Lunes, 01 de Junio de 2015.
Hoy sería nuestro último día completo en Japón. ¡Qué pena! Pero no íbamos a pensar en lo negativo: había que aprovecharlo a tope y teníamos muchos planes, así que nos puisimos en marcha ya a las 8 de la mañana.
Comenzaríamos el día en el barrio de Harajuku, una zona entre Shibuya y Shinjuku, punto de referencia para la moda y la cultura juvenil “extrema”.
Para llegar allí cogimos el metro (donde recargaríamos por última vez nuestras PASMOs) y fuimos hasta la parada de JR Harajuku, para luego ir caminando paralelos a la estación y llegar a Takeshita-dori. Se trata de una de las calles peatonales más famosas de Tokio, muy estrecha, de 400 metros de largo y donde podemos encontrar tiendas y boutiques de los más excéntricos estilos. Pero además de esas tiendas en Takeshita también encontramos la “Daiso Harajuku”, una tienda donde hay de todo, y muy barato; es una especie de “todo a 100” pero en plan guay. Echamos en ella un buen rato y gastamos unos cuantos yenes…
Cuando llegamos a Takeshita-dori aún era demasiado temprano y la mayor parte de las tiendas estaban cerradas, así que la recorrimos sin detenernos demasiado, hasta el parque Yoyogi, para acercarnos desde allí a visitar el Santuario Meiji.
Como ya sabéis las entradas a los santuarios japoneses están presididas por los torii, y en este caso, no es de color rojo, como la mayor parte de los que habíamos visto hasta entonces. Desde allí hasta la entrada propiamente dicha al Meiji, hay un agradable paseo por el parque, rodeados de árboles y flores.
El Meiji-jingu es un santuario shinto dedicado al emperador Meiji y su esposa la emperatriz Shoken, cuyas tumbas se encuentran en Kioto. Tras su fallecimiento, el pueblo deseaba conmemorar sus virtudes y venerarlos por siempre, así que se donaron cien mil árboles provenientes de todo Japón y se creó el bosque que rodea el santuario.
El Meiji es, además, muy popular para las celebraciones del Año Nuevo y para las bodas de estilo tradicional japonés. De hecho, en nuestra visita, pudimos ver un pabellón, como si se tratase de unas oficinas, donde la gente pedía información sobre la celebración de este tipo de eventos. Entramos a cotillear, pero nos miraban un poco raro (¿por qué sería? Jeje…), así que salimos pronto.
En nuestra visita también llevamos a cabo un “ritual” que no habíamos hecho hasta entonces en ninguno de los santuarios que visitamos: dejamos nuestra huella en él a través de un ema.
Los ema son tablillas pequeñas de madera en los que podemos escribir nuestras oraciones o deseos y dejarlos en el santuario, para que así los kami, o dioses sintoístas, nos los concedan. Cada cierto tiempo, las tablillas son quemadas para que los deseos les lleguen alto y claro a los dioses.
Escogimos un ema de entre los muchos estilos que había (¥500), nos acercamos a uno de los sitios donde tienen unas mesitas preparadas y allí escribimos nuestro deseo:
Para luego dejarla colgada entre muchísimas otras:
Al salir del Santuario Meiji, volvimos a Takeshita-dori, que ahora ya era un hervidero de gente; todas las tiendas ya estaban abiertas y se hacía complicado cruzarla, no como esa mañana, que se podía pasear sin tropezarte con nadie.
Nos entretuvimos un buen rato en las tiendas, haciendo alguna que otra compra y varias fotos.
Se aproximaba ya la hora de comer y decidimos ponernos a buscar un lugar muy conocido y recomendado en todas las páginas y foros que consultamos durante la preparación del viaje, en el cual se dice que hacen las mejores gyozas de la zona. El problema: no sabíamos el nombre. Aún así, y a pesar de lo que pueda parecer, pudimos encontrarlo con bastante facilidad; solamente tuvimos que buscar en Google “gyozas Harajuku” y… ¡sorpresa!
A día de hoy, y si me preguntáis, no tengo ni idea del nombre del restaurante. Pero sí os digo: 100% recomendable. No habíamos comido unas gyozas tan riquísimas en la vida.
Las pedimos de varios tipos, a cual más sabrosa, junto con sopa miso y arroz. Y cuando os diga lo que pagamos… os entrará la risa… ¡¥750! Menos de 6€ por un almuerzo exquisito. ¿Os lo podéis creer?
Después de comer nos fuimos a hacer un poco de shopping por una de las calles más comerciales de Harajuku, Omotesando. Se trata de una avenida donde se localizan las marcas más caras del mundo: Chanel, Dior, Bvlgari… Obviamente, nuestras compras no fueron en estos sitios… jeje…
Nosotros nos conformamos con visitar una de las tiendas de juguetes más conocidas: “Kyddy Land”. Cinco pisos de tienda donde podemos encontrar una selección de juguetes de lo más variado: desde peluches de “Snoopy” o “Totoro”, hasta figuritas de coleccionista de “Star Wars”, pasando por juegos de mesa, coches, muñecas… En fin, un paraíso par los niños. ¡Y no tan niños!
Unos metros más arriba de “Kiddy Land”, se encuentra el “Oriental Bazaar”, una de las tiendas de souvenirs más grandes de Tokio y muy popular para ir en busca de regalos típicos japoneses. Aquí me compré yo mi kimono… 🙂
Aparte de souvenirs baratos, tienen también en la tercera planta una zona dedicada a los muebles antiguos. ¡Una verdadera maravilla! Eso sí, aquí los precios ya se incrementan de manera considerable.
Con unas cuantas bolsas más en la mano y unos cuantos yenes menos en el bolsillo, decidimos ir a dejar todas las compras en el hotel y cambiar de zona para ir a visitar otros puntos que nos quedaban en el tintero. Pero antes, habíamos visto en una de las esquinas de Takeshita-dori un puesto muy….”interesante” de crèpes y decidimos ir hasta allí para darnos nuestro capricho dulce del día. El lugar se llama “Angel Crèpes” y cuando llegamos, había tal cantidad de gente, que tuvimos que esperar un buen rato para que nos atendieran. Mejor, porque así nos dio tiempo a decidirnos por cuál queríamos; es tanta la variedad, que acabas perdiendo el gusto y no sabiendo qué escoger. Al final nos decidimos por uno (que compartimos, lógicamente porque vimos que eran gigantescos) que llevaba nata, chocolate, helado… y no sé cuántas otras cosas más. ¡Como el kiko, nos pusimos! Y pagamos, si no recuerdo mal (que no lo anoté) ¥520.
Fuimos comiéndonos el postre de camino a la estación de metro para, como os decía, volver al hotel donde dejamos todas las bolsas y para, posteriormente, volver a poner rumbo a lo que serían nuestras últimas visitas del viaje.
El primer destino era el Templo Sengaku-ji, donde se encuentran las tumbas de los 47 Ronin. Para quien no sepa la historia –o leyenda-, aquí os la cuento de forma resumida:
“En marzo de 1701, el señor Asano Takuminodami de Ako (actual prefectura de Hyogo), provocado y tratado con arrogancia, atacó al señor Kira Hozukenosuke en el castillo de Edo. El mismo día, Asano fue condenado a cometer seppuku (ritual suicida) mientras que Kira no fue castigado, a pesar de la costumbre de penar a ambas partes en este tipo de incidentes. Además, toda la familia Asano fue relevada del poder, dejando a los samurái de Asano sin señor y, por tanto, convirtiéndolos en ronin.
Durante más de un año y medio, los samurái prepararon la venganza de su maestro injustamente castigado, hasta que el 14 de diciembre de 1702, el grupo de los 47 ronin, bajo su líder Oishi Kuranosuke, finalmente lograron vengar a su señor matando al señor Kira. Llevaron la cabeza de éste al Sengaku-ji, lugar donde la enterraron y donde fueron sentenciados por las autoridades a realizarse el seppuku”.
Para llegar al templo fuimos dando un paseo de unos 15 minutos desde la estación de Shinagawa, a la que llegamos con la línea Yamanote.
Cuando llegamos el edificio principal del templo estaba cerrado (creo recordar que cierran a las 5 de la tarde), aunque sí pudimos entrar igualmente en el complejo.
Y lo mejor, y más ganas teníamos, ver las tumbas de los 47 ronin:
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Aquí, además de seguir estando enterrados los 47, a día de hoy se siguen dejando las cenizas de los descendientes de estos.
La visita la hicimos completamente solos, imagino que debido a la hora que era, lo cual hizo que fuera especialmente bonita, a pesar de no haber podido entrar en el edificio principal.
Después de dar un breve paseo por los alrededores (no hay mucho que ver, la verdad) nos fuimos a la estación de metro de Sengaku-ji, que está muy cerquita del templo, y cogimos la Línea Asakusa que, en 2 paradas, nos dejó en Hamamatsucho. Desde allí, y dando otro paseín de unos 20 minutos, llegamos a nuestra última visita del día: la Tokyo Tower.
Sobran los comentarios en lo que su aspecto se refiere, ¿no? Mmm… ¿algún otro lugar que se le parezca? Jeje…
Con sus casi 333 metros de altura, es más alta que su “hermana francesa”, pero pesa muchísimas toneladas menos que ésta. El motivo de sus colores, rojo y blanco, tienen que ver con las regulaciones de aviación. Su construcción fue terminada el 14 de octubre de 1958 y fue abierta al público el 7 de diciembre del mismo año. La principal función es la de actuar como antena para señales analógicas aunque, además, se trata de una de las principales atracciones turísticas de Tokio.
Queríamos esperar a ver el atardecer desde la torre, así que antes de sacar las entradas (no había demasiadas colas), nos dimos un paseo por los alrededores. ¿Y con quién nos encontramos? Pues con los “Noppon Brothers”, las mascotas de la torre. Son… ni idea de qué son, la verdad. ¿Qué os parecen a vosotros?
Cuando empezaba a atardecer, entramos a comprar las entradas solamente para el Observatorio Principal, que se sitúa a 150 metros de altura; sin embargo, si queréis subir más alto, hay otro nivel, el Observatorio Especial, que está 100 metros por encima del primero.
Como unos días antes ya habíamos subido al SkyTree, decidimos quedarnos simplemente en el primero. Pagamos por las dos entradas ¥1800; en caso de querer subir al nivel superior, habría que sumar ¥700 por persona.
El nivel inferior se divide en dos pisos. En el primero, hay un café y un bar con música en directo algunos días, además de una zona con el suelo de cristal –como ocurría en el SkyTree-; en el segundo, una tienda de regalos y un pequeño santuario.
Paseamos por todos estos lugares mientras veíamos ponerse el sol de nuevo desde una perspectiva inigualable:
Cuando ya se hizo de noche y poco antes del horario de cierre, decidimos dar por finalizado el día: el último que pasábamos en Japón…
Volvimos al hotel donde cenamos en la habitación por última vez algo de sushi del “Family Mart” (¥1595), pensando y decidiendo que este no sería nuestro primer y único viaje al país que tanto nos había enamorado. Y cómo no hacerlo, con estas vistas con las que nos despedimos de la noche tokiota…
GASTOS DEL DÍA:
recarga PASMOs: ¥2000
tablilla ema en Meiji: ¥500
comida (gyozas): ¥750
entradas «Tokyo Tower»: ¥1800
compra «Family Mart»: ¥1595
TOTAL: ¥6645 (aprox. 50€)