Miércoles, 18 de septiembre de 2013.
Hoy era nuestro primer día sin coche en todo el viaje, así que íbamos a probar el transporte público en San Francisco; a mí, al principio, me resultaba complicado entender el sistema de buses pero una vez allí, no lo es tanto. Total, que nos levantamos (no muy temprano), nos acicalamos y comenzamos el día.
Esta vez no teníamos tanta hambre como el día anterior, así que el desayuno fue más “light”. Bajábamos hacia Union Square y nos encontramos –¡cómo no!- con un Starbucks, así que p’allá que entramos. Había mogollón de gente, pero nos hicimos un huequito y allí pudimos tomarnos nuestros café y bollos.
En cuanto acabamos fuimos directamente al San Francisco Visitor Information Center, que se encuentra entre Market y Powell Street, donde aparte de comprar los “MUNI Pass”, también te dan todo tipo de información de la ciudad, mapas, excursiones… Como nos quedaban 3 días de viaje pues decidimos comprar esa tarjeta, por la que pagamos cada uno $22; lo cierto es que la amortizas a las primeras de cambio, porque solo un billete en el cable car, ya cuesta $6 por persona. Y el MUNI te sirve para todos los transportes (cable car, buses y metro) a excepción del BART, que tampoco tiene gran importancia a no ser que quieras ir al aeropuerto –que no era nuestro caso-. La forma de uso es súper fácil: marcas la fecha en la que quieres comenzar a utilizarlo y se lo enseñas a los revisores/conductores, según el trasporte que uses. Es muy práctico, así que es muy buena idea comprarlo.
Pues una vez con las tarjetas en nuestro poder, cogimos el metro para ir a nuestra primera visita del día: Mission Dolores. La misión, cuyo nombre original fue San Francisco de Asís, es una iglesia de estilo colonial español y se trata del edificio más antiguo de la ciudad.
La visita cuesta, si no recuerdo mal, $5 por persona y haces un recorrido por la antigua iglesia, la basílica, un pequeño museo muy interesante donde se explica la vida de la antigua misión y el cementerio, pequeñito, pero donde están enterrados varios personajes de gran importancia histórica para San Francisco.
A nosotros nos gustó mucho esta visita y estuvimos un buen rato disfrutando de la paz que se respira en todos los rincones.
Cuando salimos de allí fuimos caminando hacia otro barrio completamente distinto: Castro, centro de la comunidad homosexual de la ciudad. ¡Me encantó! El ambiente del barrio es genial y fue una de las zonas que más me gustó, por no decir la que más. Caminamos por la calle Castro por donde hay multitud de comercios, todos “adornados” con la bandera multicolor, que le dan una alegría y un colorido al barrio increíble.
Llegamos caminando hasta la Plaza Harvey Milk, que a mí me decepcionó un poco. La creía más grande, pero se trata de un espacio chiquitín a la salida de metro de Castro y que queda bajo nivel de la calle, por lo que si no se sabe dónde está, es difícil de encontrar. Toma su nombre de Harvey Milk, el primer hombre, abiertamente homosexual, elegido para un cargo político en Estados Unidos, asesinado en 1985. La plaza está rodeada de fotos con la historia de este hombre, así como una placa conmemorativa. Una historia muy interesante… y muy dura también.
Justo enfrente de la plaza, al cruzar la calle, esta la famosa “Twin Peaks Tavern” (401 Castro Street), el primer bar gay que tuvo los cristales claros que daban a la calle –en lugar de los cristales opacos a los que estaban obligados estos bares- a principios de los años 70.
Nos apetecía sentarnos a tomar algo y qué mejor que hacerlo en un sitio histórico como este. Así que entramos y, a pesar de ser las 12 de la mañana, nos tomamos tanto Sergio como yo, un par de mimosas (un cocktail de champán y zumo de naranja). ¡Estaba buenísimo! Y el lugar era realmente especial; si viviera en el barrio, estoy segura de que ése sería mi “bar de cabecera”.
Y ya con la alegría que nos dieron los cocktails y el buen rollo del barrio, nos fuimos a coger el autobús para ir a conocer otro: Haight Ashbury, llamado así por la intersección de sus dos calles principales –Haight y Ashbury-. Se trata del distrito donde, en los años 60, nació el movimiento hippie y bohemio (el conocido “flower power”). Allí se encuentran los comercios y las tiendas más alternativas de San Francisco.
Nos dimos un largo paseo por la zona y, para seros sincera, no nos llamó mucho la atención. Quizás esperábamos algo parecido a Camden Town, de Londres, pero no tiene ni punto de comparación; no sé, quizás es que al ser un día por semana no había tanto ambiente, pero lo cierto es que no estaba lo que se dice muy animado aquello… De todos modos, como teníamos en mente ir a una tienda que había por allí, seguimos caminando. La tienda es “Amoeba Records”, un sitio gigantesco donde se pueden encontrar vinilos, cds y demás, de ahora y de siempre; allí estuvimos un buen rato buscando algún que otro vinilo del que teníamos ganas. Por si os gusta la música, os pongo la dirección: 1855 Haight Street.
Cuando salimos de la tienda, buscamos un sitio donde comer pero no encontramos gran cosa. Al final, acabamos en un bar que ni siquiera recuerdo cómo se llamaba, donde Sergio se comió una hamburguesa y yo unos fish & chips; ninguna de las dos cosas estaba demasiado rica…
Vamos, que la visita a este barrio no fue de las mejores cosas del día. Pero aún así, teníamos que ir, ¿no? Por cierto, de la que nos íbamos fue cuando vimos dos cosas características y muy conocidas: el reloj de la esquina que siempre marca las 4:20 (tiene algo que ver con el consumo de cannabis, pero no me preguntéis exactamente de qué se trata… si alguien lo sabe, ¿me lo contáis? 😉
Y las famosas piernas que sobresalen de una ventana, que corresponden a la “Piedmont Boutique”, en el 1452 de Haight Street.
De aquí cogimos un autobús y nos fuimos a Alamo Square, un barrio residencial muy conocido porque en él se sitúan las conocidas “Painted Ladies”, una serie de casas victorianas pintadas de distintos colores que conforman una imagen que parece sacada de una postal y que es famosa en todo el mundo por la serie de televisión “Padres Forzosos” («Full House»). ¡Yo no me la perdía de pequeña!
Concretamente, la hilera de casas está en Steiner Street y desde el parque hay una vista preciosa.
Estuvimos un rato tirados en el césped descansando un poco y disfrutando de las vistas. A pesar de que había bastante gente, estábamos bastante tranquilos, hasta que llegó un grupo de japoneses chillando a todo trapo y se acabó la paz. Mira que los japoneses son calladitos, pero nos debimos encontrar con los más chillones del país… jeje…
Total, que volvimos a coger otro bus que paraba por allí cerca y nos fuimos hacia otro de los enclave más famosos de San Francisco: Lombard Street. A pesar de que esta calle no es la más empinada de la ciudad, sí es considerada como tal; sus curvas en zig-zag son fotografiadas por cientos de turistas todos los días.
En principio habíamos pensado en bajarla en coche, pero nos parecía más interesante verla desde abajo o incluso bajarla caminando –hay unas escaleritas por la parte de la derecha según bajas-. Así que como el bus nos dejó cerquita de la parte inferior, nos dirigimos hacia allí, en la calle Leavenworth. La cantidad de gente que había allí era increíble, creo que hasta entonces no había visto tantos turistas en un mismo punto. Para hacer una foto nos las vimos y nos las deseamos, pero al final conseguimos alguna:
Desde aquí decidimos que nuestro siguiente punto sería la Coit Tower, una torre de 64 metros de altura, situada en el barrio de Telegraph Hill, desde donde hay unas vistas espectaculares de San Francisco.
La duda se presentó cuando tuvimos que decidir cómo llegar hasta allí. Después de dar muchas vueltas para ver cómo hacíamos –las calles, o más bien la cuestas, de San Francisco no es que inviten demasiado a pasear- decidimos ir en bus hasta Washington Square Park y desde allí volver a coger otro autobús que nos subiese hasta arriba. Generalmente los autobuses pasan con bastante frecuencia pero pudimos descubrir, después de un rato, que no era el caso de este que subía a la torre… Os cuento: la parada que teníamos que coger estaba justo delante de un restaurante que tenía una terraza. Pues nada, allí estábamos esperando y lo hicimos durante unos 15 minutos (ya estábamos empezando a mosquearnos) cuando un camarero «muy majete»… ejem.. nos preguntó a dónde íbamos, y al decirle que a la Coit y que esperábamos el autobús, se sonrió y nos dijo que íbamos a tener que esperar bastante rato porque sólo pasaban cada hora más o menos. ¿Cómo? No nos lo podíamos creer. ¿Y no podía habérnoslo dicho antes, el muy cabrito? En fin, no nos íbamos a enfadar, así que le preguntamos cómo lo veía para ir andando y nos comentó que había un trecho no muy largo, pero sí con “alguna cuesta”. Pues nada, como no queríamos seguir perdiendo el tiempo, decidimos ponernos “manos a la obra” y subir caminando.
Lo cierto es que no hay mucha distancia y la primera parte del recorrido se hace bien porque es calle “normal”, pero unos metros antes de llegar empieza una cuesta increíble con escaleritas que cuesta un trabajo subir… Pero también os digo: ¡merece la pena hacer ese camino! Y cuando llegas arriba… wow!
La torre se construyó en el año 1933 y fue donada por la señora Lillie Coit, de ahí su nombre. Por dentro está decorada con 26 murales de artistas de la ciudad.
Una vez dentro, se puede subir a su mirador de 360º desde donde se obtienen vistas espléndidas de la ciudad. Nosotros así lo hicimos, previo pago de $7 por persona –si no recuerdo mal-. Esperas un ratito a que baje el ascensor y p’arriba. Aquí llega mi problema y es que tengo miedo de las alturas. Siempre me pasa lo mismo: yo subir subo a todo, pero una vez arriba… depende del sitio, me asomo o no… Sergio siempre se ríe de mí, pero me da igual. En este caso me asomé sin problema, siempre con un poquito de miedo, y mereció la pena hacerlo. Mirad:
Estaba empezando a oscurecer, así que decidimos bajar en bus. Esta vez sí que no tuvimos que esperar mucho a que llegase. Nos bajamos en una parada de Chinatown porque nos venía bien para llegar al hotel. Una vez allí dejamos las cosas y bajamos a cenar a un italiano que hay enfrente: “Uncle’s Vito”. Nuevamente tuvimos que esperar cola y estábamos empezando a darnos cuenta de que eso era buena señal: las pizzas que comimos estaban espectaculares. La dirección del restaurante es 700 Bush Street. Así que ya sabéis: si hay que hacer cola, la comida es buena.
Y con la panza llena, cruzamos la calle muertos de cansancio y de sueño y nos fuimos a dormir. Al día siguiente teníamos uno de los platos fuertes del viaje: Alcatraz.