Martes, 05 de Junio de 2018.
Tras el relax de la tarde y la noche, nos despertamos como nuevos; parecía que habíamos dormido 20 horas. Creo que habíamos recargado pilas para afrontar la última etapa del viaje.
Tras desayunar, recogimos nuestras cosas, hicimos el check-out y nos preparamos para hacer el camino de vuelta; esta vez no hacia Sendai, desde donde habíamos venido, sino directamente a Tokio. El bus que nos iba a llevar a la estación de Jomo-Kogen lo teníamos reservado para las 09:40, y el shinkansen -directo hasta Ueno-, a las 10:43.
Sobre las 12 de la mañana estábamos en la capital, tomando el metro que nos llevaba de nuevo a «nuestro barrio», Asakusa, donde volvíamos a quedarnos en el mismo hotel que en la anterior etapa: el Richmond Hotel Premier Asakusa International, donde habíamos estado súper a gusto y que recomendamos muchísimo.
Cuando subimos a la habitación, ya teníamos nuestras maletas allí; nos las habían guardado en consigna durante los días que habíamos estado fuera. Dejamos las mochilas y nos fuimos a comer, que ya apretaba el hambre y no habíamos probado bocado desde el desayuno del onsen.
Habíamos decidido quedarnos esa tarde por Asakusa ya que, a pesar de ser el lugar donde nos habíamos alojado, no habíamos pasado ni un momento en él. Y estando allí, ¿dónde ir a comer? Lo teníamos clarísimo: al «Okonomiyaki Sometaro», un restaurante muy cercano que habíamos conocido en nuestro anterior viaje. Peeeeero… ¡lo encontramos cerrado al llegar! ¡Oh no! Nuestro gozo en un pozo, como se suele decir.
Como no llevábamos plan B, echamos mano de la app de «FourSquare» y nos decantamos por un restaurante de sushi, el «Asakusa Sushi Ken», un lugar muy chiquitín, donde éramos los únicos occidentales y donde estábamos rodeados de los llamados salaryman tan típicos de Japón. No fue un lugar especialmente barato, pero el sushi que probamos (un poco a ojo porque la mayor parte de la carta estaba en japonés) estaba DE-LI-CIO-SO…
Al terminar, nos fuimos a dar un paseo por una de las calles más conocidas de la zona: Kappabashi-dori. Se trata de una calle comercial dedicada exclusivamente a todo aquello que uno necesite para equipar un restaurante: cuchillos, cacerolas, carteles, servilletas… de todo. Y quien dice un restaurante, dice nuestras propia casa. De hecho, nosotros habíamos comprado en el anterior viaje un cuchillo para cortar el pescado, grabado con el nombre de Sergio en su filo, y ahora volvíamos a la misma tienda para regalarles a nuestros respectivos padres uno a cada uno. El regalo resultó ser todo un acierto en ambos casos. 😉
Tras las compras y volver a trastear por muchas de las tiendas de Kappabashi -donde aún seguimos flipando con los precios que tienen las réplicas en cera de la comida japonesa-, cruzamos el barrio hacia el este, atravesando también el templo Senso-ji, hasta llegar a la rivera del río Sumida. Desde allí se obtienen unas vistas espectaculares de varios edificios muy conocidos de Tokio:
En la foto de arriba se ve claramente el extraño edificio con forma, dicen, de cerveza, que resulta ser precisamente la sede de la cerveza japonesa «Asahi». Y en su lateral, el reflejo de la Tokyo SkyTree, que podéis ver en la foto inferior.
Ésta es la segunda torre más alta del mundo, detrás del Burj Khalifa de Dubai. Ya habíamos tenido la experiencia de subir en el 2015, así que esta vez optamos por no hacerlo.
En un principio habíamos pensado en cruzar el puente hasta llegar al Parque Sumida, al otro lado del río, pero en esa rivera la cosa estaba animada y decidimos quedarnos un rato por allí antes de ir a cenar, paseando, haciendo fotos y admirando el skyline tokiota.
Se nos echó la noche encima paseando por Asakusa y, como nos habíamos quedado con las ganas de comer okonomiyaki, decidimos buscar un sitio donde saciar nuestro apetito. Y mira tú que lo tuvimos muy fácil: justo en el edificio de nuestro hotel, había un restaurante especializado en este plato típico japonés. Cuando entramos no había nadie en el restaurante, así que nos atendieron como verdaderos reyes: incluso pudimos disfrutar de ver cómo hacían nuestros platos directamente en la plancha que teníamos frente a nosotros. Y este fue el resultado:
Dos tipos de okonomiyaki distintos, a cual más sabroso, pero que no pudimos terminar porque era muchísimo; aún así nos pusimos «como el kiko». Suerte que no teníamos que caminar porque, como os digo, el restaurante está en el mismo edificio que el hotel. 😉
Antes de irnos a dormir, decidimos hacer uso del vale que nos habían dado al hacer el check-in en el hotel: una bebida gratis en el bar del mismo. La primera etapa de nuestra estancia en Tokio no lo habíamos usado, pero en esta ocasión nos apeteció, así que nos sentamos justo al lado de la cristalera, donde disfrutamos de un par de copas de vino (el japonés no es como para tirar cohetes… al menos los que nos sirvieron) pero, sobre todo, de unas vistas impresionantes.
Una forma fantástica de terminar una jornada más en Tokio. Al día siguiente daba lluvia… oh,oh… ¿Nos estropearía el plan?