Lunes, 21 de Mayo de 2018.
¡Feliz cumple Sergio! ¡Feliz cumple papá! Como viene siendo habitual estos últimos años, celebramos el cumple de Sergio fuera de casa. No íbamos a hacer nada especial, porque estar en Japón ya lo es de por sí, sin necesidad de ningún otro «añadido».
Hoy el jet-lag nos había respetado y habíamos podido dormir un poco más. Después del madrugón del día anterior, no nos sentíamos culpables por no habernos levantado demasiado pronto. Y hoy sí: hoy íbamos a tomarnos el desayuno en nuestro querido «Mr. Donut» de la estación de Kioto. Café, donuts varios y zumo de naranja… ¡todo un clásico para nosotros! ¡Cuánto lo habíamos echado de menos!
Una vez con las pilas cargadas para comenzar el día, nos fuimos a conocer un templo que está bastante cerquita de la estación (a 10 minutos a pie) y al que no habíamos ido en nuestro anterior viaje: el Higashi Hongan-ji, el templo principal de la rama Otani-ha del Jodo Shinshu.
Uno de los elementos principales que destacan en él es la Puerta de la Sala de los Fundadores, construida en 1911, y una de las más grandes que existen en Kioto.
En este templo apenas había gente, así que la visita se hizo muy cómoda. Y nos pareció muy interesante, a pesar de que no es uno de los que podríamos considerar «principales» en las visitas a la ciudad.
Otro elemento que destaca en este templo está expuesto en el corredor que comunica los dos edificios principales: la Kezuna, literalmente «cuerda de cabello». La historia de esta cuerda tan especial se remonta a los inicios de la construcción del templo, ya que se presentaron graves problemas a la hora de utilizar las grandes vigas necesarias, lo que provocó grandes retrasos en la edificación del templo. Cuando se supieron estas dificultades, mujeres devotas de todo Japón no dudaron en cortarse el cabello y hacer grandes cuerdas con él. Finalmente, se construyeron 53 cuerdas, gracias a las cuales se pudieron izar las gigantescas vigas y completar la construcción de las salas principales. La más larga de ellas medía 110 metros de largo, tenía 40 cm de circunferencia y pesaba una tonelada. Y esta es la que se puede ver en el corredor por el que pasamos desde la Sala de los Fundadores a la Sala Amida. Lástima que no se pueden hacer fotos dentro, porque realmente impresiona ver hasta qué punto la gente de Japón se sacrifica por su país…
Tras la visita al templo, cruzamos la carretera y fuimos al Jardín Shosei-en, Patrimonio Natural Nacional desde 1936. También recibe el nombre de Kikoku-tei, o la Villa Naranja Trifoliada, dado que el lugar estaba originariamente rodeado por esta variedad de árboles de naranjo.
Aquí sí que ya nos tomamos el paseo con la mayor calma del mundo, porque estábamos en el paraíso: sin gente, fresquito, rodeados de árboles, flores, lagos…
¡Una verdadera maravilla! Este jardín es un tesoro escondido en la gran ciudad de Kioto. ¡No os lo perdáis!
Entre una cosa y otra, había llegado ya el mediodía y teníamos hambre, así que decidimos dejar el paraíso recién descubierto e irnos a comer. La idea era acercarnos hasta la estación nuevamente, pero por el camino encontramos un restaurante pequeñito haciendo esquina donde nos tomamos un par de boles de katsudon brutales. Una pena que no recuerde el nombre del sitio, porque estaba realmente bueno y era baratísimo.
Antes de dirigirnos a nuestro siguiente destino, entramos en el centro comercial que hay debajo de la Kyoto Tower y allí nos comimos un helado de esos tan kawaii (o sea, «cuqui») que hacen en Japón.
Aprovechamos y dimos también un paseo entre las tiendas del mismo centro y de las de la estación, que se encuentra justo enfrente.
Nuestro siguiente destino fue el Museo del Ferrocarril, el mayor museo ferroviario de Japón, con 31 mil metros cuadrados de superficie. A la hora de organizar el viaje, no teníamos muy claro si incluir esta visita o no, pero tras hablar con Aida («De tu mano por el mundo») y leer el artículo que «Japonismo» tiene sobre él, decidimos que iríamos.
Para llegar hasta allí, nosotros lo hicimos caminando -un paseo de unos 20 minutos-, pero también se puede llegar en autobús, desde la estación, hasta la parada de Umekoji-koen/Tetsudo Hakubusukan-mae.
Este museo abrió sus puertas en abril de 2016 y muestra desde antiguas locomotoras de vapor, hasta el moderno shinkansen o tren bala. De este modo, podemos observar la evolución y modernización del país a través de su historia ferroviaria.
Este es un museo realmente enorme y, lo mejor de todo, muy interactivo; así que podemos toquetear muchos «chismes», subir a los trenes, hacer que conduces uno… En fin, muy entretenido. Tanto es así, que pasamos la tarde entera en él; además, apenas si había gente, con lo cual lo disfrutamos mucho más. Lo único malo -para nosotros- que tiene es que las explicaciones de los paneles vienen solo en japonés, con lo que los que no lo hablamos, nos quedamos con las ganas… 🙁
Aparte de las exposiciones de los edificios donde puedes ver vehículos, artefactos relacionados con el ferrocarril, fotos y demás, hay una zona muy chula e interesante: la plataforma giratoria de las locomotoras de vapor. Designada como Bien de Interés Cultural de Japón, se usaba y todavía se usa hoy en día, para rotar y cambiar la dirección de las locomotoras.
A partir de las 4 de la tarde, cuando la locomotora deja de circular, se puede ver el funcionamiento de la plataforma, lo que nosotros hicimos antes de irnos del museo. ¡Cómo nos gustó! Nos recordó a San Francisco, cuando les dan la vuelta manualmente a los cable car de la ciudad. 🙂
Fijaos si estábamos absortos en el tema, que no hicimos ninguna foto… ups!!!
Estábamos un poquito cansado de tanto caminar, así que decidimos coger el autobús de vuelta a la estación (concretamente, el 205), que en 10 minutos nos dejó allí.
Como llegamos con hambre decidimos buscar dónde comer y, cuál fue nuestra sorpresa, cuando encontramos un pub irlandés con una pinta muy chula. ¿En Japón comer en un pub? ¡Pues vamos a probarlo! Lo cierto es que era tal cual, como los garitos que te puedes encontrar por Dublín…
Nos tomamos una hamburguesa y unas ‘fish & chips’ acompañadas, cómo no, por una Guiness (de la que Sergio es fan absoluto) y una cider (más del estilo de Lidia… jeje).
Una buena forma de despedir un buen día ¿no os parece?