajes Callejeando por el Mundo»), decidimos acercarnos hasta allí para cambiarla por la entrada «oficial», ya que queríamos subir a primera hora del día siguiente. Cuando llegamos allí y le preguntamos a la chica de la entrada, nos dijo que no era necesario cambiarla, que entregando el papel que llevábamos era suficiente, y no era necesario reservar hora.
Se estaba acercando la hora de comer y como ya teníamos claro a dónde queríamos ir, fuimos hacia el norte, hacia la parte noroeste del Millenium Park, en busca del restaurante que teníamos pensado para comer. Toda una institución en Chicago: el «Giordano’s». Hay varios restaurantes por toda la ciudad pero éste es el que mejor nos venía.
Ya llevábamos la lección aprendida gracias a nuestros amigos Neli y Misael: pedir una pizza pequeña para los dos. ¿Solo? ¡Solo! Y, creedme: tenían toooooda la razón. Fue más que suficiente. La pizza, ya no es que sea grande de diámetro -que tampoco es que sea exagerado-, pero su grosor… ¡madre mía! ¡Brutal! Pedimos la «Chicago classic» y, junto con la bebida, pagamos $35.
Con la barriga llena, quisimos acercarnos hasta el río a sacar los billetes para el crucero que queríamos hacer esa tarde. La empresa que elegimos (después de haber mirado mucho por internet) fue «Wendella Boats», y el crucero era el «Chicago sunset cruise», puesto que este es de los pocos que sale al Lago Michigan y queríamos ver el atardecer desde allí. Pagamos por los dos $71. El dock de la empresa está situado en el 400 North Michigan Avenue, en la esquina noroeste del Puente de la Avenida Michigan, en la base del Edificio Wrigley. No tiene pérdida.
Ya con las entradas que eran para las 7:30 de la tarde, decidimos irnos al hotel a descansar un rato, ya que estábamos al lado (unos 6 minutos a pie). Quieras que no, llevábamos aún el cansancio acumulado del viaje y el jet lag, así que decidimos «perder» un poco de tiempo descansando en el hotel y poder aguantar y que no nos diese el sueño a las 7 de la tarde… Además, era el primer día… ¡aún quedaban otros 20 por delante! Jajaja…
A eso de las 6 de la tarde y después de una buena siesta y una ducha, volvimos a salir.
Como aún era temprano para el crucero, decidimos dar una vuelta sin rumbo fijo por la parte norte de la Avenida Michigan, sin alejarnos demasiado del río. Estuvimos ojeando alguna que otra tienda de la avenida, conocida como la Mag Mile -o Milla Magnífica-, aunque en días posteriores volveríamos por la zona.
Sobre la 7, y conociendo la mega-puntualidad americana, decidimos irnos hacia el muelle de «Wendella» para no llegar demasiado tarde. Cuando llegamos, ya había gente haciendo cola para nuestro crucero, así que nos pusimos allí a esperar. Como os digo, gracias a que los americanos son tan puntuales, nuestro crucero salió a la hora prevista. El barco, bastante grande y con bastante gente, navegó tranquilamente por el río antes de llegar al lago; durante todo este trayecto, la guía nos iba relatando lo que íbamos viendo, los edificios, la historia de la ciudad, anécdotas de los lugares por los que pasábamos… Se hace bastante ameno, aunque llegó un momento, ya cuando entrábamos en el lago, que desconectamos absolutamente y lo único que pudimos hacer fue deleitarnos con las vistas de la ciudad…
Y poco a poco, pudimos ir viendo caer el sol y la noche sobre Chicago. Una experiencia que jamás olvidaremos y que nos dejaron imágenes como estas:
A eso de las 9 de la noche llegamos al hotel, completamente enamorados del skyline de Chicago y sin una gota de hambre, por lo que fuimos directamente a dormir. El día había dado mucho más de sí de lo que habíamos pensado y estábamos muy contentos. Pero necesitábamos descansar, porque al día siguiente nos esperaba algún que otro «plato fuerte» de la ciudad. Pero eso… ya sabéis… eso para otro día. 🙂