Viernes, 27 de Mayo de 2016.
Hoy pudimos dormir un poquito más: hasta las 07:30 de la mañana. Teníamos un objetivo para comenzar el día, un lugar que considerábamos «obligatorio» en una visita a Washington DC: el Cementerio Nacional de Arlington.
Cuando estábamos organizando el viaje, y tras haber leído muchos diarios de otros bloggers, pensamos hacer el mismo día dos visitas que se encontraban relativamente cerca entre sí: el Cementerio y el Pentágono. Sin embargo, tras intentar durante muchos días reservar en este último para hacer la visita guiada que ofrecen (aquí su web oficial), no obteníamos respuesta… Así que, ni corta ni perezosa, les envié un correo para preguntar; a las 5 horas de haberlo enviado (¡eficacia americana!), me contestaron muy amablemente pidiéndome disculpas porque en esos días los tours no estarían disponibles al público. ¡Jooooo! ¡Qué pena! Con las ganas que teníamos de hacer esa visita… Bueno, seguimos sumando «excusas» para un segundo viaje a la capital estadounidense. ¡No hay mal que por bien no venga! 😉
Tras desayunar en un «Pret a Manger» ($13) que había cerca del hotel, pusimos rumbo al metro para llegar al cementerio: hay que coger la línea azul, hasta la parada de Arlington Cemetery. Se tarda muy poquito: apenas 10 minutos.
Una vez en la estación, de allí a la entrada del cementerio son 2 minutos a pie; no tiene pérdida porque es todo recto.
Una vez dentro, lo primero que hicimos fue coger un mapa en el Centro de Visitantes para «controlar» dónde estaban las tumbas y memoriales que queríamos ver. Aunque más o menos los teníamos todos apuntados y situados, con el mapa nos fue más fácil encontrar algunos. Y comenzamos nuestro recorrido…
La primera visita que hicimos, puesto que era la más cercana al edificio de entrada, y el motivo por el cual yo siempre soñé con visitar Arlington, fue la tumba de John Fitzgerald Kennedy. Desde pequeña me gusta la historia de este hombre, trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, y me he leído un montón de libros, tanto sobre él como sobre su mujer, Jackie Kennedy, otro personaje que me atrae muchísimo. Así que como admiradora de JFK, no podía dejar de visitar su tumba y la de su mujer, situada a su lado, ambas bajo una llama eterna. También allí descansan dos de sus hijos, que murieron durante la infancia.
La cantidad de gente que se agolpaba a su alrededor, a pesar de lo temprano de la hora, era impresionante. Tened en cuenta que es la tumba más visitada de todo el país.
Muy cerca de ellos se encuentra la tumba de Bobby Kennedy. Una simple cruz blanca nos indica el lugar donde yace el hermanísimo del presidente.
Desde las tumbas de los Kennedy, y tras caminar subiendo y bajando varios repechos -el cementerio no es una explanada llana, sino que tiene pequeñas colinas que hacen el camino, con el calor que hacía, en ocasiones muy duro-, llegamos a una de las zonas más conocidas: la Tumba al Soldado Desconocido.
El sarcófago de mármol blanco se sitúa, desde que el Congreso lo aprobó en 1921, sobre la tumba de un soldado no identificado de la I Guerra Mundial. Las otras tres losas que se pueden ver en frente de éste, pertenecen a soldados de otras tres guerras: Corea, Vietnam y la II Guerra Mundial.
En esta zona, que es la plaza del Memorial Amphitheater, es donde tiene lugar el cambio de guardia y llegamos justo cuando se estaba llevando a cabo…
… el problema es que había tantísima gente y hacía tanto calor, que nos esperamos mucho más para verlo porque era insoportable, estar en plena solana. ¡Pobres soldados con el uniforme! Yo no hacía más que pensar en el calor que debían de estar pasando.
Como os contaba, allí mismo se sitúa el Memorial Amphitheater, considerado el lugar oficial donde se llevan a cabo las ceremonias en honor a todos aquellos americanos que han servido a los Estados Unidos. Este anfiteatro acoge unos 5000 visitantes en los tres servicios más importantes del año, que tienen lugar en Semana Santa, en el Memorial Day y en el Veterans Day.
Lamentablemente no pudimos visitar el interior puesto que estaba cerrado (a decir verdad, no sabemos si lo abren al público en algún momento que no sea los servicios indicados arriba), así que tuvimos que conformarnos con verlo desde fuera.
Cuando bajábamos de las escaleras del anfiteatro después de hacer la foto que os mostramos justo arriba, pudimos observar más de cerca a los soldados que hacían el cambio de guardia, puesto que estaban entrando a la zona desde la que salen/entran para llevar a cabo este acto.
Ni que decir tiene que todos, absolutamente todo el mundo, cumplía al pie de la letra la petición que se hacía en el cartel que podéis ver en las fotos: «Silencio y Respeto». El ambiente le pone a uno los pelos de punta.
No muy lejos de allí, a unos 300 metros, se sitúan dos memoriales también muy conocidos y que están relacionados con la carrera espacial del país. El primero que vimos fue el Challenger Memorial. Todos los que ya tenemos cierta edad recordamos «aquél cohete que explotó poco después de su despegue», ¿verdad? Bien, pues ese no era otro que el Space Shuttle Challenger, cuyo accidente tuvo lugar en Enero de 1986, y donde murieron los 7 tripulantes que iban a bordo.
Los nombres y las caras de todos ellos están grabadas en el monumento, así como la inscripción «In grateful and loving tribute to the brave crew of de United States Space Shuttle Challenger. 28 Enero 1986»; en la otra cara del monumento, se puede leer un poema.
Unos pasos más allá, otro memorial del mismo tipo y con similares características: el Columbia Memorial. En este caso, el desastre ocurrió un poquito más cercano en el tiempo, en Febrero del 2003.
Mientras estábamos deambulando por los alrededores, a mí me llamó la atención una tumba… No sabría deciros por qué, pero no pude más que hacerle una foto, ésta:
Era una más de las muchas que nos encontramos durante nuestra visita a Arlington, pero esa misma tarde, investigando un poco en internet, descubrimos quién era el hombre enterrado allí: Audie L. Murphy, uno de los soldados estadounidenses más condecorados de la II Guerra Mundial. La historia de este héroe de guerra es realmente curiosa, ya que en un principio fue rechazado cuando se presentó como voluntario para la Marina, debido a su escasa estatura y a su poco peso; para ingresar en el ejército incluso tuvo que mentir sobre su edad y «conformarse» con entrar en la sección de Infantería. Si os apetece saber algo más sobre su trayectoria y condecoraciones, podéis leerlo aquí.
Para llegar a su tumba, que como os digo se encuentra muy cerca del Amphitheater, se construyó un sendero especial para que la gente pudiese llegar sin problemas hasta allí y presentarle sus respetos.
Y yo que pensaba que era una «simple» tumba más…
Tras haber visto estos últimos memoriales y tumbas, nos dirigimos de nuevo hacia la entrada para saber cómo llegar a uno de los lugares más conocidos del cementerio y que no queríamos perdernos: el Memorial conocido como Iwo Jima. Sabíamos que se encontraba en un extremo de los terrenos de Arlington y nos habían contado que «costaba» un poco encontrarlo… así que decidimos salir desde el Centro de Visitantes para que desde allí nos informaran de la mejor forma de llegar. ¡Craso error! Aunque de ello nos dimos cuenta cuando volvimos de ver el monumento.
En el centro nos dieron un mini-papel (no exagero) con unas instrucciones nada claras, pero como creíamos que sería la forma más fácil de llegar, pues fuimos haciéndoles caso, como podíamos. Después de un paseíto de casi 20 minutos, en parte por las orillas de la carretera, con un calor abrasador… ¡llegamos! ¡Por fin!
El nombre oficial de este memorial es US Marine Corps War Memorial (Memorial de Guerra del Cuerpo de Marines de Estados Unidos) y se trata de una estatua dedicada a todos los soldados de este cuerpo que murieron por la defensa del país desde 1775. El diseño de la escultura, por todos conocido, está basado en la famosa foto tomada por un fotógrafo de Associated Press durante la Batalla de Iwo Jima en Japón en la II Guerra Mundial, de ahí su nombre más conocido. La estatua representa a los marines que izaron la bandera sobre el Monte Suribachi.
Mientras caminábamos a su alrededor admirando todos sus detalles, pensamos que había merecido la pena la caminata hasta allí.
Tras un rato por la zona, decidimos volver a lo que son los terrenos del cementerio propiamente dicho, pero esta vez siguiendo el mapa que llevábamos, y no por donde habíamos venido. De este modo, nos dimos cuenta de que el camino hasta el memorial es mucho más sencillo y rápido de lo que nos habían dicho -o dado en un papel- en el Centro de Visitantes.
Antes de seguir nuestro relato, os explico el modo más fácil de llegar hasta el Iwo Jima Memorial por si os interesa. Veréis, solamente tenéis que volver a salir por la entrada a la que se llega desde el metro (esto da la posibilidad de hacer primero esta visita, antes de meteros en el cementerio en sí), es decir, por esta zona:
A mano derecha según vemos la foto, o sea, al otro lado de la carretera, llegas a un camino llamado Scheley Drive que sólo tenéis que seguir hasta llegar a otro secundario –Custis Walk– que, todo de frente y atravesando las secciones 36, 36A, 39, 40 y 51, os lleva hasta lo que sería una salida -hay una parada de bus-; una vez allí, sólo es seguir de frente hasta llegar a darse de bruces con el memorial.
Quizás así explicado parezca complicado, pero con el mapita que podéis coger en el Centro de Visitantes, es más que fácil y en 10 minutos estaréis allí.
Además, este trayecto es muchísimo más bonito que por el que fuimos nosotros, que sólo había carretera… Fijaos en una de las vistas que tuvimos en nuestro camino de vuelta:
Y esta zona, por cierto, está mucho menos transitada que otras por las que habíamos estado del cementerio, así que nos parábamos cada dos por tres a hacer fotos…
Finalizada nuestra visita al Cementerio de Arlington volvimos a coger la línea azul del metro, esta vez hasta la parada de L’Enfant Plaza, para ir a uno de los muchos museos que hay en Washington y que era nuestra prioridad de entre todos: el Museo Smithsonian del Aire y el Espacio (Air & Space Museum). Yo, como gran aficionada a la aviación, no podía perderme este lugar…
Como muchos otros museos de la capital estadounidense la entrada es gratuita, cosa que siempre se agradece; ya nos habíamos dejado una pasta en los museos de Chicago, así que nos vino muy bien poder hacer estas visitas sin dejarnos un euro… jeje…
Pero antes de empezar con la visita paramos a comer, que ya era hora y apretaba el hambre. Lo hicimos dentro del propio museo, pues en la parte inferior -si no recuerdo mal- hay unas cuantas opciones para almorzar. Nos decantamos por algo rápido porque aún nos quedaban muchas cosas por hacer, así que unas hamburguesas del siempre socorrido McDonald’s ($18) y en 15 minutos habíamos liquidado el tema. ¡No podíamos perder ni un minuto!
¿Y qué decir del museo? ¡Que nos encantó! Pero es tan grande, que nos quedaron muchas cosas por ver. ¿Lo peor? La cantidad de gente que había… claro que entiendo que habrá pocos días que no haya gente en lugares así; de hecho es el más visitado del Mall, con casi 9 millones de visitantes al año.
La colección, iniciada en 1861, muestra la historia de la aviación, desde el primer vuelo motorizado hasta las recientes misiones espaciales.
Y por aquí, por la zona del espacio, es por donde comenzamos nuestra visita, por salas como la de «Explore de Universe» («Explora el Universo»), «Exploring de Moon» («Explorando la Luna»), «Space Race» («Carrera Espacial»), … Y pudimos ver cosas muy interesantes como el espejo del Telescopio Espacial Hubble…
… o un módulo lunar. Aunque este en concreto nunca voló al espacio, es esencialmente igual a los otros 6 que, entre 1969 y 1972, llevaron a 12 astronautas norteamericanos a la Luna. Además, el módulo también simboliza el triunfo de Estados Unidos sobre la Unión Soviética en la carrera espacial durante la Guerra Fría.
En la zona ya de la aviación propiamente dicha, yo ya me volví loca… ¡jajaja! Tantos aviones, tantas cosas por ver, que no sabía hacia dónde mirar… ¡Igual que un niño en una juguetería!
Aquí vimos decenas de aviones de todo tipo, de todas épocas, para todos los lugares… ¡y para todos los gustos!
Y una de las joyas del museo: el «Spirit of St. Louis» el avión que, entre el 20 y el 21 de Mayo de 1927 y pilotado por Charles A. Lindbergh, cruzó por primera vez el Atlántico en un vuelo sin paradas.
Aparte de todo esto, en el museo también se puede ver una película en formato IMAX, hacer un test en un simulador de vuelo o visitar el Albert Einstein Planetarium. Nosotros no pudimos hacer ninguna de estas cosas porque habíamos estado tanto rato mirando las diferentes exposiciones que se nos había echado el tiempo encima. ¡Una pena! Habría sido como para haber pasado allí el día entero.
Por cierto, que a pesar de la grandiosidad del edificio, éste solo aloja alrededor del 10% de todos los fondos del museo; gran parte del resto se halla en los hangares del «Steven F. Udvar-Hazy Center», en el Aeropuerto de Dulles. También éste puede visitarse. ¡Lástima que mañana ya nos íbamos! 🙁
Cerca de este museo, en el mismo Mall, se encuentra otro de «los grandes» de Washington DC: el Museo de Historia Natural (National Museum of Natural History), también de la Smithsonian y también de entrada gratuita.
Era ya un poquito tarde -tened en cuenta que estos museos cierran a las 5 y media de la tarde… demasiado temprano, para mi gusto y es lo peor que tienen-, pero no queríamos irnos de allí sin ver solamente dos cosas que nos llamaban la atención: el calamar gigante de Luarca (Asturias) y el Hope Diamond, el gran diamante azul con un peso de 45,52 kilates.
Así que entramos en el museo únicamente para ver esas dos cosas. Y las vimos. Lo que no tenemos es «documento gráfico» de ninguna de las dos… No os lo creeréis, pero ninguno de los dos nos acordamos de si hicimos fotos o no y, en caso afirmativo, de dónde las tenemos, porque no las encontramos por ningún lado. ¿Sería que el calor de ese día nos habría reblandecido el cerebro? Jeje… Total chicos, que vimos ambos pero no os los podemos mostrar. Sorry! 🙁
Al salir del museo volvimos al metro, ahora a la parada de Federal Triangle y cogimos la línea naranja hasta nuestra parada habitual, la de Farragut West. Estábamos más que agotados y nos fuimos directamente al hotel, parando en el mismo «Pret a manger» en el que habíamos desayunado esa mañana, para comprar algo de cena ($20) y quedarnos a descansar.
Tocaba preparar maletas y ultimar detalles porque dábamos por finalizada la etapa washingtoniana del viaje. Al día siguiente nos tocaba recoger el coche con el que seguiríamos la ruta prevista. Nos esperaban unas cuantas sorpresas aún…
To be continued… 😉
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