En el post anterior os prometí una entrada especial sobre mi “transformación” en maiko, y como lo prometido es deuda, aquí os contaré un poco cómo fue el paso de Lidia a Maiko-san…
Desde incluso antes de saber a ciencia cierta que nos íbamos a Japón, yo ya tenía claro que el día que hiciésemos este viaje, quería vivir la experiencia de convertirme en una maiko durante unas horas, así que ya me había encargado de investigar en diversas webs, foros y blogs al respecto y finalmente decidí hacerlo con la empresa “Maiko Transformation Studio Shiki». Con tan buena suerte que, a principios de año, vi que tenían una promoción de año nuevo en la que cualquiera de los planes que escogieses, te salía a mitad de precio. Sin pensármelo mucho más, decidí hacer la reserva.
Pero antes de comenzar a contaros cómo fue esa mañana, me gustaría explicar para quien no lo sepa -aunque quizás tampoco haga mucha falta- lo que es una maiko. Se trata, en pocas palabras, de una aprendiz de geisha. Sin embargo, las diferencias entre ambas son bastante notables, aunque para muchos de nosotros, apenas si lograríamos distinguirlas si viésemos a ambas juntas. A grandes rasgos, digamos que las diferencias van desde la forma de vestir (los kimonos de las maikos son mucho más llamativos que los de las geishas), el peinado (normalmente las maikos tienen su pelo natural, mientras que las geishas suelen llevar peluca) y los adornos que llevan en él o el maquillaje que lleva cada una.
De todos modos, y aún después de haber leído al respecto de las diferencias entre ambas, a día de hoy no sabría decir si las que vimos en Gion durante nuestros paseos por el barrio, eran maikos o geishas. Jeje…
En fin, como antes os contaba, la reserva en “Studio Shiki” la hice ya a primeros de año. Hay que rellenar un formulario con tus datos y el plan que quieres hacer y en 24-48 horas te contestan con la confirmación. Todo muy rápido, muy claro, y sin realizar ningún tipo de pago previo.
El plan que yo escogí fue el “Strolling Plan”. En él se incluyen 6 fotos de estudio, que te dan además en un CD, y te permiten 45 minutos de tiempo libre en la calle para que puedas pasear por el barrio. Aún así, una vez allí, también te dan la posibilidad de cambiar (siempre que no afecte al resto de reservas que tengan) y/o de ampliar tu propio plan.
Como os contaba en el post anterior, mi reserva era a las 9 de la mañana, así que llegamos puntuales y con ganas de vivir la experiencia. Especialmente yo… jiji…
Así era yo a la entrada pero…. ¿cómo salí?
Pero no nos adelantemos, vamos pasito a paso.
Una vez hicimos todos los trámites en recepción: confirmar el nombre, el plan escogido, los “upgrades” que hicimos (una foto extra, por ejemplo) y algún que otro detalle, llegó la hora de que Sergio se fuese y yo me quedase en manos de aquellas chicas sumamente amables y que, como siempre sin hablar apenas inglés, me trataron genial y con gran cuidado.
El primer paso fue cambiarme de ropa y dejar todas las pertenencias en una taquilla. Me dieron un pequeño cestito con la llave, una bata, una hoja con las instrucciones sobre cómo ponerme ésta y qué hacer una vez acabase y los calcetines que tuve que ponerme (te los dan allí en el momento y cuestan ¥300).
Al finalizar, me dirigí a una sala de espera que había un piso más abajo y allí, al poco rato, vino una chica que fue la encargada del maquillaje. El primer paso para mi transformación…
En primer lugar me recogieron bien todo el pelo hacia atrás y me pusieron en la cara una especie de aceite que, a pesar de lo que pueda parecer, no deja la piel nada grasa. Luego, la famosa crema blanca que distingue a todas las geishas y aprendices, y que aplican con un pincel; es una sensación muy rara porque, a pesar de que parezca que están como “pintando una puerta”, en la cara no se nota pesadez ni nada de eso. Después de la crema, y para evitar brillos, con una gran borla y apretando fuerte por toda la cara, nuca y cuello, los polvos de arroz. Una vez con la base ya bien echada, pasaron a pintarme los ojos, pestañas (ofrecían ponerlas postizas, pero decliné la oferta y decidí “quedarme con las mías”) y retocar alguna parte de la cara con una especie de colorete más rosado. Por último, los labios: de un rojo muy intenso.
Dentro de ese apartado del maquillaje, me gustaría hablaros de una característica que seguro muchos conocéis: la zona –en forma de W- de la nuca que se deja sin pintar. Y es que, para los japoneses, la nuca es una de las zonas más erógenas del cuerpo femenino y dejar esta zona sin pintar, no sólo aumenta la sensualidad de la mujer sino que también le da cierto aire de misterio a la “mujer real” que hay debajo del maquillaje tan blanco.
Una vez terminado el maquillaje, el siguiente paso es la peluca. En este estudio, hay dos opciones: bien usar una peluca entera, o bien utilizar parte de tu propio pelo y añadirle, digamos, “media peluca”. Yo escogí la primera opción, así que pasé a otra sala con espejos enormes y un armario llenísimo de postizos. La mujer que me atendió esta vez, una señora algo mayor que el resto de las chicas, probó varias y hasta que no quedó conforme y le gustó el resultado no paró. Mi peluca, como luego podréis observar claramente en una de las fotos, llevaba muchos kanzashi, palabra japonesa para los adornos.
Como os decía al inicio del post, una de las diferencias entre maikos y geishas es el peinado y, al igual que ocurre con los kimonos, las maikos son más ostentosas que las geishas también en este caso. De ahí que los kanzashi de las maikos sean mucho más numerosos y elaborados que en el caso de las geishas, que normalmente solo adornan su pelo con un peine situado en la base del moño y con un adorno de aguja.
Una vez maquillada y peinada… el momento más difícil para mí: ¡escoger kimono! Y es que no podéis haceros una idea de la cantidad enoooorme que tenían para elegir; una pared repleta, de lado a lado, con kimonos a cual más maravilloso. Estuve un buen rato mirándolos casi todos, no sabía por cuál decidirme y, al final, como ya me daba vergüenza de todo el tiempo que llevaba allí, me decidí por uno de un bonito color rojo.
Pasé a otra sala con una chica que fue la encargada de ponerme el kimono y todas las “capas” que van por dentro. Ya ni recuerdo cuántas fueron, pero creo que perdí la cuenta después de la cuarta… Lo que sí notaba era que me iba faltando la respiración cada vez más. ¡Jajaja! ¡Menos mal que ese día no hacía demasiado calor!
Siento no poder ser más precisa en cuanto a la vestimenta, pero me pusieron tantas cosas debajo del kimono exterior, que no sabría explicároslas todas.
La misma chica, viendo el kimono que yo había escogido, se encargó de buscar dos opciones para el obi, es decir, el cinturón. Éste, por cierto, es otro aspecto a tener en cuenta en la distinción de maikos y geishas. Las primeras llevan obis muy largos (de unos 6 metros), cuyo lazo va desde casi la nuca hasta el suelo, y en su parte delantera cubre casi todo el pecho y parte del estómago; las de las geishas, por el contrario, son más estrechos y cortos y se atan de distinta forma.
Mi obi, como correspondería a una maiko, era de un color y diseño muy llamativos y contrataba claramente con mi kimono rojo:
Pues nada: ¡ya estaba lista! Ahora solo tocaba hacer las fotos de estudio. En ese momento, cuando me estaban llevando ya a la zona de las fotos (y nótese que digo “me estaban llevando” porque no sabéis al principio lo que cuesta caminar con todo…) llegó Sergio y cuando me vio… ¡se quedó flipado! ¡Tendríais que haber visto su cara! Dice que, si no llega a saber que iba a ser yo, no me habría reconocido. ¡Jajajaja!
Me hicieron unas cuantas fotos sobre un fondo blanco, en distintas poses. Aquí os muestro, ahora ya sí, algunas de ellas…
Después de salir del estudio, se acercó a nosotros una de las fotógrafas con otra chica más jovencita (parecía una niña) que también llevaba una cámara y nos preguntó si nos importaría que esta última me hiciese alguna más, que estaba empezando a trabajar y necesitaba practicar. ¡Pues claro! ¡Cómo no! Yo encantada. La chica/niña era un cielo y estuvo pendiente de mí en todo momento; se le notaba muy nerviosa, pero mirad el pedazo de foto que me hizo:
Al final resultó ser una de las que más me gustaron. Y, no os lo perdáis, ¡la foto al final, nos la regaló la misma chica! Todo un detallazo.
Llegó la hora de salir a la calle y, claro está, descalza no iba a hacerlo. Así que tuve que ponerme unas okobo, las sandalias de madera típicas de las maiko. ¡Madre de dios, no sabéis lo que cuesta caminar con ellas! Y ya no os digo bajar alguna cuesta… ¡tenía que agarrarme a Sergio para no caerme!
La verdad que lo de salir a la calle, que a esas horas estaba llena de gente, vestida así… ¡me convertí en una estrella en un segundo! Jajajaja…. No os podéis imaginar la cantidad de fotos que me hice con la gente que me lo pedía. ¡Me sentía una estrella del rock! Al principio me daba mucha vergüenza, pero luego ya me lo tomé a risa y me lo pasé pipa. Creo que nunca he sido tan popular en mi vida. ¡Jajaja!
Pero, por supuesto, la persona con la que más me gustó hacerme la foto fue con…
Después de estar como unos 25-30 minutos por la calle, paseando, haciendo fotos y disfrutando de mi recién estrenada y efímera fama, la peluca ya empezaba a pesarme demasiado, me daba mucho calor y me estaba empezando a marear de toda la ropa que llevaba, así que decidimos volver al estudio.
Mientras Sergio volvía a esperar un ratito en la recepción, a mí me ayudaron a desvestirme –lo cual llevó también su tiempo- y luego subí de nuevo a desmaquillarme (en el baño tienes todo lo que puedas necesitar) para volver a ser yo misma… jeje…
Mientras estaba quitándome el maquillaje, había dos chicas holandesas que estaban esperando a vestirse y me preguntaron cómo había sido al experiencia. No encontré una palabra que mejor se ajustase en ese momento que MARAVILLOSA.
Y es que, si ya iba con ilusión para vivir esta experiencia, el resultado superó todas las expectativas. Chicas, si vais a viajar a Japón y tenéis la oportunidad de hacerlo, os recomiendo 100% que viváis algo así. Yo no me arrepiento de haberlo hecho y, es más, no me importaría repetirlo…