Viernes, 29 de mayo de 2015.
Con muchas ganas, hoy nos volvimos a levantar prontito pensando en que íbamos a ver algo maravilloso, el gran icono de Japón: el Monte Fuji. Lástima que no fue así… pero voy pasito a paso.
A la hora de organizar este día durante los preparativos del viaje, dudamos muchísimo en cómo hacerlo. En un primer momento, habíamos pensado en ir por libre, pero consideramos que para ello quizás hubiesen hecho falta más días para pasarlos por la zona (Hakone, por ejemplo). Así que finalmente optamos por ponernos en contacto con “Viajes Callejeando por el Mundo” y reservar con ellos una excursión de un día.
Por regla general, no solemos hacer este tipo de excursiones, pero pensamos que hay ocasiones que es la mejor opción. Y en esta ocasión, así lo creímos. A día de hoy, si volvemos de nuevo a Japón (que creo y espero que así sea), lo organizaremos de modo que pasemos más días por los alrededores y podamos disfrutarlo de otra forma.
El punto de encuentro para la salida del tour, era en el “Dai-chi Hotel Tokyo”, desde donde cogeríamos el autobús que se convertiría en nuestro medio de transporte para ese día.
Éramos un número bastante elevado de personas para hacer esta excursión, pero había unas tres o cuatro guías, así que nos dividieron en varios grupos. A nosotros nos tocó una chica que se llamaba Kana-san , que se portó genial durante todo el día, con explicaciones muy amenas durante todo el trayecto; además, también nos enseñó varias cosas en japonés que luego nos resultaron muy útiles. Jeje…
Una vez organizados nos pusimos en marcha a eso de las 09:15 de la mañana.
Según íbamos dejando Tokio atrás, el día empezaba a nublarse… uy, uy, uy… esto no pintaba nada bien… En fin, seguro que mejoraría. Días atrás, nos habíamos levantado con muchas nubes y a lo largo del día iba abriendo y saliendo el sol. ¡Que no cunda el pánico!
Llegamos a nuestra primera visita, el Fuji Visitor Center, a eso de las 10:40 de la mañana. En este centro de visitantes hay un mostrador de información que facilita todos los datos sobre la escalada al Monte, las condiciones meteorológicas, así como también las diversas atracciones turísticas de la región en general. Además, podemos ver un pequeño museo donde ponen una película sobre la formación del Monte Fuji y su historia.
El tiempo que nos dieron para estar allí fue mínimo (una de las peores cosas de este tipo de tours), así que mayormente lo aprovechamos para ir al baño.
Y al salir… ¡el peor de los encuentros! La lluvia. Había empezado flojita, tipo “orbayu”, como decimos por Asturias; pero a medida que íbamos subiendo iba intensificándose, de manera que cuando llegamos a lo que iba a ser la segunda parada del día, la Quinta Estación, se había convertido en un aguacero que hacía imposible ver prácticamente nada:
El desánimo comenzó a embargarnos. No habíamos podido ver el Monte Fuji y dudábamos si lo veríamos a lo largo del día. ¡Mira que era mala suerte! El ÚNICO día que llovió durante toooodo el viaje, tuvo que ser este. Increíblemente triste…
En la media hora que nos dieron antes de seguir la ruta, como no era plan de andar paseando por la calle de lo que llovía (menos mal que nos había dado por llevarnos los chubasqueros), nos acercamos a las distintas tiendas que hay por allí, las cuales, cómo no, estaban tan llenísimas de gente, que apenas si se podía caminar.
Total, que decidimos mojarnos un poquito más y acercarnos a otro punto donde nos dieron información sobre el “protocolo” para ascender al Monte: época de apertura, consejos para la ascensión, información de alojamiento… En fin, que al menos nos sirvió para proveernos de buenos folletos para nuestra siguiente visita. No hay mal que por bien no venga, ¿no?
¡Ah bueno! Antes de irnos, también hicimos algo que Kana-san nos había comentado y que, dicen, trae buena suerte: nos “auto-enviamos” una postal del Monte desde la pequeña estafeta de correos que hay en la Estación. Trae buena suerte, siempre que la recibas, claro está… jeje…
Escogimos una muy chula, con el sol poniéndose sobre la cima del Fuji. Hay tantas fotos preciosas de este lugar, que uno pierde el gusto a la hora de escoger, pero esta en particular, nos pareció maravillosa. ¡Lo que hubiésemos dado por poder verlo así!
Por cierto, y por si os lo estáis preguntando, la postal llegó. ¡Vaya si llegó! ¡Antes incluso que nosotros! ¿Hará la buena suerte que podamos ver el Fuji en alguna otra ocasión? Estamos seguros de que sí.
Tras la visita a la Quinta Estación, emprendimos el descenso a lo que sería el lugar donde íbamos a tomar el almuerzo: un hotel de Hakone (me vais a disculpar que no recuerde el nombre; ese día, lo cierto es que no anoté demasiadas cosas en mi libreta porque estaba bastante desanimada).
En la excursión cabía la posibilidad de contratar el almuerzo, pero nosotros decidimos no hacerlo porque nos parecía que la diferencia en el precio era una barbaridad. Y acertamos de pleno: resulta que pudimos comer exactamente en el mismo lugar en el que comía la gente que lo llevaba reservado, pudimos pedir lo que nos dio la gana y más barato de lo que habría sido incluido en la excursión.
Tomamos cada uno un menú típico japonés, con su arroz, sopa miso (qué bien nos sentó después de la mojadura que habíamos pillado), tempura,… Bastante bueno todo, para tratarse de un sitio tan sumamente turístico. Pagamos por los dos menús ¥3160.
Después de casi una hora, volvimos a coger el bus para continuar con el tour. Eran más o menos las 2 y media cuando salimos del hotel.
Nuestro siguiente destino era el Lago Ashi, un lugar desde donde, en días claros –que no era el caso- hay unas vistas preciosas del Monte Fuji, el cual también se refleja en sus aguas.
El plan era navegar el lago en un barco pirata. Sí, sí, como lo leéis: ¡un barco pirata! Jeje…
A pesar de que hacía bastante viento y la sensación térmica era de bastantes grados menos de los que en realidad había, nos situamos en la cubierta, en la proa. ¡Y no llovía!
A pesar del frío, la nubles, la niebla y de seguir sin poder ver el Monte, las vistas merecieron mucho la pena:
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¡No imagino cómo hubiese sido en un día soleado!
Después de navegar por el lago durante una media hora, nos bajamos en la parada contraria a la que nos habíamos subido y volvimos a coger el autobús para lo que sería nuestra última visita del día y la última oportunidad para intentar ver el Fuji-San (así es como lo llaman, cariñosamente, los japoneses): el Teleférico de Hakone.
Cuando nos bajamos del bus, que nos dejó en la parte de arriba, y de la que bajábamos caminando a la entrada del teleférico, Kana-san comenzó a gritar “¡Mirad, mirad! ¡El Fuji!”. Fueron unos segundos, milésimas, diría yo. Las nubes se apartaron un poquito y pudimos atisbar aquello por lo que llevábamos esperando todo el día… Lástima que sólo fue eso: un atisbo lejano y cortísimo. Obviamente, ni tiempo para echar una foto…
Con la ilusión de que las nubes volvieran a concedernos nuestro deseo y se fueran otro poquito, nos subimos al teleférico –como siempre en estos casos, yo cagada de miedo-.
Pero la ilusión iba desvaneciéndose a medida de que ascendíamos. Cada vez estaba más nublado y, al llegar arriba del todo, ya era imposible ver nada. Así que como no hacíamos nada en la parte de arriba, volvimos a ponernos a la cola para volver a bajar en el siguiente turno.
Teníamos aún un poquito de tiempo antes de regresar al bus, así que estuvimos deambulando un poquito por una tienda que hay en la parte inferior del teleférico y haciendo alguna que otra compra.
Eran las 17:30 cuando pusimos rumbo de vuelta a Tokio, llegando allí unas dos horas después. Volvíamos un poco tristes, más que nada porque era una pena que el único día que “habíamos necesitado” un día de sol y claridad, había sido el peor –meteorológicamente hablando- de todo el viaje.
En fin, como ante eso nada pudimos hacer y siempre hay que ver el punto positivo de las cosas, a día de hoy pensamos que fue una primera toma de contacto con la región de Hakone, para poder volver a visitarla en algún otro momento.
¡Y podéis tener la certeza de que lo haremos!
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