Lunes, 18 de mayo de 2015.
Ese era el día en que nos trasladaríamos a una de las ciudades a las que más nos apetecía ir: Kioto. Habíamos leído tanto acerca de su gente, sus templos, las geishas… que teníamos muchas ganas de vernos allí.
Nos levantamos a las 9 de la mañana; no madrugamos mucho porque habíamos pasado bastante mala noche, seguramente debido al jet-lag. De todos modos, tampoco había prisa, puesto que no teníamos aún billetes de tren, así que la hora del traslado podía variar lo que nos apeteciese.
Nos preparamos, acabamos de recoger las maletas y bajamos para hacer el check-out. Desde la recepción del hotel nos llamaron un taxi, que nos llevaría hasta Osaka Station; al ir con las maletas, y como era necesario hacer varios transbordos si queríamos ir en metro, decidimos escoger esta opción que, si bien un poco más cara, tampoco nos pareció exagerada: ¥1160.
Una vez llegamos a la estación, comprobamos por un lado los horarios que aparecían en los paneles y, además, nuestra aplicación de Hyperdia . Esta herramienta es INDISPENSABLE para cualquier viaje a Japón. Se trata de un planificador de rutas en tren para todo el país; con ella, podemos escoger las estaciones de inicio y destino y ver horarios, transbordos, tiempos de viaje,… Como digo, imprescindible para el viaje.
Con toda la información y viendo la hora que era, decidimos coger el tren de las 12:12 pm. Como llevábamos las maletas, los billetes los cogimos con asientos asignados para no tener que ir de pie en caso de que hubiese mucha gente, y al no tener aún el JR Pass activo, los billetes tuvimos que comprarlos (nos costaron ¥3460 para los dos).
Teníamos tiempo de sobra, así que nos acercamos a una de las panaderías de la estación y compramos el desayuno: café, zumos, bollos y agua por ¥850. Nos lo comimos incluso antes de que llegase el tren.
Puntual, como todo en Japón (ya estábamos dándonos cuenta de esta característica que nos chifla del país), llegó nuestro transporte. Se trataba del tren Limited Express “Thunderbird 21” con destino final, Kanazawa.
Una cosa que vimos en el andén y que nos pareció de lo más útil, es que en el mismo suelo se muestran las numeraciones de los vagones correspondientes, dependiendo del tren que sea. Es decir, puedes encontrar el sitio exacto donde va a para tu vagón para que no tengas que andar corriendo de un lado a otro en busca de tu número. En el caso de que no tengas asientos reservados, también se muestra como “non-reserved seats”, y si vas en lo que sería la primera clase, “Green Class”. Organización y facilitación de las cosas: premisas niponas –entre otras- por excelencia.
El viaje fue súper cómodo. Pudimos poner las maletas atrás del todo del vagón sin molestar a nadie, y el sitio que hay entre tu asiento y los de delante es infinito. ¡Y eso que ni siquiera era un shinkansen (tren bala)! Un detalle en que nos fijamos – que veríamos en más ocasiones en los trenes japoneses- y que nos llamó muchísimo la atención es que tanto el revisor como la chica que pasa con el carrito de bebida y comida, cada vez que entran y salen de los vagones, se vuelven de cara a los pasajeros y hacen una reverencia. ¡Pero tanto en la parte delantera, donde se les puede ver, como en la parte trasera! ¡Increíble! Todo en este viaje nos estaba pareciendo así…
En 24 minutos justos, llegábamos a Kioto, antigua capital de Japón. Si en Osaka habíamos disfrutado de las luces de neón, el ruido, la modernidad… en Kioto íbamos a ser felices visitando sus templos llenos de historia y tradición, perdiéndonos por las callejuelas del barrio de las geishas por excelencia o ¡cómo no! también disfrutando de la modernidad de su estación. Creo que me enamoré de la ciudad nada más llegar.
Nada más bajarnos del tren, lo primero que hicimos fue dirigirnos al sitio de Información que hay en la zona exterior de los andenes para coger un mapa de la estación y situar la salida que teníamos que tomar para llegar a nuestro hotel: Hachijo West Exit. Una vez que la localizamos, solamente tuvimos que seguir los carteles; no hay pérdida a pesar de la multitud con la que te cruzas mientras caminas por la grandiosa estación.
Ya fuera de ésta, hicimos uso de otra de las aplicaciones que llevábamos desde España: “City Maps2Go”. Con ella pudimos descargar los mapas de las distintas ciudades y marcar en cada uno los puntos de interés que quisimos (hoteles, templos, jardines, restaurantes, estaciones de bus o de tren…); es una aplicación off-line, así que no necesitábamos conexión cada vez que teníamos que “echar mano de los mapas”.
Localizado el hotel, que está al sur de la estación, nos pusimos rumbo hacia allí a pie, ya que no se encuentra muy lejos. Durante el camino, de nuevo una nueva muestra de la amabilidad nipona: un señor que nos vio con el mapa en la mano, se acercó a nosotros para ver si podía ayudarnos. Sin hablar “ni papa” de inglés y nosotros muchísimo menos de japonés, logramos entendernos y asegurarnos que íbamos por buen camino para llegar a nuestro destino. Una tónica muy común a lo largo de todo el viaje: los japoneses se desviven por ayudarte y hacerse comprender, aún sin hablar el mismo idioma. ¡Nuevo punto para Japón!
En 10 minutos –incluso cargando con las maletas- llegamos a nuestro hotel. Buena señal que se encontrase tan cerca de la Kyoto Station. Se trata del “Green Rich Hotel Kyoto Eki Minami (South Station)”. Un hotel muy nuevo, tranquilo, con un personal de lo más agradable y, a pesar de que las habitaciones son chiquititas, se está genial. ¡Recomendado 100%!
En este hotel, habíamos hecho dos reservas distintas, ya que durante nuestra estancia en Kioto, una de las noches íbamos a pasarla en Miyajima, así que digamos “partíamos” en dos los días que nos quedábamos en el “Green Rich”.
Al hacer el check-in, que fue muy rápido y sin problemas (bueno, el típico de los nombres…jeje… y es que para los japoneses, pronunciar el de Sergio les resulta muy complicado) ya confirmamos también la segunda parte de la reserva y no nos pusieron ningún problema cuando preguntamos si durante ese día que no estaríamos en Kioto, podíamos dejar las maletas allí, en el hotel. ¡Pura amabilidad, como siempre! Por cierto, que en este caso y a pesar de no ser la hora “oficial” de entrada, sí que nos dejaron subir a nuestra habitación antes de tiempo. ¡Viva!
Después de ordenar un poquito las cosas, refrescarnos y mirar el plan que podíamos llevar a cabo para lo que quedaba del día, nos pusimos rumbo a lo que sería el primero de los muchos templos que visitamos en Kioto: Sanjusangen-do.
Para llegar hasta allí cogimos el autobús número 208, que paraba frente al hotel, y nos bajamos en la parada de Sanjusangen-do-mae (lleva el mismo nombre que el templo). No tiene pérdida.
En este momento fue cuando “pusimos en práctica” todo lo que habíamos leído sobre los buses en Kioto: se entra por la puerta trasera (al contrario que en España); para pagar el billete hay que introducir el importe exacto en las máquinas que hay al lado del conductor, de la que te bajas (por la puerta delantera); si no tienes dicho importe o suficientes monedas, hay máquina de cambio justo al lado de la otra; ¡ah! y algo que habíamos leído, que nos había parecido una exageración y que pudimos constatar que era cierto: el conductor saluda, uno a uno, a TODOS los viajeros según se bajan en su parada. ¡Casi nada!
Deciros que, para nosotros, el autobús es la mejor manera de moverse por Kioto. Si bien en alguna ocasión nos “perdimos” buscando alguna parada según en qué sitio estuviésemos, nos gustó mucho este medio de transporte en esta ciudad, cosa que no nos suele pasar en otros lugares.
Total, que en unos 10 minutos más o menos llegábamos a lo que iba a ser nuestro primer templo en Japón. La entrada para visitarlo cuesta ¥600 por persona.
El edificio principal del templo Sanjusangen-do es conocido por tratarse de la estructura de madera más grande de Japón, con 120 metros de largo y 18 de ancho.
Pero además, si por algo es famoso, es porque en él encontramos una de las maravillas artísticas de todo el país: las 1001 estatuas de Kannon-Bosatsu, la diosa budista de la misericordia, la diosa de los mil brazos. Esta sala principal fue construida en el año 1164 a petición del emperador Goshirakawa, un devoto de esta deidad. En el centro de la sala se encuentra la imagen principal de Kannon, con once caras y una altura de más de 3 metros; a ambos lados de ella, se sitúan otras 1001 estatuas. Una verdadera maravilla que nos dejó con la boca abierta nada más entrar. ¡Qué pena que dentro no se puedan sacar fotos! Justo al pie de las hileras de las esculturas se pueden ver también un grupo de otras 30 estatuas, un poco más grandes, que simbolizan los dioses del viento y del trueno; los 28 restantes, representan los espíritus que atienden a Kannon (belleza, sabiduría, prosperidad,…).
Estuvimos un buen rato contemplándolo todo, sin ser conscientes ni siquiera del tiempo que llevábamos allí. Al salir, antes de volver de nuevo a los jardines, hicimos una compra que, para mí, fue un tesoro durante todo el viaje y, por supuesto, a día de hoy lo sigue siendo y guardo como oro en paño: el libro de sellos.
Se trata de un librito que se abre en fuelle, en el que en cada templo que visitas, te ponen el sello correspondiente. Es un recuerdo fantástico de un viaje por Japón. Al mío aún le queda alguna página en blanco –pocas- , así que tendré que llevarlo en mi próximo viaje para terminar de llenarlo…
Por cierto, el libro me costó ¥1000 y cada sello, suelen ser ¥300. Creo recordar que en algún templo me costó ¥500, pero no puedo confirmaros en cuál exactamente.
Después de comprar el libro, poner el sello y dar una vuelta por la tienda donde compramos algún que otro recuerdo (¡pronto empezábamos!), salimos a echar un vistazo a los jardines y los alrededores. A esas horas no había demasiada gente y la paz que se respiraba allí era indescriptible.
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Dejamos el primer templo de nuestro viaje atrás con una sensación de paz inexplicable, y pensando que si todo iba a ser así de maravilloso, no querríamos volver nunca… 😀
Como no estaba demasiado lejos de allí y nos apetecía dar un paseo, decidimos ir caminando hasta la estación y buscar un sitio para comer por allí. En poco más de 20 minutos llegamos y esta vez, entramos por otra de las puertas, la que da al lado norte y es la “principal”, por llamarla de alguna manera. Allí es donde se encuentra la estación de autobuses y desde donde se tienen unas vistas muy chulas de la Kyoto Tower, una torre que alberga un observatorio a 100 metros de altura y en cuya base encontramos un hotel y varios comercios.
Entramos en la estación y bajamos a la planta de abajo, donde hay una zona denominada “Porta Dining” llenita de restaurantes. Allí es donde decidimos quedarnos a comer. Después de dar alguna que otra vuelta y mirar los escaparates de cada sitio repletos de réplicas en cera de sus platos, nos decantamos por el “KYK”, donde por ¥2890, tomamos uno de los menús al azar (puesto que la carta en inglés no era muy clara) y acertamos de pleno: tempuras variadas, sopa miso (mmmm… qué rica), arroz,… En fin, un menú típicamente japonés. Hay un detalle que a nosotros, que somos de beber agua durante la comida, nos viene de perlas: y es que en Japón, tanto el agua –no embotellada, claro está- como el té son gratis; de hecho, te lo suelen poner siempre sin ni siquiera pedirlo. Parece que no, pero puede constituir un buen ahorro a la hora de las bebidas…
Tras el gran atracón que nos pegamos, decidimos quedarnos por la zona de la estación e “investigar” un poco las tiendas, tanto las que están en esa misma planta, como los comercios que antes decíamos se encuentran en la base de la Kyoto Tower. Allí comenzamos nuestras primeras compras de comida japonesa… ¡madre mía! Y es que ¿quién se puede resistir a una amable señora que, a base de signos, sonrisas y palabras que no entendíamos, te da a probar unos dulces típicos de la ciudad que aún hoy en día recordamos como un manjar? ¡Pónganos una bolsa de cada! Jeje…
Y así se nos pasó la tarde entera, disfrutando de la gente sobre todo. Y es que en cualquier tienda en la que entrábamos, todo eran reverencias, sonrisas, esfuerzos por comprenderte y hacerse comprender… algo a lo que aquí, desgraciadamente, no estamos acostumbrados. Y no nos cansaremos de decirlo una y mil veces: lo mejor de Japón, su gente.
Estaba empezando a hacerse tarde y el cansancio comenzaba a aparecer –además del sueño- , así que decidimos comprar algo de cena para llevar al hotel y tomarla allí, tranquilamente y descansando. ¡Todavía quedaba tanto por disfrutar! Y no teníamos ni idea de que, cada día que pasase, la cosa iba a ir a mejor…
GASTOS DEL DÍA:
taxi del hotel a Osaka Station: ¥1160
billete de tren Osaka-Kioto: ¥3460
desayuno en Osaka Station: ¥850
bus al Templo Sanjusangen-do: ¥360
entrada al Templo Sanjusangen-do: ¥1200
comida en restaurante «KYK»: ¥2890
cena: ¥1405
TOTAL: ¥11325 (aprox. 83€)