Jueves, 24 de Mayo de 2018.
Hoy íbamos a dejar Kioto durante un par de días para vivir una nueva experiencia en Japón: dormir en un templo budista en Koyasan. No sabíamos muy bien con lo que nos íbamos a encontrar: el viaje hasta allí era bastante largo, no sabíamos cómo iba a ser la experiencia con los monjes, teníamos ciertas dudas… pero bueno, también íbamos con ganas por vivir algo así.
El madrugón fue de órdago porque el viaje hasta Koyasan lleva su tiempo y queríamos llegar no demasiado tarde. Por cierto, que para esos días preparamos un par de mochilas y el resto de equipaje lo dejamos en el hotel de Kioto, al que íbamos a volver.
Os cuento todos los medios de transporte que usamos para llegar allí: a las 7 de la mañana tomamos el tren rápido especial JR hasta Osaka Station -nos llevó unos 30 minutos-; una vez en Osaka cambiamos a la línea, también del JR, Osaka Loop hasta la estación de Shin-Imamiya -15 minutos-.
En esta estación ya tuvimos que comprar un ticket especial que nos incluyese el resto de transportes que no están incluidos con el JR: el Koyasan World Heritage Ticket. Una vez con el billete en nuestro poder, cogimos la línea Nankai Koya hasta Hashimoto; hay algunos trenes que no paran en esta estación y van directamente a la parada final, pero en nuestro caso no fue así y tuvimos que hacer transbordo. Allí había un amable empleado de la estación que nos daba a todos este papelito con la siguiente información:
¡Imposible perderse! Total, que sabiendo ya el andén desde el que salía y la hora exacta, nos pusimos a esperar el último tren que cogeríamos ese día y que nos dejaría en la estación de Gokuraku-bashi. Ambos traslados nos llevaron algo más de hora y media, más el tiempo de espera, que no fue demasiado.
Una vez en Gokuraku-bashi, comenzaba la ascensión a Koyasan, propiamente dicha; y ésta no se hace de otro modo sino en funicular. Mira que esos «cacharros» a mí no me gustan mucho, pero en este caso el viaje se hace muy cortito: unos 5 minutos.
En la parada del funicular había también personal con mapas que te preguntaban en qué templo te ibas a hospedar y, según fuera este, te indicaban el bus que tenías que coger (hay un tramo hasta llegar al pueblo que no puede hacerse caminando, así que tienes que coger sí o sí el autobús). En nuestro caso, era la línea roja hasta la parada de Ichinohashiguchi, situada prácticamente en frente de nuestro templo: el Ekoin.
Como aún no era la hora para poder hacer el check-in, decidimos comer algo (ya que hacía ya mucho rato que habíamos desayunado) y comenzar a conocer un poco esta bonita población, que nos encantó desde el primer momento.
El Monte Koya, o Koyasan, es el centro neurálgico del budismo shingon, una de las sectas budistas más importantes del país, que llegó a Japón hace más de 1200 años. Koyasan es uno de los destinos de peregrinación más populares, y es que fue aquí donde Kobo Daishi (fundador de la secta) estableció su centro religioso, construyendo el complejo de templos Danjo Garan y donde, a su muerte, se irguió su mausoleo, en el cementerio Okunoin. Ambos íbamos a visitarlos. Además, la ruta de peregrinación de los 88 templos de Shikoku (algo así como el Camino de Santiago japonés) comienza y acaba aquí, lo que nos indica la importancia religiosa de este lugar. Es por ello que es muy frecuente encontrar por la calle imágenes como esta:
Como os decía antes, decidimos hacer una parada para avituallarnos antes de comenzar con las visitas, así que buscamos un lugar donde comer algo rápido y nos encontramos con esta pequeña cafetería donde comimos unos sandwiches deliciosos (los de huevo… brutales).
En Koyasan hay más de un centenar de templos pero si había uno que nosotros teníamos claro que queríamos visitar, este era el Danjo Garan: el principal complejo de templos del lugar, que encontramos siguiendo la calle principal, a unos 10 minutos a pie desde donde estábamos.
No hay que perderse en este templo el Salón Kondo, la sala principal donde se llevan a cabo rituales y ceremonias para toda la comunidad la población; el Miedo, que fue utilizado por Kobo Daishi para consagrar sus imágenes budistas y para su formación espiritual personal (el nombre de «miedo» significa, literalmente, «salón del honorable retrato»); el Fudodo; y la pagoda de color bermellón Konpon Daito.
Como podéis ver en las fotos, el complejo estaba muy tranquilo, por lo que pudimos disfrutarlo mucho y apenas sin gente.
Sin darnos cuenta, se nos había echado la mañana encima y ya era la hora en la que podíamos entrar a nuestro templo, así que volvimos sobre nuestros pasos por la calle principal hasta llegar al Ekoin. Una vez allí, lo primero que hicimos fue dejar el calzado fuera (y nos olvidamos de él durante todo el rato que estuvimos allí dentro) y reunirnos con un monje encargado de darnos la bienvenida, hacernos el check-in de una forma bastante especial, ya que lo hicimos sentados con él en un despacho, y explicarnos todas las cosas que podíamos e íbamos a hacer durante nuestra estancia: la hora de la cena, del desayuno, la posibilidad de realizar una sesión de meditación, la visita nocturna al cementerio… . En fin, un registro que nunca antes habíamos hecho en un hotel. Claro que esto no era un «hotel al uso»… 😉
Una vez finalizadas las explicaciones, nos acompañó a nuestra habitación y ahí fue donde flipamos en colores… No os lo voy a contar con palabras, mejor os muestro las fotos:
Una verdadera maravilla de habitación. Nos quedamos, como os decía, alucinados, y no solo por la habitación en sí, sino también por las vistas que teníamos desde las ventanas: plena naturaleza. Relax total. Un verdadero oasis para descansar, relajarse, meditar…
Y hablando de meditar, al ser huéspedes del templo, se nos dio la oportunidad de realizar una sesión de meditación ajikan, que se realiza todos los días a las 16:30. Sergio no se animó, prefirió quedarse a descansar en la habitación pero yo, como enamorada del yoga, no podía dejar de asistir; así que dejé al «costillo» -como diría una que yo me sé- en nuestro maravilloso cuarto y yo me fui a practicar y a aprender algo más sobre este tipo de meditación.
Justo al salir de la práctica, que resultó ser toda una experiencia, busqué a Sergio que andaba por ahí «explorando» y nos fuimos a la habitación, donde ya estaba preparada nuestra cena. Totalmente vegana.
Como ya íbamos prevenidos por nuestros amigos Aida y Fon, de «De tu mano por el mundo», que también habían estado en este templo en su visita a Koyasan, habíamos metido en la mochila alguna chuche, que nos salvó en cierta medida ya que, si bien la cena no estaba mala, al no estar acostumbrados a la comida vegana 100%, nos costaba comer según qué cosas. Eso sí: el arroz siempre nos salva. Jeje…
Cuando acabamos de cenar, y viendo que se aproximaba la hora para hacer la visita nocturna con un monje al cementerio Okunoin que previamente habíamos reservado, nos preparamos y salimos a la entrada del templo para esperar a que diese comienzo. Volvimos a calzarnos las botas -que allí seguían, intocables en el mismo lugar donde las habíamos dejado horas antes-, ponernos algo de abrigo porque hacía algo de fresquito y, una vez divididos en varios grupos, nos pusimos en marcha, siguiendo a nuestro guía, que resultó ser todo un crack… y un sabio acerca de todo lo que tiene que ver con el budismo shingon.
El Okunoin es el cementerio donde descansan los restos de Kobo Daishi y es considerado uno de los lugares más sagrados de todo Japón. Dentro de él hay varios lugares muy interesantes, donde nos íbamos parando mientras nos daban las explicaciones necesarias y hacíamos todas las preguntas que queríamos. Uno de estos es el Puente Hishino-hashi; el Puente Minyo-no-hashi; una pequeña construcción que contiene el Miroku-ishi, donde los peregrinos, a través de unos agujeros en la pared, intentan levantar una gran roca lisa, la cual se dice que pesa más o menos dependiendo de los pecados de la persona; o el Torodo, un edificio cubierto con miles de lámparas que han sido ofrendas de particulares a través del tiempo).
Pero si hay algo realmente importante en este cementerio es el Gobyo, o Mausoleo de Kobo Daishi, un lugar realmente venerado por sus seguidores.
Al no haber casi luz, las fotos que hicimos no fueron del todo buenas. Más bien diría que fueron malas, así que solo os voy a enseñar un par de ellas. De todos modos, como nos gustó tanto la visita, decidimos que volveríamos a la mañana siguiente, antes de irnos de Koyasan, para verlo durante el día.
Al regresar al templo y a nuestra habitación, ya teníamos preparados los futones, así que no quedaba nada más que acostarse y descansar después de un día lleno de experiencias nuevas… ¡Buenas noches!