Sábado, 02 de Junio de 2018.
Como os contábamos en el post anterior, hoy dejábamos Tokio durante 3 días para trasladarnos hacia el norte, hacia Sendai, desde donde íbamos a realizar una visita nueva para nosotros.
Pero antes de eso, hay mucho que contar: y es que entre medias, haríamos una parada en uno de los lugares «sacrificados» de nuestro anterior viaje: Nikko, una pequeña ciudad en las montañas de la prefectura de Tochigi, considerada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
A día de hoy, y después de pasar el día allí, diríamos que un solo día no es suficiente para ver todo lo que ofrece Nikko y, seguramente en un futuro viaje, le reservaremos algún tiempo más.
Pero vamos por orden, os cuento nuestro día.
El tren hacia Nikko, con transbordo en Utsunomiya, lo teníamos para las 10 menos cuarto de la mañana (primer error: teníamos que haber tomado alguno más temprano), con lo que llegamos a nuestro destino sobre las 11:30… demasiado tarde para empezar la visita. Pero eso no lo sabíamos; cometimos el error de pensar que Nikko «solo era el Santuario Toshogu» y nada más lejos de la realidad (segundo error). Nos dimos cuenta nada más llegar, viendo la cantidad de opciones que ofrecen los folletos e información que hay mismamente en la estación, pero ya era demasiado tarde para arrepentirse, así que continuamos con el plan inicial.
Dejamos nuestras mochilas en las taquillas de la estación y fuimos a la parada de bus que hay justo delante de ésta.
Para ir al Santuario Toshogu teníamos que bajarnos en la parada de Omotesando, pero no sé qué lío nos armamos, que nos paramos donde no era. Estaba claro que no era nuestro día…
Total, que nos perdimos un poquito y dimos muchísimas vueltas antes de comenzar la visita, porque no nos localizábamos bien y el Google Maps no ayudaba demasiado…
Finalmente, y mucho más tarde de lo esperado, por fin entramos al Santuario cruzando un precioso torii construido en 1618.
Allí nos encontramos con una pagoda de 5 pisos, que está abierta al público pero solo de manera ocasional. Su pilar principal está situado a 10 centímetros del suelo para adaptarse a los cambios de temperaturas y grosor de la madera:
En esa zona es donde se compran las entradas para visitar el santuario, cuyo precio es de ¥1300; creo que ha sido por el que más hemos pagado, pero merece absolutamente la pena.
Accedemos así al recinto, a través de la puerta principal, donde ya puede empezar a verse la ornamentación maravillosa que hay en todos los edificios que componen el Santuario. Entre ellos, el blasón familiar de Tokugawa, con 3 malvarrosas; esta es la familia a quien está dedicado este templo, y es por eso que cobija el mausoleo de Tokugawa Ieyasu, primer shogun.
Si bien en un principio el Santuario Toshogu era más bien modesto, a la llegada del tercer shogun, éste decidió ampliarlo y dotarlo de esas decoraciones espectaculares, en honor a su abuelo. Así es que, a día de hoy, podemos admirar el color y el brillo de sus tallas, que mezclan imágenes budistas y sintoístas.
A la izquierda de la puerta principal encontramos los antiguos almacenes, donde 2 tallas sobresalen por encima de todas, por fama e interés. Una de ellas son las famosísimas tallas de madera de los tres monos de la sabiduría: que no oyen, no dicen y no ven…
… y la otra, que a Sergio le pareció fascinante, las tallas de los elefantes sozonozo, o elefantes imaginados, pues fueron tallados por un artista que nunca había visto un elefante en su vida:
Otra de las puertas que podemos cruzar en el Santuario Toshogu es la Sakashitamon, famosa por tener la talla de madera del nemurineko, o gato dormido. Hay que mirar hacia arriba al cruzar, para poder ver a este lindo gatito… 😉
La puerta Sakashitamon es el inicio de un tramo de escaleras que nos llevaría al mausoleo de Tokugawa Ieyasu, ya sabéis, el shogun responsable del inicio de la construcción de este santuario.
Hay un buen tramo de escaleras y había, como en todo el recinto, muchísima gente.
Al llegar arriba, nos encontramos ya con el Mausoleo que, a diferencia de las otras construcciones de santuario, todas muy brillantes y coloridas, es muchísimo más austero y simple:
Volvimos a bajar el tramo de escaleras una vez que visitamos el mausoleo y nos dirigimos ya de nuevo a la entrada del santuario, ya para salir y seguir con nuestro recorrido.
Sin embargo, antes de irnos quisimos dejar un recuerdo nuestro en este lugar que tanto nos había gustado. Para ello, compramos una tablilla ema, que escribimos con nuestro deseo y dejamos colgada en un lugar habilitado para ello.
Nos fuimos del Toshogu con un muy buen sabor de boca, pero también con la pena de no haber llegado antes y poder disfrutarlo -quizás- con menos gente. Pero bueno, como os decía al inicio de este post, creemos que en un futuro viaje a Japón, vamos a reservar unos días para esta zona de Nikko. 😉
Era ya la hora de comer y aquí sí que teníamos claro a dónde íbamos a ir, porque nos lo habían recomendado muchisísimo.
Pero antes, y aprovechando que nos pillaba de camino, paramos en el lugar probablemente más conocido de Nikko: el Puente Shinkyo. Literalmente «Puente Sagrado», está considerado como uno de los 3 puentes más bellos de todo Japón.
El puente actual data del año 1636, aunque el original no se tiene muy claro. Hasta 1973 el paso de público por él estaba prohibido, aunque ahora está abierto al tráfico peatonal, si bien hay que pagar una especie de entrada, si no recuerdo mal.
¿Verdad que es bonito? Nosotros, como veis, no podíamos dejar de sacarle fotos… 🙂
A menos de 5 minutos del puente, en dirección a la estación, está el restaurante donde íbamos a comer ese día: «Hippari-Dako». Fijaos en los carteles en español que tienen en la entrada…
Es súper chiquitín, pero cuando nosotros llegamos tuvimos la suerte de que no había nadie (quizás era un poco tarde ya). Nos atendió una señora muy amable que no paraba de sonreír y que nos recomendó el plato típico que, cómo no, pedimos los dos: yakitori y yakisoba…
Tal y como reza el cartel de la entrada, la comida estaba deliciosa. De las más ricas que comimos en este viaje, así que recomendamos mucho este lugar. Además, mientras esperábamos por nuestros platos, nos entretuvimos mirando las paredes que estaban repletas de post-its con mensajes de todos los que se han pasado por el restaurante. En las mesas ya te dejan preparados los papeles y varios bolis, para que hagas el tuyo y lo pongas en su «muro», cosa que no dudamos en hacer, por supuesto.
Salimos de comer bastante más tarde de lo que suele ser habitual en nosotros, así que solo nos daba tiempo a dar un breve paseo camino de la estación, parando en alguna que otra tienda que nos gustaba, ya que teníamos el tren hacia Sendai a las 17:30.
Tomamos la JR Nikko Line hasta Utsunomiya y, desde allí, un shinkansen que nos dejó ya en Sendai. En total, unas 2 horas y media de viaje; llegamos sobre las 8 de la tarde a nuestro destino para las siguientes dos noches.
El hotel que escogimos en Sendai era el «ANA Holiday Inn Sendai», a unos 500 metros de la estación, muy a mano para lo que queríamos, puesto que la ciudad no teníamos pensando visitarla, ya que solo era el tránsito para la visita del día siguiente.
Dejamos nuestras cosas en la habitación y volvimos sobre nuestros pasos de nuevo a la estación, en la que le habíamos echado ya el ojo a un lugar donde cenar. Allí nos tomamos un par de hamburguesas y de nuevo al hotel, sin parar en ningún otro sitio -lo cierto es que ya estaba casi todo cerrado a esas horas-. Nos íbamos ya a descansar, porque al día siguiente íbamos a conocer un lugar que está considerado como uno de los tres paisajes más bellos de Japón. ¿Sabéis cuál es? 😉