Miércoles, 23 de Mayo de 2018.
Todos los planes que teníamos para el día de hoy eran nuevos, es decir, lugares que no habíamos hecho en nuestro anterior viaje del 2015. Sin embargo, dichos planes se iban a ver en gran parte frustrados por la meteorología: llovía a mares.
En fin, con la esperanza de que la lluvia fuera remitiendo a lo largo del día, pusimos rumbo a nuestro primer destino: Himeji.
Para llegar hasta allí comenzamos a hacer uso de nuestro JR Pass, que ya habíamos activado para ese día con anterioridad; además, ya teníamos también los asientos reservados en el shinkansen de las 8 de la mañana: el Hikari. La duración del viaje no llega a una hora, así que todavía no habían dado las 9 de la mañana cuando llegamos a la estación de Himeji.
El motivo más importante que teníamos para visitar esta ciudad era su Castillo, Patrimonio de la Humanidad desde 1993. Y no es de extrañar que sea así, ya que se trata de uno de los pocos castillos originales que hay en Japón, construido en 1609, un período marcado por las guerras internas.
Además, sus paredes, cubiertas con yeso blanco ignífugo (cosa muy importante si se tiene en cuenta que está construido en madera), junto con su gran torre, hacen que el conjunto sea de una belleza extrema. Esta blancura y elegancia le han valido el sobrenombre de «El Castillo de la Garza Blanca».
El Castillo está a unos 15 minutos caminando desde la salida norte de la estación por la avenida principal, la calle Otemae. Es un paseo muy bonito… siempre que no llueva, como nos ocurrió a nosotros. 🙁 Llovía tanto, que hicimos el camino directos hasta el castillo, sin pararnos en ninguna de las bonitas tiendas que te vas encontrando a lo largo de toda la calle.
Llegamos a la explanada de entrada del Castillo y allí ya comenzamos a darnos cuenta de lo bonito que es. Y eso, a pesar del agua.
Este es un castillo del tipo hirayama-jiro, es decir, situado sobre una colina rodeada de llanuras, y es un ejemplo perfecto de arquitectura de los castillos japoneses. El símbolo del Castillo es su torre principal (tenshu), que mide 46,4 metros de alto; pero también es famoso por diseño defensivo, lleno de puertas, pasadizos, cuartos secretos… ; otra particularidad son sus ventanas que son en realidad celosías protectoras.
Todo esto hacen del Castillo un conjunto espectacular y nosotros ya nos habíamos quedado prendados, antes incluso de entrar. De hecho, mientras estábamos organizando el viaje teníamos la duda de si hacer la visita al interior o no, porque habíamos leído muchos comentarios al respecto y muy distintos. Pero una vez allí, se nos quitaron todas las dudas: teníamos que ver cómo era su interior. Así que pagamos la entrada (¥1000 por persona) y accedimos por la puerta principal y más grande de todo el Castillo: hishi-no-mon.
La visita por el interior es realmente interesante: hay recreaciones que nos permiten imaginarnos cómo era la vida en el Castillo durante el período Edo, además de exposiciones de artículos originales sobre esta época tan importante del país.
Lo peor de todo fue que teníamos que andar «cargando» con los paraguas y abriéndolos y cerrándolos según pasábamos de un lugar a otro, unido también a lo engorroso de quitarse y ponerse el calzado cada vez que entrábamos en un suelo con tatami. Y digo engorroso por la lluvia, que no cesaba, no porque nos cueste trabajo descalzarnos para entrar, que es algo que nos fascina de Japón y nos encanta: andar descalzos por esos suelos de madera…
Chicos, nuestras esperanzas de que parase de llover iban disminuyendo cada vez más porque el cielo gris no auguraba nada bueno.
Uno de los lugares que más nos gustó fue el último piso de la torre, que rinde tributo a la guardiana del Castillo y deidad de uno de los clanes más importantes del país, Osakabe. Además, aquí podemos ver un par de tejas gigantes en forma de syachi, un pez legendario con cabeza de tigre y espinas en la espalda, que antiguamente se usaba para decorar los tejados como talismán contra los incendios.
Pero si hay algo que realmente merece la pena desde esa altura, son las vistas de la ciudad…
Lástima de día gris, ¿no os parece? Los chicos de Callejando por el Mundo, y Viajar Code: Verónica, que estuvieron en esta misma zona durante el sakura de este año, tienen unas fotos realmente increíbles de los cerezos en flor con el Castillo de fondo. Echadles un vistazo si queréis para poder apreciar bien la belleza de este lugar.
A pesar de la lluvia, echamos toda la mañana en esta visita, así que imaginaos lo que hubiese sido con un día mas apacible. Al salir nosotros comenzaba a llegar más gente y, entre ellos, un grupo de japoneses creemos que de una empresa, que estaban haciendo una visita guiada. Y creemos esto porque iban vestidos casi todos iguales y, lo que es más, ¡todos con el paraguas idéntico! Jeje…
Nuestro plan original era tomar un autobús desde una parada que hay al lado del Castillo y subir al Monte Shosha, el lugar donde se rodó parte de la peli «El Último Samurai», con Ken Watanabe y Tom Cruise, pero tal y como estaba el día -y viendo que no iba a mejorar en absoluto, más bien lo contrario-, decidimos regresar a Kioto.
Sin embargo, como ya era mediodía y teníamos bastante hambre, decidimos buscar un sitio de la que volvíamos a la estación para comer. ¡Y no pudimos tener mejor suerte! Encontramos un pequeño bar en la acera de la derecha de la calle principal según dejas el Castillo detrás (es la única referencia que puedo daros porque no recuerdo el nombre), que tenía un cartel donde ponía que servían hamburguesas de carne de kobe y wagyu -dos de las más famosas- y no lo dudamos: entramos.
El local es muy chiquitín y nos sentamos en la barra. Estábamos solos y, como siempre, gracias a la amabilidad japonesa y sin hablar ni una palabra de este idioma y el chico tampoco de inglés, allá que nos apañamos para pedir. Mientras esperábamos, pudimos ver cómo nos preparaba las hamburguesas; nos pedimos una cada uno: Sergio de kobe y yo de wagyu.
Y cuando llegaron… ¡vaya pinta! Pero lo más de lo más de lo más fue al probarlas. ¡¡¡¡Madre del amor hermoso!!! En mi vida había comido una hamburguesa taaaaaaaan exquisita. Y mira que yo no soy muy «hamburguesera»…
Se me hace la boca agua tan solo de recordarlo…
Salimos del bar dándole las gracias al chico -al que creo que le quedó claro que nos había encantado la comida…jeje- y volvimos a la estación para coger un nuevo tren hacia Kioto. En esta ocasión no llevábamos asientos reservados, con lo que tuvimos que entrar en el vagón destinado a este tipo de viajeros, pero estaba prácticamente vacío, así que no tuvimos problema en encontrar sitio.
Tras una nueva hora de viaje, llegamos a la estación de Kioto y seguía lloviendo sin parar. Más incluso que en Himeji. Y como estaban así las cosas, decidimos dar una vuelta por la parte de abajo de la estación, hacer un poco de shopping, regresar al hotel con la cena ya comprada y ponernos a preparar la mochila que necesitaríamos para los próximos dos días, que nos trasladábamos a otro lugar nuevo para nosotros… ¡Y qué lugar! 😉