Sábado, 17 de Junio de 2017.
¡Primera noche que dormí del tirón después de unos cuantos días! ¡Vivaaaa! Entre el descanso de ayer por la tarde en el hotel y la noche tan buena que había pasado, me levanté con fuerzas renovadas. Y con mucho más ánimo de continuar con el viaje.
Nos arreglamos y bajamos a tomar el desayuno, que estaba incluido. A pesar de que mi estómago ya me pedía comer «normal» me contuve y solamente me tomé una tostada y una manzanilla, no fuese a ser que empeorase y, entonces sí, todos nuestros planes para la semana que nos quedaba por delante se fueran al garete; una pena, porque el buffet estaba realmente bien, con mucho donde elegir.
Tras finalizar y recoger nuestras cosas, nos pusimos rumbo a un lugar que no teníamos previsto para nada, pero que gracias al obligado cambio de planes que habíamos tenido que hacer, pudimos conocer. Y digo «gracias» porque la visita fue todo un descubrimiento y a día de hoy nos alegramos un montón de haberla hecho. Se trata de la ciudad de Windsor y, más concretamente, lo que queríamos ver era el Castillo de Windsor.
Y es que durante la tarde de ayer habíamos estado explorando un poco por Google Maps y el castillo se nos presentó como una posibilidad, cuanto menos, interesante.
Windsor se sitúa a unos 40 kilómetros de Reading y, esta vez sin necesidad de hacer ninguna parada, en una media hora llegamos allí. No habíamos madrugado para nada, así que a nuestra llegada la cantidad de gente era bastante importante… ¡y nos costó un montón aparcar! Dimos bastantes vueltas por la ciudad hasta dar con un lugar donde poder dejar el coche; concretamente lo dejamos en un parking cubierto, el «King Edward Court Car Park».
Una vez nuestro «bólido» estaba a buen recaudo, nos dirigimos directamente a sacar las entradas para entrar al Castillo. Y cuando llegamos allí… ¡el alma se nos cayó a los pies! ¡La cola era infinita! Habíamos intentado sacar los tickets por internet, pero no sé por qué no nos había dejado; y ahora lo intentábamos de nuevo, pero nada, no había manera.
Yo no quería irme sin entrar al Castillo así que preguntamos a uno de los vigilantes de la cola (que estaba al final de la misma) cuánto tiempo se estimaba que durase la espera y nos dijo que alrededor de una hora… ¡madre mía! Sergio me dejó decidir a mí qué hacer y, como prisa no teníamos y eran más las ganas de la visita que la pereza de la espera, pues nos pusimos a hacer cola.
Hacía un sol de justicia, así que nos aprovisionamos con una botella de agua fresquita y nos pusimos a la cola; lo bueno es que tiraba un poquito de brisa, con lo que el calor no se hacía agobiante.
Los primeros 20 minutos de espera se hicieron eternos… ¡hasta hubo un momento en que me entraron ganas de irme! Pero bueno, la espera tuvo su recompensa y al cabo de ese tiempo, parece que le dieron caña a la cola y fuimos mucho más rápido. Ni siquiera tardamos la hora que nos había comentado el vigilante.
Una vez dentro del centro de información al visitante, sacamos nuestras entradas (£20.50 cada uno… sí no es nada barato) y ya pudimos acceder al complejo del Castillo.
En el precio de la entrada está incluida una audio guía bastante interesante que te guía por los distintos lugares que pueden visitarse a lo largo de los 26 acres que ocupa todo el complejo.
El Castillo de Windsor es el castillo ocupado más grande y antiguo del mundo, y una de las residencias oficiales de la Reina, quien pasa aquí la mayor parte de los fines de semana privados, así como un mes -de Marzo a Abril- y una semana en Junio, cuando acude a las carreras de Ascot y al servicio de la Orden de la Jarretera. Se sabe cuándo su Majestad está en Windsor porque en la Torre Redonda ondea la bandera. Y adivinad qué…
¡La Reina estaba en Windsor! Lástima no habernos dado cuenta… quizás nos habría invitado al afternoon tea… ¡Jajajaja!
Por cierto, la Torre se abre para las visitas de Agosto a Septiembre, por si a alguno os interesa.
Siguiendo las indicaciones de la audio guía, nos dirigimos a la Capilla de San Jorge, uno de los lugares más bonitos, para mí, de todo el castillo. Está considerada como uno de los ejemplos de la arquitectura gótica inglesa y en ella se encuentran las tumbas de 10 monarcas, entre ellos Enrique VIII con su tercera esposa Jane Seymour y Carlos I; también pudimos ver la tumba de la conocida Reina Madre, madre de Isabel II.
Es, además, el hogar espiritual de la Orden de la Jarretera, la orden superior de caballería británica establecida en 1348 por Eduardo III.
La visita a la Capilla nos llevó un buen rato, porque verdaderamente merece la pena fijarse en los detalles y detenerse a escuchar las explicaciones que de cada lugar va dando la guía.
En el interior no está permitido sacar fotos, dicho sea de paso.
Cuando salimos de allí nos paramos a «bichear» un poco en alguna de las muchas tiendas que hay a lo largo de todo el castillo y aprovechamos para tomarnos un tentempié y sentarnos un rato a la sombra a descansar.
Tras un pequeño respiro continuamos con la visita, esta vez dirigiéndonos a una de las más destacadas de todo el complejo: La Casa de Muñecas de la Reina María. Se trata de la casa de muñecas más grande del mundo y fue construida por un arquitecto inglés para la Reina María entre 1921 y 1924. Es una réplica perfecta en miniatura de una casa de la aristocracia inglesa.
La casa está llena de miles de objetos en una escala diminuta de 1:12. Desde la vida que se llevaba en la parte de abajo de la casa, y que era el lugar de los criados, al salón y el comedor de la alta sociedad británica, todo está representado al más mínimo detalle. Es más, la casa tiene electricidad, agua caliente y fría, ascensores y lavabos cuyas cisternas funcionan. ¡Es simplemente MARAVILLOSA! ¡Qué niña no sueña con una casa así para jugar! Jeje…
Como os podréis imaginar, no se pueden hacer fotos de la casa, así que si a alguno os pica la curiosidad, aquí os dejo un enlace para que veáis más sobre ella.
Por cierto, mientras esperábamos para entrar en la sala donde está la Casa de Muñecas, pudimos ver a lo lejos un poquito de un partido de cricket un deporte típicamente inglés que, a día de hoy, sigo sin entender… xD
Nos dirigimos ahora a las espléndidas Salas de Estado, opulentamente decoradas con una variedad de las más destacadas creaciones artísticas de la Colección Real, que incluyen pinturas de Rembrandt, Rubens o Canaletto, entre otros.
Un dato curioso acerca de esta parte del Castillo que, algunos recordaréis, fue devastado por un gran incendio en el año 1992. Pues para combatir las llamas de éste se usaron cuatro mil galones de agua por minuto, el equivalente al peso de las Cataratas del Niágara cayendo sobre el castillo durante dos segundos. ¡Alucinante!
Hoy en día, estas salas son utilizadas por la Familia Real para organizar eventos de las distintas organizaciones de las que son patronos.
Esta fue nuestra última visita, aunque antes de salir también pudimos ver la zona privada del castillo, es decir, donde se hospeda la Familia Real o sus invitados cuando están en Windsor. Está vallada con una gran verja, pero puede verse un poquito del exterior:
Tras una hacer alguna compra antes de salir del complejo, nos fuimos a comer, que ya eran casi las 3 de la tarde y el hambre apretaba. A esa hora tan tardía teníamos miedo de no encontrar nada, pero no hubo problema porque prácticamente todos los restaurantes estaban abiertos. Nos decantamos por un italiano donde yo pude comer un poco de pasta con tomate (a pesar de que mi estómago ya estaba bastante bien no quería forzar…) y Sergio una lasagna muy rica.
Tras el almuerzo, dimos una vuelta por la zona de Windsor Royal Shopping, repleta de tiendas y más tiendas, centros comerciales, bares… ¡una locura!
Y por los alrededores del Castillo, donde pudimos ver este edificio -que alberga una tienda- que nos llamó la atención. A ver si os dais cuenta por qué… 😉
Volvimos a por el coche y pusimos rumbo a Reading. Eran ya como las 6 de la tarde y queríamos llegar para cenar de nuevo por el centro: repetiríamos nuestro querido «Pret a Manger».
El día, a pesar de no llevarlo preparado ni pensado mucho, nos había salido redondo y, siendo positivos, mi enfermedad nos había hecho perdernos sitios, sí, pero nos había dado la oportunidad de conocer Windsor, que nos encantó y no descartaríamos volver a visitarlo.
Mañana toca magia… ¡ya os contaré!