Domingo, 20 de mayo de 2018.
Primera noche en Japón y habíamos dormido de maravilla. Nos habíamos acostado tan temprano, que a las 5 de la mañana ya estábamos despiertos. ¡Mejor que mejor! Para los planes que teníamos ese día era genial haber madrugado tanto.
Nos preparamos, y bajamos a desayunar (no teníamos desayuno en el hotel); llevábamos la idea de hacerlo en el «Mister Donut» de la estación, que había sido nuestro sitio habitual para comenzar los días en nuestro anterior viaje, pero como era muy temprano aún no habían abierto. Total, que buscamos otro sitio donde tomar un café y unos bollos para después ir a la parada de autobuses (que se encuentra en la misma estación de tren), comprar la tarjeta del día y dirigirnos a la primera zona que íbamos a visitar: Higashiyama.
Concretamente, lo primero que queríamos hacer era volver al Templo Kiyomizudera, el que más nos gusta de Kioto y, a pesar de que sabíamos que su pabellón principal está en obras, no queríamos perdernos otras zonas que en el anterior viaje no habíamos visto con detenimiento.
Tomamos el bus y nos bajamos en la parada de Kiyomizumichi, que está a 10 minutos a pie del templo. No tiene pérdida, ya que solo hay que dirigirse hacia la calle en cuesta que hay al otro lado de la carretera y subir todo recto.
Caminamos prácticamente solos ya que era muy temprano y no había casi nadie por la calle. ¡Qué maravilla! Visitar este templo sin cientos de personas a tu alrededor -como lo habíamos hecho la otra vez- es todo un privilegio. Os recomiendo que madruguéis para esta visita. ¡Merece la pena!
Justo antes de cruzar por una de las muchas puertas del complejo del templo, nos acercamos a la zona de ablución conocida como «Agua de la Lechuza», debido a los dibujos de lechuzas y búhos que hay en la pila; además, el agua sale de la boca de un precioso dragón. Según la tradición japonesa, la lechuza es un animal que protege de la mala suerte.
¿Sabéis cómo se lleva a cabo esta ceremonia de purificación (su nombre en japonés es temizu)? Es muy sencillo: cogemos uno de los cazos que hay en la pila y lo llenamos del agua que cae de los grifos; primero, nos echamos un poco de agua en la mano izquierda -con el cazo agarrado con la derecha-, luego al revés, nos limpiamos la mano derecha con el cazo en la izquierda, tomamos un sorbito del agua para purificar la boca y con ella el cuerpo entero, y por último, ponemos el cazo en vertical para que se limpie el mango. Hay que dejar siempre el cazo boca abajo en la pila, como lo hemos encontrado.
Y así, purificados, seguimos con nuestra visita…
Aprovechando la poquísima gente nos fuimos directos al Salón Principal Hondo, que es el que os digo que estaba con andamios. Aún así, es tan bonito, que no queríamos perdérnoslo, aunque no se viese bien…
Lo que no está con andamios y se puede disfrutar cien por cien, son las vistas de Kioto desde esa parte de la ciudad…
Dejamos el Hondo y bajamos por la cuesta que le sigue, hasta llegar a la Cascada Otowa, que en el anterior viaje no habíamos podido ver por la cantidad de gente que había.
Supuestamente de propiedades terapéuticas, el agua de esta cascada se divide en 3 chorros de los que se puede beber para conseguir salud, larga vida y éxito en los estudios o en el amor. Eso sí: beber de los 3 está mal visto porque se considera de avariciosos.
Me puse a hacer cola, que era muy pequeña y estaba formada por un grupo de colegiales japoneses muy graciosos y simpáticos. Yo era la única adulta occidental entre ellos, así que os podéis imaginar… jeje…
¡Solo bebí de uno, que conste!
Nuestra siguiente visita fue otro lugar que no conocíamos y que ni siquiera sabíamos que existía en Kiyomizudera, pero que gracias a la web de Japonismo pudimos descubrir y disfrutar. Por cierto, para preparar cualquier viaje a Japón, esta página es in-dis-pen-sa-ble. Es como tener a mano la enciclopedia del país nipón. 😉
Bueno, pues esa visita que hicimos fue al Salón Zuigudo. Dedicado a la madre de Buda, se entra pagando una entrada «extra» de ¥100; de este modo participas en el llamado tainai meguri, la peregrinación al útero. Consiste en bajar por unos escalones al final de los cuales la oscuridad es total. Y cuando digo «total», creedme que lo es. No ves nada en absoluto. Tienes que guiarte por una cuerda que hay pegada a la pared hasta el final, donde hay una piedra muy levemente iluminada y con un carácter en sánscrito que simboliza el útero de una madre. Se dice que, después de pasar por este ritual, uno renace y se escuchan todas sus plegarias.
Una experiencia para vivirla, os lo aseguro. ¡Qué sensación caminar a ciegas!
Nuestra última parada antes de salir de Kiyomizudera fue el Santuario Jishu, un santuario sintoísta dedicado al amor y al matrimonio. El recinto es una mezcla de altares, estatuas y tiendas de amuletos, pero si hay un punto popular en el Jishu, son las famosas «piedras del amor», separadas una de otra por una distancia de 6 metros. Se dice que si eres capaz de caminar de una piedra a otra con los ojos cerrados, encontrarás el amor en breve, mientras que si no lo consigues, tardarás bastante en encontrarlo. Por otro lado, si necesitas que alguien te ayude a conseguirlo significa que también necesitarás de un intermediario en tu vida amorosa.
Nosotros no probamos, que ya tenemos suerte en este aspecto ;-), pero sí que nos reímos un montón viendo a un grupo de escolares caminando de una a otra piedra, guiados por sus compañeros y las profesoras. ¡Qué risas! Al menos, ninguno se cayó al suelo… jijiji
Con tanto amor dimos por finalizada nuestra visita al Kiyomizudera y de la que salíamos era cuando empezaban a llegar las hordas de gente. ¡Que bien el haber madrugado tanto! Vuelvo a insistir que disfrutar de estos lugares prácticamente en soledad es todo un lujo y una maravilla.
Claro que el haber madrugado tanto y haber desayunado a una hora tan temprana tenía sus consecuencias: ¡teníamos hambre! Así que decidimos hacer un descanso y tomar un tentempié antes de continuar nuestro recorrido por Higashiyama.
Y yo tenía claro a dónde quería ir: ¡a un Starbucks! Y me diréis, ¿es que no hay lugares mejores? Sí, probablemente los haya, pero es que este Starbucks es un poquito más especial que los del resto del mundo. Y es que este está localizado en un edificio tradicional y con tatami (por lo que hay que entrar descalzos), así que resulta completamente distinto a todos los que habíamos estado hasta este momento.
Total, que encontramos un sitio estupendo y allí nos refrescamos del calor que empezaba ya a apretar y «redesayunamos» unos cafés y unas galletas.
Ya con las fuerzas repuestas para seguir nuestro camino, a lo que nos dedicamos fue a deambular una y otra vez por las calles de Higashiyama, especialmente por Sannenzaka y Ninenzaka, las dos callejuelas en cuesta justo al lado del Kiyomizudera, y que constituyen una de las zonas históricas mejor preservadas de todo Kioto.
Algo de shopping y descubrimientos de lugares nuevos y otros no tanto, hicieron que se nos pasara el resto de la mañana «en un pis pas». Qué maravilloso es recorrer esta zona; para mí una de las mejores de la ciudad y que uno no debe dejar de visitar en cualquier viaje a Japón.
Se acercaba ya la hora de comer y como queríamos dejar en el hotel las bolsas de las compras, que eran unas cuantas y no queríamos cargar con ellas todo el día, cogimos de nuevo el bus y volvimos a la estación. De este modo, aprovechamos para comer algo por allí, ya que la cantidad de oferta entre la que se puede elegir es inmensa.
Después de un par de vueltas, nos decidimos por un kaiten-sushi, uno de esos restaurantes de sushi que sirven la comida en una cinta transportadora y tú vas cogiendo los que quieres. ¡Nos pusimos las botas! Madre mía, qué bueno está el sushi en Japón; y es que aquí, en Asturias, la oferta de este tipo de comida es más bien pobre (por no decir muy pobre) y siempre suele ser bastante caro; así que nos desquitamos de lo lindo. Jeje…
Tras una breve parada en el hotel a descansar un rato (sí, era el primer día, pero aún quedaba mucho por delante y no queríamos agotarnos ya desde el comienzo 😉 ), volvimos a la estación de autobuses para irnos a Pontocho. El bus que tomamos fue el 205 y nos bajamos en la parada de Shijo-kawaramachi.
Pontocho es uno de los cinco hanamachi -distritos de geishas- de Kioto, famoso por su emblemática arquitectura tradicional. Está formado por una sola calle estrecha y peatonal, que corre paralela al río Kamo, desde la calle Shijo hasta la calle Sanjo.
A pesar de ser tan chiquitina, aquí es donde se aglutinan los restaurantes de alta cocina de la ciudad.
Lo que hicimos nosotros fue acceder a Pontocho por su entrada «principal», donde te recibe el blasón oficial del barrio (el frailecillo que podéis ver en los faroles de la foto de arriba) e ir paseando tranquilamente hasta el final, donde accedimos a las escaleras que nos llevaron a orillas del río Kamo.
Apretaba bastante el sol, pero eso no nos impidió disfrutar de un paseo más que agradable.
Ya empezábamos a notar el cansancio (claro, es lo que tiene madrugar tanto…), así que decidimos volver a coger el bus para regresar y descansar. Paramos antes en un Lawson -supermercado- que había justo debajo del hotel y compramos algo de cenar. ¡Cómo nos gustan ese tipo de cenas!
Hora de descansar. Mañana… más.